El adelanto de elecciones anticipa intrigas y disputas
Solo faltan 22 días para que el año de las elecciones empiece formalmente, pero nadie esperó al 1º de enero para poner en funcionamiento esa dinámica de fechas y precandidaturas que ya provoca intrigas, disputas internas y posicionamientos, especialmente puertas adentro de la siempre inestable coalición oficialista.
El adelanto de elecciones provinciales, sobre todo en algunos distritos claves, como Córdoba, fue el disparador de ese proceso, a pesar de que todavía quedan demasiadas cosas pendientes para dar por cerrado el año más imprevisible de la última década.
Los comicios cordobeses, convocados para el 12 de mayo próximo, eran hasta hace apenas unas semanas un futuro suspendido y una discusión congelada entre el radicalismo y Pro, que dio paso a un presente de escarceos, tironeos, negociaciones y sospechas abiertas.
Córdoba es un distrito clave para Cambiemos. Macri le sacó allí 700.000 votos de diferencia a Daniel Scioli en 2015, decisivos para llegar al ballottage y alcanzar la presidencia. Una parte de esos sufragios provino de votantes del peronismo no kirchnerista. Pero también es un enclave vital del radicalismo, que aportó una porción mayoritaria de aquellos votos. Y es ahí donde arraigan las ambiciones políticas de algunas de sus figuras partidarias. Esa doble fuente en la que abrevó Macri para acceder al poder se ha vuelto un cauce intrincado.
El distrito cordobés no es un caso aislado, sino apenas un anticipo de otros dilemas que empieza a afrontar y a discutir Cambiemos en estos días. La realidad de esa provincia conforma con Santa Fe y Entre Ríos un eje que atraviesa las estrategias de los dos partidos mayoritarios de la alianza.
Pro y la UCR tienen fuertes diferencias sobre quiénes deben encabezar las fórmulas provinciales y sobre la conveniencia o no de ampliar la coalición con la incorporación o la formación de alianzas con referentes peronistas. La discusión se extiende hacia Chaco y La Rioja.
La liga de partidos provinciales en la que se ha convertido el radicalismo, con un fuerte arraigo territorial en varios distritos, pero sin un liderazgo nacional indiscutido ni una visión unívoca entre sus principales dirigentes, complejiza la situación.
El escenario se completa con la ausencia dentro del macrismo de una doctrina pacífica sobre la estrategia política cuando se sale del monobjetivo de lograr otro período presidencial de Macri. En ese terreno mandan, con pergaminos suficientes, Marcos Peña y Jaime Durán Barba.
Mientras las realidades distritales no afecten el propósito reeleccionista o, mejor aún, contribuyan a él, se admiten librepensadores y cuentapropistas que exploran nuevos territorios. Allí es donde aparece como elemento disonante la figura de Rogelio Frigerio, que suele coincidir con otro desafiante de dogmas duranpeñistas: Emilio Monzó. El ADN peronista de ambos y su propensión a ampliar las bases de sustentación de Cambiemos más allá del núcleo fundador son motivo su- ficiente de desconfianza para los herederos de Alem. Ni hablar si se les suma cierto desprecio explícito por las tradiciones radicales.
En casi todas las provincias en las que la UCR tiene aspiraciones, pero ninguna certeza de ofrendar un triunfo al oficialismo nacional, Frigerio y Monzó son propensos a sondear alternativas que puedan reportar un triunfo o construir sociedades políticas más amplias con dirigentes y hasta con gobernadores peronistas. No les sobra optimismo. Entre Ríos, Chaco, La Rioja y, en menor medida, Santa Fe son casos testigo que agitan las discusiones y los recelos.
En el radicalismo retrucan que si les aseguran que los que desplacen a los candidatos de su partido van a ganar y que las alianzas durarán más allá de la noche de la elección ellos no se opondrían. Tiene lógica, pero también son demasiados condicionantes. Una forma de decir que no sin decirlo o para tornar inviable cualquier alternativa que contraríe sus aspiraciones.
Los radicales confían además en que Peña saldará otra vez las diferencias en su favor. A las relaciones siempre complejas del ministro del Interior y del reelegido presidente de la Cámara de Diputados con el jefe de Gabinete suman el antecedente del ofrecimiento del cargo de Frigerio para uno de los suyos –Ernesto Sanz– durante el minicambio de gabinete de octubre. El jefe de Gabinete lo hizo.
Todo eso explica que los principales dirigentes del radicalismo hayan mutado de las críticas que hasta hace apenas dos meses hacían a Peña por conmovedores elogios, tales como “Marcos mejora a Macri”. Otra confirmación de que Cambiemos es esa coalición curiosa con un jefe cuyo liderazgo nadie cuestiona, pero cuya conducción política muchos critican. Nada hace prever que eso vaya a cambiar. Las formas también hacen al fondo de Macri y así ha llegado hasta acá. No es poco.
El caso cordobés
El Presidente tiene en Córdoba una situación particular. Lo une al gobernador Juan Schiaretti un vínculo que viene de su prehistoria de empresario y, como se dijo, debe a ese distrito y a los votantes del gobernador buena parte de los votos que lo llevaron a la Casa Rosada.
El adelantamiento de la elección provincial, en la que el go- bernador buscará su reelección, podría ser una buena señal para Macri. Pero…
La fecha fijada ya disparó especulaciones sobre los verdaderos propósitos de Schiaretti. El 12 de mayo tendría tiempo para intentar, si ganara, un objetivo mayor: una candidatura presidencial por el peronismo no kirchnerista, que avanza hacia 2019 sin rumbo ni votos ciertos. El cierre de las postulaciones para las elecciones nacionales será un mes después. Nadie ve casual esa secuencia.
Una postulación nacional de Schiaretti permite augurar que la candidatura presidencial de Macri tendrá un escenario en esa provincia bastante diferente del que tuvo en 2015, sin contar con el desgaste de los cuatro años con pocos éxitos contantes y sonantes.
Por eso, en el entorno del Presidente aparecen distintas posiciones sobre la conveniencia de reforzar los viejos vínculos con el mandatario cordobés. Es obvio que eso iría en desmedro de las aspiraciones radicales, encarnadas por el presidente del interbloque oficialista en Diputados, Mario Negri, y el intendente de la capital provincial, Ramón Mestre. A ellos se suman el macrista Héctor Baldassi y el exembajador en Ecuador Luis Juez.
Negri, quien en las encuestas encabeza la intención de voto cambiemista, ha jugado un rol decisivo para mantener la inestable alianza. Para la gobernación, Negri aparece en los sondeos como un candidato competitivo, pero Schiaretti sigue al frente y ha ampliado los apoyos con la inclusión de algunos referentes krichneristas.
A esa situación hay que sumar la discusión desatada en Cambiemos Córdoba sobre el modo de resolver candidaturas, ya que en la provincia no hay PASO. Unos impulsan una elección abierta en febrero. Otros proponen resolverlo por encuestas. Una interna no obligatoria en medio del verano sin supervisión de la Justicia Electoral favorecería a los que controlan el territorio. Un casting vía sondeos, a los que ya están posicionados. Está claro dónde se ubica cada uno de los precandidatos. Sobre todo los dos radicales.
Alta complejidad para un espacio en el que la negociación política no es el activo más apreciado.
Al Gobierno le quedan el consuelo y la esperanza que alimentan los infinitos dilemas irresueltos de la oposición. Las dificultades para despegar del peronismo alternativo favorecen la polarización con el cristinismo, cuya jefa sigue sin poder perforar el techo de rechazo.
Los fastos del G-20 vinieron a alimentar los ánimos oficialistas y a fortalecer las ilusiones de una estabilidad económica más firme y de un repunte antes de las elecciones. Como para que una máxima de Peña gane predicadores en el oficialismo. “El kirchnerismo es un repositorio de bronca con el Gobierno más que un deseo de regreso. Y la bronca va a bajar”, se le escuchó decir al jefe de Gabinete.
El calendario electoral ya empezó a correr. Las intrigas, las disputas y las puestas en escena, también.