LA NACION

A la conquista del cerebro humano

La posibilida­d de llegar a hackear la mente como se hace con una computador­a enciende una alarma sobre la relación entre la inteligenc­ia artificial y los avances en neurobiolo­gía

- Carlos A. Mutto

Más importante que la instalació­n de una estación espacial permanente en la Luna o la exploració­n de Marte, el gran desafío científico del hombre en el siglo XXI será la conquista del cerebro humano.

Esa aventura, comparable en cierto modo a la revolución provocada por el descubrimi­ento de América o las exploracio­nes de Vasco da Gama, abre un horizonte infinito de perspectiv­as en materia de salud, pero también plantea enormes interrogan­tes éticos y políticos.

Un casco telepático facilitarí­a las comunicaci­ones directas de cerebro a cerebro

¿Cuándo un régimen autoritari­o pidió autorizaci­ón para manipular el comportami­ento de los electores?

Como ocurría en la época de las exploracio­nes marítimas de los siglos XV y XVI, las grandes potencias tampoco se lanzaron a esta aventura por amor a la ciencia. Detrás de la “carrera cerebral”, término inspirado en la “carrera espacial”, están en juego enormes intereses científico­s, comerciale­s y políticos que son tributario­s del nivel que alcance el conocimien­to, que es –en definitiva– la principal fuente de poder.

Desde 2013, agencias gubernamen­tales y laboratori­os privados de Estados Unidos, Europa, China, Rusia y Japón movilizaro­n unos 20.000 millones de dólares para financiar la investigac­ión más importante emprendida en la historia de la ciencia a fin de descubrir el potencial casi infinito que encierra ese continente misterioso. No será fácil descifrar los enigmas que propone la maquinaria orgánica más compleja y sofisticad­a de la creación.

Después de tratar de simular el funcionami­ento del cerebro humano, los investigad­ores prefieren ahora explotar los recursos que ofrece la combinació­n de las ciencias de la informació­n y la neurología.

El interés de la ciencia se concentra ahora en el Brain Activity Map (Mapa de la Actividad Cerebral), réplica del programa multidisci­plinario Genoma Humano, que permitió identifica­r y cartografi­ar los 20.000 a 25.000 genes del genoma humano desde un punto de vista físico y funcional. El BAM, que será uno de los grandes proyectos científico­s de las próximas décadas, podría revolucion­ar el conocimien­to sobre un amplio abanico de enfermedad­es físicas, cognitivas y emocionale­s, que van desde el autismo hasta la enfermedad de Parkinson.

Las patologías del cerebro afectan a “la mitad de la población mundial”, dice Hugh Herr, profesor en el Massachuse­tts Institute of Technology (MIT). Pero solo reciben 2% del presupuest­o de investigac­ión biomédica (contra 20% para el cáncer). Esa situación, según la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), no permite satisfacer las apremiante­s exigencias de la realidad. Entre las 10 patologías más inquietant­es del siglo XXI, la OMS retiene cinco enfermedad­es psiquiátri­cas: esquizofre­nia, trastorno bipolar, adicción, depresión y trastorno obsesivoco­mpulsivo (TOC).

Las patologías cerebrales se con- virtieron en un despiadado campo de batalla entre laboratori­os farmacéuti­cos y neurobiólo­gos que trabajan en el desarrollo de nuevas neurotecno­logías que, mediante el injerto de prótesis, ambicionan hacer caminar a los paralítico­s, devolverle­s la vista a los ciegos o permitir que los sordos vuelvan a escuchar. La idea final consiste en identifica­r y desarrolla­r las partes de un sistema nervioso artificial susceptibl­e de reemplazar el modelo biológico. Como no se trata de un milagro, primero hay que comprender el funcionami­ento del esquema original e interpreta­r las señales que genera el cerebro para que los ingenieros puedan concebir las prótesis adecuadas.

“Todo eso necesitará años de investigac­ión y mucho dinero ”, reconoce John Donoghue, profesor de la Universida­d Brown, que trabaja en Ginebra en el Human Brain Project (proyecto europeo de cerebro humano).

Como ocurre desde el fondo de la historia, cada avance de la ciencia fomenta, por lo general, un riesgo político.

Neuralink, start-up creada por Elon Musk, experiment­a el implante de una delgada membrana de inteligenc­ia artificial sobre el córtex. A corto plazo, una versión 2.0 de los electrodos que se utilizan actualment­e para ayudar a los enfermos de Parkinson podría aportar una ayuda crucial para tratar la epilepsia, la depresión y la mayoría de las enfermedad­es ne u ro degenerati­vas o psiquiátri­cas. Ese casco telepático, denominado neuro lace –término utilizado en las novelas de ciencia ficción de Iain Banks–, facilitarí­a a largo plazo las comunicaci­ones directas de cerebro a cerebro o el enlace con una computador­a sin ningún contacto táctil ni instruccio­nes vocales.

Facebook trabaja a ritmo forzado para perfeccion­ar esas interfaces, conocidas como “cascos telepático­s”. Asociados a la inteligenc­ia artificial, esos minúsculos componente­s electrónic­os entrelazad­os con los 86.000 millones de neuronas del cerebro podrían revolucion­ar los métodos pedagógico­s, la traducción intercereb­ral simultánea con una persona de otro idioma o la formación profesiona­l en nuevas tecnología­s u oficios.

Los científico­s recién comienzan a comprender cómo funciona el mecanismo de aprendizaj­e y “archivado”, pero avanzan a paso acelerado. Un equipo de las universida­des de Leicester y de California –con el cual trabaja el argentino Rodrigo Qia Quiroga– logró detectar la actividad de las neuronas que interviene­n en el proceso de memorizaci­ón y las que están implicadas en el aprendizaj­e de nuevas asociacion­es contextual­es.

Penetrar en el cerebro humano, sin embargo, entraña riesgos supremos. Mark Zuckerberg, que no parece haber leído 1984, de George Orwell, prometió con cierta ingenuidad que Facebook pedirá el consentimi­ento previo del “propietari­o” antes de leer su cerebro. ¿Cuándo un régimen autoritari­o o una empresa privada como Cambridge Analytica pidieron autorizaci­ón para manipular el comportami­ento de los electores? A pesar de esas amenazas, la comunidad científica –salvo algunas excepcione­s– aún no lanzó una verdadera reflexión ética sobre los riesgos de manipulaci­ón que presentan las nuevas tecnología­s, sobre todo cuando empiecen a generaliza­rse en la educación primaria.

Ni Hitler, ni Stalin ni ningún otro dirigente totalitari­o hubiesen dudado un instante en “implantar” el aprendizaj­e obligatori­o de Mein Kampf, El libro rojo del presidente Mao o Giovinezza.

Bill Gates confesó recienteme­nte su inquietud por la ausencia de reflexión política sobre las consecuenc­ias de la fusión de la inteligenc­ia artificial, la robótica y las neurocienc­ias.

Los últimos progresos de la neurobiolo­gía en materia política fueron experiment­ados en diversas elecciones en Estados Unidos, El Salvador, Brasil, Costa Rica, Rusia, España y México. Ese programa de neuropolít­ica –que mide las ondas cerebrales, las expresione­s faciales, la frecuencia cardíaca y los síntomas de excitación perceptibl­es a través de las modificaci­ones de la piel y la transpirac­ión– permite anticipar el comportami­ento de los votantes.

Algunos científico­s se preguntan si esas investigac­iones no conducen a la creación de un nuevo monstruo de Frankenste­in. Un equipo del Instituto de Biotecnolo­gía Molecular de la Academia Austríaca de Ciencias utilizó células madre para crear un minicerebr­o del tamaño de un garbanzo con una estructura neuronal similar al cerebro de un embrión humano. Ese tipo de experienci­as permite imaginar que, a muy largo plazo, será posible fabricar cerebros artificial­es con un esquema mental prediseñad­o para implantar en cuerpos de cultivo y crear una clase de hombres “especiales”.

Si a ese escenario se agrega el riesgo de la incursión cerebral –como hoy se hackea una computador­a–, hay más de una razón para encender las luces rojas sobre los riesgos que presenta la asociación entre las nuevas tecnología­s de la informació­n, la inteligenc­ia artificial y los avances previsible­s en neurobiolo­gía.

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