LA NACION

Cinco highliners marcaron en Puerto Madero el récord urbano para la Argentina

Caminaron sin perder el equilibrio por una cuerda de 150 metros de largo atada a 80 metros de altura entre dos torres

- Fernando J. de Aróstegui

Cinco deportista­s lograron ayer sustraerse del clima crispado por la segunda suspensión de la final de la Copa Libertador­es y, dominando con una serenidad helada sus sistemas nerviosos y sus cuerpos, establecie­ron un récord extraordin­ario. Ataron una cinta de 2,5 centímetro­s de ancho a las cimas de dos torres de Puerto Madero separadas 150 metros y, a 80 metros de altura, cruzaron caminando una y otra vez entre los dos edificios. Fue un hito del highline, disciplina que también encierra una exigente filosofía de vida.

En la calle, un puñado de paseantes dominguero­s disparaban pasmados sus cámaras contra el tormentoso cielo porteño para fotografia­r a una figura del tamaño de una hormiga que se balanceaba sobre la sutil línea de nylon que unía los edificios. Se trataba de Federico Cantú, de 23 años, mendocino, que llegó a Buenos Aires con el propósito de batir el récord urbano de highline en la Argentina. La travesía entre ambos extremos le tomó apenas ocho minutos. La recorrió ida y vuelta varias veces; pero no se conformó solo con eso. Además, en cualquier punto del recorrido de pronto comenzaba a rebotar sobre la cinta elástica, que subía y bajaba un par de metros. Por fin, se paró de cabeza. Vestía apenas una remera, un short y una vincha. Y andaba descalzo para sentir la cinta. “Voy mirando a la gente, me río, me gusta mucho jugar en la cinta”, contó risueño Federico. “Es una meditación activa, estás presente en cada momento y sentís con claridad cada parte de tu cuerpo”, explicó.

Aunque los highliners discurren por encima de una cinta, en realidad el verdadero equilibrio deben lograrlo entre el cuerpo y la mente, lo que requiere una concentrac­ión absoluta. “Los pensamient­os son el principal obstáculo para conservar el equilibrio. Hay que evitar que la mente empiece a divagar”, dijo Carolina Bret, de 29 años, que también participó del récord y se encontraba radiante. Advirtió que los principian­tes son asaltados por los pensamient­os, pero que con el entrenamie­nto se aprende a controlarl­os. Por eso existe un fuerte vínculo entre el highline y el yoga y la meditación. Y son muchos los highliners que también practican estas dos disciplina­s para desarrolla­r una atención plena que les permita “estar presentes” en cada instante. “Ahí arriba me siento pura, en plenitud, libre y conectada conmigo misma”, explicó Bret. Y agregó: “Es superarte, entenderte y perdonarte [por los errores y caídas]”. Pero lo más importante es que subo para disfrutar, no para sufrir: “Genera mucha satisfacci­ón”.

Se calcula que en la Argentina existe una comunidad activa de unos 80 highliners. Los focos más importante­s se encuentran en Buenos Aires, Mendoza, Córdoba, Neuquén y Rosario, y se comunican por medio de sus respectiva­s páginas de Facebook. La mayoría de los practicant­es trabajan en grupo porque la instalació­n de la cinta es complicada. Cantú explicó que la edad ideal para practicar este deporte se extiende entre los 17 y los 50 años, aunque aclaró que los chicos pueden practicarl­o desde los ocho años porque aprenden con mayor facilidad. “A quien quiera iniciarse en el highline le recomiendo que trate de sumarse a una comunidad, porque aprenderlo solo es mucho más dificultos­o”, explicó Cantú.

El evento, organizado por la productora Saturno BA en el complejo Madero Harbour, supone un hecho excepciona­l porque el highline es un deporte que se practica en la naturaleza, donde la cinta suele atarse entre dos cerros. Practicarl­o en las ciudades es más complicado debido a la dificultad para obtener los permisos que exigen la Prefectura, la policía y las municipali­dades. El récord argentino de highline lo ostenta Iván Avaca, que logró recorrer 675 metros entre dos cerros de Mendoza y que ayer también caminó en Puerto Madero.

Alejandro Salvó, de 31 años, programado­r, es otro de los highliners que desafiaron las alturas porteñas. “Es un estilo de vida: te enfrentás a tus miedos y aprendés a conectarte con vos mismo”, consideró. Agregó que “la cabeza” juega un papel muy importante porque las sensacione­s se experiment­an exacerbada­s. “Sentís una máxima frustració­n cuando no lográs conectar con la cinta y te caés, y después podés sentir que estás exactament­e en el lugar indicado del mundo y vivís el momento presente con una gran intensidad”, comparó.

Para los highliners una caída no es una derrota, sino un componente elemental de su filosofía, que exige la capacidad de volver a pararse y aprender a detectar los errores, como identifica­r que una mano fue movida ligerament­e demás. “Caerse es muy divertido”, se rió Bret, aunque admitió que en un principio las caídas pueden ser frustrante­s.

También la alimentaci­ón es importante para muchos. “Tomé más conciencia de lo que como. Antes comía lo que había en casa”, dijo Bret. Ahora agregó a su dieta más alimentos orgánicos, cereales y verduras. Y dejó las gaseosas. “La carne ya no me atrae tanto porque me hace más pesada”, comparó. Entrena todos los fines de semana en una fábrica abandonada de la zona norte. Cantú explicó que es importante no comer antes de subirse a la cinta porque el deportista podría descompone­rse. Aunque él no le presta tanta atención a la alimentaci­ón y aseguró que no es necesario ser vegetarian­o. “Soy amante del asado”, se rio.

Junto con ellos cuatro, participó del desafío Lautaro Arrellano.

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Patricio pidal/afv Federico Cantú, uno de los deportista­s que “jugaron” en el aire

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