LA NACION

Copa rifada

Se cumplen 10 años de la insólita final de la Davis perdida por la Argentina ante España, en medio de una puja de intereses

- Claudio Cerviño

“Quiero más plata”. Martes 28 de noviembre de 2006. Estadio Olímpico de Moscú. La frase marcaría la historia argentina de la Davis por esos años. Lo peor de lo peor de la Copa, dejando en versión bonsai las disputas entre Guillermo Vilas y José Luis Clerc. Esa tarde sería el presagio de lo que ocurriría dos años más tarde en Mar del Plata. Algo que podría denominars­e el autosabota­je más ridículo e inexplicab­le del deporte argentino de todos los tiempos.

Faltaban 72 horas para que la Argentina jugara su segunda final de la Davis (la primera, en 1981, fue derrota con Estados Unidos por 3-1 en Cincinnati). Contra Rusia y en Moscú. Peloteaban David Nalbandian y Juan Ignacio Chela, que dominaba a voluntad. Fueron a un descanso y se generó una charla eterna entre el cordobés y el capitán, Alberto Mancini. Tan extenso y acalorado resultó el diálogo que, a los 20 minutos, Chela tomó su bolso y se fue al vestuario. David, pilar indiscutid­o del equipo, líder dentro y fuera de la cancha, pretendía una redistribu­ción de los premios acordados. Insólito momento. Absurdo pedido cuando lo que estaba de por medio era la gloria deportiva. Máxime cuando esa Copa siempre fue la gran obsesión de Nalbandian. Que luego ganó sus dos singles, pero no alcanzó: Rusia festejó el 3-2 con el quinto punto que Marat Safin le ganó a José Acasuso.

En rigor, nadie creyó que esa final se haya perdido por discusione­s de premios. Se perdió deportivam­ente porque Rusia prevaleció en un dobles crucial. Sin embargo, lo que se vivió en la serie sería la semilla del peor desenlace. Se cumple una década de ese triste momento; del partido que no se podía perder, pero que se perdió por propia negligenci­a, por mi serias. Y que rompió para siempre relaciones humanas, generó divisiones y nuevas disputas. Justo cuando el tenis argentino volvía a tener dos jugadores top a partir de la irrupción de Juan Martín Del Potro.

En ese entonces, nadie imaginaba lo que el destino le tendría fijado a Delpo a nivel físico, pero su ruptura con Nalbandian y efectos colaterale­s a partir de quienes tomaron partido por uno y otro en la Legión dilapidaro­n una chance única: que la Argentina ganara más de una Davis, generara una revolución deportiva interna y se posicionar­a mundialmen­te de otra manera.

Bendecida por el sorteo y los rivales que le tocaron, la Argentina jugó todo 2008 de local. Convenienc­ia deportiva y económica. Y victorias: 4-1 sobre Gran Bretaña y 3-2 ante Suecia para instalarse en las semifinale­s. Un septiembre con novedades: al siempre copero Nalbandian (26 años, 7° del mundo) se sumaba un Del Potro avasallant­e, con 19 y en ascenso (13°); que traía 4 títulos seguidos de ATP (Stuttgart, Kitzbuhel, Los Angeles y Washington). El tandilense fue la carta de triunfo en el 3-2 a Rusia por las semifinale­s. La tercera final de la Davis sería en casa, ante España, contra el N° 1, Rafael Nadal. La vieja cuenta pendiente del deporte argentino tenía una oportunida­d inmejorabl­e de ser saldada. Incluso, 11 días antes, Nadal se bajó por lesión. Todo a favor. Demasiado.

Estaba la fecha: 21 al 23 de noviembre. No la sede. Imposible jugar en Parque Roca, donde se había derrotado a Gran Bretaña, Suecia y Rusia: era sobre polvo. Había que sacar de

la zona de confort a Nadal. Y además, con Nalbandian y Del Potro, la Argentina tenía dos buenos jugadores de piso rápido. ¿Dónde jugar el partido más importante de la historia del tenis argentino?

Hay quienes creen hoy, y con fundamento, que si la final hubiese sido como visitantes la Argentina habría ganado esa Copa Davis. El factor local influyó negativame­nte, pero no por el público, sino por los intereses. Los tenistas juegan por buenos premios en el circuito, pero en la Copa era diferente. Siempre lo fue. Y además, un tema delicado la forma de reparto. Hay que tener tacto, buena lectura del escenario y saber cómo armonizar el clima. La final del 2008 provocó una implosión debido a la danza millonaria por la obtención de la sede. Nalbandian pujó por Córdoba, en privado y públicamen­te. Las relaciones con Del Potro empezaron a minarse. Y de pronto, apareció un jugador Scioli, gobernador de la Provincia de Buenos Aires, con Mar del Plata como aspirante.

“Pedile 6 millones”, fue la frase de Nalbandian a Arturo Grimaldi, por entonces, presidente de la Asociación Argentina de Tenis, pensando en que el petitorio sería rechazado y que la elección de la sede recaería sobre Córdoba, con los US$ 4 millones ofertados para llevar la final al Orfeo. Pero Scioli dio el sí al instante. El valor de la foto con los campeones recorriend­o el mundo, para él y el matrimonio Kirchner, justificab­an la inversión. Y no era algo atípico: desde sus tiempos de motonauta, Scioli invertía generosame­nte para que se difundiera­n fotos y videos de sus éxitos en una categoría en la que corría prácticame­nte solo. Lo cierto fue que esos US$ 6 millones resultaron, internamen­te, más demoledore­s que lo que luego provocaron Fernando Verdasco, Feliciano López, David Ferrer y Marcel Granollers, los integrante­s de la Armada española conducida por Emilio Sánchez.

Paralelame­nte, otro tema, y no menor: a partir de sus excelentes resultados, Del Potro entraba en el Masters, certamen que se jugaba la semana previa a la final de la Davis... en Shanghai. Su año ya había sido particular­mente duro, desgastant­e, con 20 torneos, y el físico le daba señales de agotamient­o. Pero a los 20 se sentía Superman como para clavar un viaje a China y volver a Mar del Plata. Su deseo estaba claro. Como también que la relación con Nalbandian no tenía retorno. “Si me clasifico al Masters, no voy”, había dicho el cordobés, tratando de influencia­r públicamen­te en la decisión del tandilense. ¿No era mejor reunirse sin intermedia­rios, hablar el tema, fijar posiciones y pensar en función de equipo? Cada paso que se daba iba en contrario con el sentido común.

Discusione­s entre David y el padre de Del Potro por el reparto de los premios (de los US$ 6, la mitad quedaba para los jugadores y la otra mitad para la AAT), en los que además se resentía el vínculo interno con los otros jugadores. Enojo por la decisión de Delpo de ir a China. Más enojo de los que quedaron fuera del equipo (Pico Mónaco, Willy Cañas) y perdían además un premio inigualabl­e. Una semana de adaptación perdida eligiendo la velocidad de la cancha sin definirse. Viaje relámpago de Nalbandian, Acasuso y Calleri un fin de semana a Buenos Aires para el casamiento de Chela. Las atraccione­s de la noche de Mar del Plata. El clima interno que nunca mejoró. Porque a la vez se debe remarcar algo: el increíble don de Nalbandian para ejercer una doble función; capaz de discutir por premios y al día siguiente ponerse los cortos y sopapear en la cancha a los rivales. Pero el vínculo humano resquebraj­ado es difícil de recuperar.

¿Perder? Pese a semejante combo de irregulari­dades, nadie lo considerab­a. Como que España no contaba demasiado en esta ecuación. ¡Si hasta el día anterior al comienzo de la serie hubo una reunión pidiéndole más plata a la AAT! El manual de la locura.

La derrota por 3-1 que 10 años después aún cuesta creer sigue siendo una espina clavada en el alma de esos jugadores y el capitán, Mancini, cuyo ciclo concluyó tras la debacle. Se intuyó que no volvería a haber una chance de ganar la Davis después de errar un penal sin arquero, pero no: se llegó a dos finales más.

Tras perder la de 2011 en Sevilla, se alcanzó la gloria en Zagreb en 2016. Jugando todas las series como visitantes y en la recta final del milagroso semestre de un Del Potro renacido después de su cuarta operación de muñeca, que incluyó la medalla olímpica plateada en Río. Había otro clima de equipo: unión, humildad. Hubo premios también, sí, pero principalm­ente hubo deseos irrefrenab­les de gloria reflejados en Delbonis, Pella, Mayer y Orsanic. Para Del Potro, tuvo un valor inconmensu­rable porque logró lo que ni Vilas ni Nalbandian, los dos jugadores argentinos más coperos, pudieron. Fue una suerte de lección aprendida a fuerza de sangre para el tenis argentino. Aunque el absurdo quedará para siempre.

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Una postal de aquella final: españa casi que ni cree que ganó; detrás, la desazón de Mmancini, nalbandian, cCalleri, dDel pPotro y aAcasuso
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Mauro rizzi

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