Finales con historia
FuerondosfinalesenelViejo Gasómetro de Boedo. Más de ochenta mil personas en la primera. Cerca de cien mil abarrotadas en la segunda. De un lado, el Racing más poderoso. El “Sportivo Cereijo”, por Ramón Cereijo, ministro de Hacienda de Juan Domingo Perón. Del otro, el Banfield más pobre de Evita, la “abanderada de los humildes”. Uno buscaba ser el primer tricampeón de la era profesional. El otro el primer chico que rompiera la hegemonía de los cinco grandes. La definición del campeonato de Primera de 1951, cuenta Víctor Raffo en su libro “Banfield-Racing. Todos unidos triunfaremos”, trascurrió en medio de elecciones ganadas por el peronismo y con Evita ya enferma de cáncer. Rumores de presiones, sobornos, incentivos y árbitros ingleses. Fue el Superclásico de hace 67 años. La final más politizada en la historia del fútbol argentino.
De fundación británica, amigo del fair play y opuesto a jugar inicialmente contra equipos profesionales, Banfield recobra fuerza a partir de 1928 con la llegada de los hermanos Sola. Primero fue la breve gestión de Félix (h) “Felicito” y luego la más decisiva de Florencio, ambos hijos de Don Félix Sola, un español capitalista “bueno” del juego en Avellaneda, asesinado a balazos en 1930 por sus rivales en pleno centro de Banfield. La explotación del Casino de Mar del Plata ayudó a Florencio “Lencho” Sola a fortalecer a Banfield. Cancha y fichajes de jugadores de Boca, River y de uruguayos como Obdulio Varela (se fue a la semana). Hubo también tres denuncias oficiales de sobornos a jugadores rivales. La última valió inhabilitación permanente para Florencio, luego rehabilitado. Listo para armar al Banfield de 1951.
Racing, la “Academia”, siete veces campeón amateur de modo consecutivo, pero todavía sin títulos en la era profesional, recupera vida en 1946. Perón inicia su primera presidencia. Casi todos los clubes tienen su padrino peronista. Ninguno tan valioso como Cereijo. El ministro de 33 años es clave para la construcción del Estadio Presidente Perón, para fichar a jugadores como Tucho Méndez y Mario Boyé y para evitar que Racing sufra el éxodo de sus cracks a Colombia, represalia a la huelga de jugadores de 1948, que frustra el que debería haber sido su primer título de la era profesional. El Racing peronista, toda una paradoja, aboga a través del gerente Casildo Osés y de su delegado en AFA Daniel Piscicelli, por la conversión de los clubes en Sociedades Anónimas “similares a las de la Liga inglesa”. Conciente del poder de Boca y River, impulsa además que los partidos pasen a ser dirigidos por árbitros ingleses, menos presionables.
Pero tanta nueva hegemonía (Racing sale campeón en 1949 y 1950) puede ser un búmeran para 1951, año de elecciones. Y más aún si el adversario directo es Banfield, club humilde que, como destaca la prensa amiga, demuestra que los pobres también pueden tener lugar en el nuevo paraíso. Banfield se sobrepone a una derrota inesperada, polémica porque Chacarita comete treinta foules y le lesiona cuatro jugadores. Y porque el juez inglés le anula además un gol y no le da un penal. En la última fecha, con Perón ya reelegido por goleada, Banfield aplasta 5-0 a Independiente. Es el primer club chico que, por mejor diferencia de gol, termina primero al término del campeonato regular desde que en 1931 comenzó el profesionalismo. Da la vuelta olímpica. El triunfo –dice un telegrama que Banfield envía a Evita– ratifica que “la era de la justicia pregonada se manifiesta en todas las actividades”. Le desea además un pronto restablecimiento para que pueda seguir “con su obra de amor y de fe”.
La primera final, 1° de diciembre de 1951, termina sin goles. Diecisiete banderas de otros clubes, cuenta el diario La Época, explican por qué tres cuartas partes del Gasómetro hinchan por Banfield, que había sido último en recaudaciones en el campeonato de 1950. El inglés Ernest Wilbraham anula un gol polémico a la Academia. Banfield estrella una pelota contra el travesaño. Raffo publica entrevistas y mitos sobre hasta qué punto Evita enferma pudo haber pedido o expresado su deseo por un Banfield campeón. Cereijo, administrador hasta 1955 de la Fundación Eva Perón, ¿podía desafiar a Evita? Perón no juega. Cuatro días después, con altoparlantes en el centro de Buenos Aires y con la baja clave por lesión de Eliseo Mouriño, su líder, Banfield pierde 1-0. Misil de Boyé. “Mi gol más impopular”, diría luego El Atómico. Cereijo, de traje, celebra con los jugadores en las duchas. “Ganamos contra todo”, exulta la revista Racing, donde escribe Bernardo Neustadt.
El fútbol, es cierto, nos sigue ofreciendo milagros, como la Croacia finalista en el Mundial de Rusia. Pero son cada vez más espaciados. El uno por ciento de la población, nos recuerdan estos días de G20, es dueño del 87 por ciento de las riquezas. Boca y River son la élite de la pelota local. Pero aunque los tengan –en el gobierno nacional o en la Conmebol– demostraron que no necesitan padrinos para repetir este sábado la formidable final de ida de la Bombonera. Todavía hay quienes temen a esta final, a sus consecuencias. Pero la sensación es otra. El fútbol nos avisa que, en medio de su caos eterno, puede vivir una nueva fiesta en el Monumental.
El fútbol nos avisa que, en medio de su caos eterno, puede vivir una nueva fiesta