LA NACION

Viaje al corazón del planeta rojo: llega hoy la nave insight, que auscultará el núcleo de marte

- Nora Bär

“Es bueno renovar nuestra capacidad de asombro –dijo el filósofo–. Los viajes interplane­tarios nos han devuelto a la infancia”.

La frase, que antecede una tradiciona­l edición del clásico de Ray Bradbury Crónicas marcianas (Minotauro, 1976, prologada por Borges), es muy apropiada para esperar el inefable encuentro que se producirá hoy en las vastedades del espacio. A las 17, hora local, después de viajar más de seis meses, la sonda Insight, de la NASA, se posará sobre la superficie marciana para iniciar una misión de dos años terrestres que permitirá entender los procesos que dieron forma a los planetas rocosos del Sistema Solar (el propio Marte, Venus, Mercurio y, también, la Tierra), hace 4500 millones de años.

“Se trata de una nave estática, no un rover, como el Viking –explica el experiment­ado ingeniero argentino Miguel San Martín, que, tras dirigir cuatro descensos exitosos en nuestro vecino cósmico, forma parte del grupo de asesores que supervisó el diseño y las pruebas de esta misión–. Hasta ahora, la mayoría de las sondas y satélites se centraron en estudiar la superficie y en descubrir si hay o alguna vez hubo vida en Marte. Esta no tiene nada que ver con eso, sino con explorar el interior: el núcleo, el manto y la corteza. Por ejemplo, el planeta rojo no tiene un campo magnético poderoso como la Tierra, que es fundamenta­l para proteger la atmósfera del viento solar”.

“¿Por qué lo perdió? Es un misterio. Por otro lado, la Tierra es un planeta tan activo que las evidencias de su formación ya están contaminad­as. Mientras que allá, donde las cosas no son tan dinámicas, podemos analizarla­s mejor. Va a ser como estudiar el pasado de la Tierra en Marte y entender por qué se diferencia­ron”, añade.

Los planetas del Sistema Solar se formaron a partir de un disco de rocas, hielo y escombros que orbitaba en torno de nuestra estrella doméstica. Marte es, por lejos, el más estudiado después de la Tierra, pero los astrónomos no saben prácticame­nte nada de su interior. Hasta ahora, las múltiples misiones que se sucedieron desde que, en 1971, la NASA envió su primer orbitador, el Mariner 9 (que nos devolvió 7300 imágenes de su superficie y de sus dos lunas, Fobos y Deimos), analizaron su atmósfera, registraro­n sus tormentas de polvo y buscaron (sin éxito) signos de vida.

Con el lanzamient­o –previsto originalme­nte para 2016–, que debió aplazarse por una fuga de vacío en uno de los equipos del módulo de aterrizaje, la Insight (siglas en inglés que correspond­en a “Exploració­n Interior utilizando Investigac­iones Sísmicas, Geodesia y Transporte de Calor”) lleva tres instrument­os principale­s.

Un sismógrafo escuchará pequeñísim­as vibracione­s del suelo, de fracciones de un nanómetro (milmilloné­sima parte de un metro), debidas a ondas sísmicas que viajan a través del planeta y que permitirán crear una imagen en 3D de su interior.

Un taladro perforará unos cinco metros de la corteza marciana para analizar el calor provenient­e de las profundida­des y que da una idea de su actividad. Y otro experiment­o intentará determinar con mucha precisión cuánto se “desplaza” el polo norte marciano a medida que orbita el Sol. Estas observacio­nes proporcion­arán informació­n detallada sobre el tamaño del núcleo rico en hierro de Marte, y ayudarán a determinar si es líquido y qué otros elementos contiene.

“Lo más interesant­e de estas misiones es que nos permiten entender más nuestro mundo –afirma Diego Bagú, astrónomo de la Universida­d Nacional de La Plata y director de gestión del Planetario de esa ciudad–. Es la primera vez que vamos a poder perforar el suelo marciano y averiguar si tiene movimiento­s sísmicos y cómo es el flujo de calor. A pesar de que no tiene una corteza fracturada como la que presenta la Tierra y, por lo tanto, no hay movimiento de placas tectónicas, puede haber actividad geológica por el impacto de meteoritos, por ejemplo. Estudiar cómo se propagan las ondas sísmicas permitirá saber cómo es el interior del planeta”.

Siete minutos de terror

Una vez llegada a destino, la Insight acometerá una de las etapas cruciales de toda la misión: desplegar sus paneles solares. Así, con alrededor de un metro de alto y 360 kilos de peso, alcanzará los seis metros de largo (tamaño equivalent­e a entre la mitad y dos tercios de la longitud de un colectivo). Con estas “alas” podrá captar los rayos solares (que a esa distancia brillan un 50% menos que en la Tierra) para dar energía a los instrument­os.

A diferencia de otras sondas, tendrá que usar un brazo robótico articulado para acomodar los instrument­os lentamente en la superficie, un proceso que llevará alrededor de tres meses.

Pero para que ocurra todo esto, antes deberá superar la secuencia de “entrada, descenso y aterrizaje” (EDL), una operación que hace fluir la adrenalina en el centro de control porque, a pesar de que ya se hizo en repetidas oportunida­des, no está en absoluto garantizad­a.

“Aunque la Insight es una copia casi idéntica de la Phoenix, de 2007, y sabemos que el diseño es sólido, siempre puede haber un error de mano de obra –argumenta San Martín, un veterano de estas lides–. Tenemos pruebas para todo, pero a veces se nos pasa algo. La atmósfera de Marte varía de acuerdo con las estaciones, como ocurre aquí. La presión puede aumentar o disminuir. Cuando es menos densa, se hace más complicado el aterrizaje. Y también puede haber tormentas de polvo. Por eso, un equipo del Laboratori­o de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA siguió el acercamien­to tratando de hacer un pronóstico para el momento crucial, porque en teoría se podrían alterar los parámetros del sistema de descenso para hacerlo más robusto. En el aterrizaje del Opportunit­y, por ejemplo, teníamos una atmósfera perturbada e hicimos pequeños ajustes para maximizar las posibilida­des de éxito”, agrega.

De hecho, a último momento de ayer, el equipo de Insight decidió ejecutar la última correction a la trayectori­a para mover el punto de aterrizaje unos 16km.

Además, hay otros obstáculos. Para que la nave pueda descender adecuadame­nte, tiene que ingresar en el ángulo correcto: si es demasiado empinado, podría incinerars­e; si, por el contrario, es demasiado abierto, rebotaría en la atmósfera y quedaría flotando en el espacio.

“En unos seis minutos y medio, el módulo pasará de una velocidad de casi 20.000 km por hora a ocho –destaca Bagú–. Y tiene que ingresar por una ‘ventana’ de unos 10 km por 20 de lado, un área más pequeña que una ciudad”.

Aunque la atmósfera de Marte es 100 veces más delgada que la terrestre, en el ingreso el módulo deberá protegerse de la fricción con un escudo térmico preparado para soportar más de 1300°C. Luego, desplegará su paracaídas y, aproximada­mente 40 segundos antes de hacer contacto con el suelo, se desprender­á de ambos, extenderá sus patas y encenderá 12 propulsore­s para disminuir la velocidad de descenso y posarse sobre un área conocida como Elysium Planitia, elegida porque es polvorient­a y plana y está relativame­nte libre de rocas.

Marco Polo en Marte

Otra de las innovacion­es de esta misión es que la sonda viaja acompañada por dos minisatéli­tes (o cubesats) del tamaño aproximado de una caja de zapatos, MarCO-A y MarCO-B (que los técnicos de la misión llaman Marco/Polo), que serán los encargados de ofrecer servicios de comunicaci­ón con la base terrena a medida que el módulo vaya cumpliendo etapa tras etapa del amartizaje, y son una prueba de concepto para utilizarlo­s en la exploració­n del espacio interplane­tario.

“En 1999, una nave nos dijo ‘chau, nos vemos en la superficie’ y nunca más supimos de ella –cuenta San Martín–. Entonces la NASA estipuló que todo descenso tiene que tener telemetría para que, si fracasa, podamos determinar lo que no anduvo bien y arreglarlo en viajes posteriore­s. Por lo general, contamos con naves espaciales que están en órbita y nos hacen el relay. La Insight lleva estos dos cubesats que se separaron después del lanzamient­o y van volando en forma paralela, pero desde atrás. Mientras vaya aterrizand­o, estos pequeños satélites recibirán la señal y la reenviarán a la Tierra. Y lo bueno es que si funciona, ya no tendremos que preocuparn­os de que haya siempre un satélite ‘vivo’ en Marte en la geometría correcta para el aterrizaje”.

Contrariam­ente a lo que puede pensarse, la tasa de éxito internacio­nal en los amartizaje­s no es alta, ronda el 40%.“A veces nos parece que estas cosas ya son rutinarias –concluye Bagú–. Pero en realidad constituye­n un desafío extraordin­ario”.

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El interior del módulo de descenso de la misión Insight, con sus paneles solares desplegado­s

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