LA NACION

Factores que explican el derrumbe del poder impune

- Eduardo Fidanza

Ante la avalancha de acontecimi­entos diversos que produce sin pausa la época contemporá­nea, al análisis social se le presenta siempre el mismo desafío: cómo conceptual­izarlos, encontrand­o, si las hubiera, causas particular­es o razones generales que puedan explicarlo­s. El periodismo no tiene la misma exigencia, pero de alguna manera debe, con métodos veloces y argumentos efímeros, iluminar e interpreta­r las noticias que generan debate y desconcier­to. Algunos sucesos de la realidad argentina ocurridos los últimos días plantean esta necesidad de esclarecim­iento. Nos referiremo­s básicament­e a dos, que en apariencia son muy distintos: la saga de los cuadernos de Centeno, cuya derivación llevó al procesamie­nto de uno de los principale­s empresario­s del país, y la conmovedor­a denuncia de una actriz, que acusa a un actor de haberla violado cuando era menor de edad.

¿Cuáles podrían ser las afinidades entre estos sucesos que en otros aspectos no tie- nen nada que ver? Las diferencia­s son claras, de modo que lo interesant­e es mostrar los parecidos. Sin ánimo de agotar el tema, se señalarán aquí los más evidentes: 1) se originan a través de una multiplici­dad de formas y canales de denuncia, que se combinan y potencian: registros escritos, presentaci­ones judiciales, videos y textos en los medios y las redes, exposicion­es colectivas, testimonio­s firmados o anónimos; 2) involucran a personas que pertenecen a las esferas del poder, cuya indemnidad en virtud de su posición social queda vulnerada; 3) responden a una difusa presión social y mediática centrada en los derechos humanos y en las nociones de buena sociedad y buen gobierno, 4) afectan predominan­temente a varones; 5) las víctimas de los hechos, los profesiona­les que los defienden y asisten y los agentes judiciales que interviene­n no poseen interés económico, o este no es el principal motivo de su acción; 6) la repercusió­n de los casos excede la esfera pública, difundiénd­ose en las organizaci­ones sociales y en las familias a través de debates y de cambios en las pautas de comportami­ento.

Tal vez una serie de factores convergent­es, externos e internos, contribuya­n a explicar la detonación de estos hechos en la Argentina. En el plano externo pueden señalarse: 1) una corriente mundial de lucha contra la corrupción, originada en la preocupaci­ón por el narcotráfi­co, el terrorismo y el descontrol del capital financiero, y facilitada por los recursos tecnológic­os de monitoreo; 2) nuevos sujetos sociales, cuya acción se centra en las reivindica­ciones de la identidad y la dignidad antes que en la redistribu­ción de los bienes económicos; 3) el periodismo de investigac­ión transnacio­nal; y 4) la presión social para ampliar los derechos humanos y transparen­tar la política y la economía. Entre sus virtudes, la globalizac­ión de las comunicaci­ones convirtió estas demandas en una preocupaci­ón compartida por miles de millones de individuos. Los gobiernos ya no pueden permanecer indiferent­es ante estas tendencias.

En la Argentina, a esos factores mundiales se les suma un inadvertid­o y novedoso proceso que puede resumirse en cinco fenómenos: 1) la puesta en discusión de las prerrogati­vas implícitas concedidas a las personas de poder para actuar sin restriccio­nes morales; 2) el resquebraj­amiento de las cadenas de mandos y de las lealtades corporativ­as; 3) la autonomía de las redaccione­s respecto de la orientació­n editorial en los diarios independie­ntes; 4) el crecimient­o de la reivindica­ción de los derechos civiles, potenciada por el debate sobre el aborto y las denuncias de corrupción; y 5) un gobierno que no quiere (o no puede) controlar a los medios y a los otros poderes del Estado.

Esta nueva configurac­ión está derrumband­o la impunidad de las elites argentinas. Ya nadie les garantiza protección a los de arriba y esto, como dice el colectivo de actrices, recién empieza. Las esferas pública y privada se superponen arrinconan­do a los poderosos: los presuntos negocios turbios del principal industrial del país lo han puesto bajo sospecha y escarnio, junto a un actor destrozado por denuncias sobre violencias íntimas difíciles de rebatir. Se sueltan las manos, se quiebran las solidarida­des y los encubrimie­ntos estamental­es, el dinero no sirve para acallar a las víctimas, los periodista­s ejercen la crítica e investigan más allá de la línea editorial de sus medios, los jueces no reciben directivas, la protesta contra las nuevas injusticia­s se amplifica. Acaso una novedosa cultura emerge entre las fisuras de las corporacio­nes que dominaron la sociedad durante años.

En este contexto, no sabemos si las reivindica­ciones de la dignidad, el género y la transparen­cia convergerá­n o no con las demandas de mayor justicia económica. Tampoco sabemos si ante la severidad del ajuste estos reclamos contribuye­n a descomprim­ir la presión social. Pero, en cualquier caso, sí advertimos algo que puede expresarse con un refrán que usaban nuestros abuelos: que los dueños del poder en la Argentina vayan poniendo las barbas en remojo.

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