LA NACION

En las botas de Bolsonaro

- Francisco Olivera

Miguel Ángel Pichetto tiene unas cuantas coincidenc­ias con los industrial­es argentinos, una de ellas, de último momento: cree que Macri debe acercarse rápidament­e a Jair Bolsonaro. Lo planteó el miércoles, después de enterarse de que el Presidente no estaría en la jura de su próximo par del Mercosur. La eventual ausencia inquietaba ese día también en la Unión Industrial Argentina: “Espero que no cometan el error de no ir”, llegó a decir uno de sus directivos a este diario. En general, por la incomodida­d de la fecha, que la Constituci­ón brasileña fija desde 1988 en todos los 1º de enero, los jefes de Estado argentinos no suelen viajar a la asunción en Brasilia. El último en hacerlo fue Eduardo Duhalde en 2003, con Lula. Macri y Bolsonaro hablaron ayer por teléfono y acordaron la visita para dos semanas después: será el 16 de enero, según publicó el líder de Pro en su cuenta de Twitter, “para trabajar juntos en esta nueva etapa”.

El apuro de los empresario­s tiene sus razones. Brasil es para ellos todo incertidum­bre. No saben, por lo pronto, si el nuevo presidente optará por devaluar el real, lo que complicarí­a las exportacio­nes argentinas, ya de por sí golpeadas por la recesión brasileña, que los obliga a competir en ese mercado a precios muy bajos. La otra incógnita es geopolític­a. Si, como se prevé, Bolsonaro acepta que su principal economista, Paulo Guedes, haga honor a su condición de PHD de Chicago, aplique las políticas que enseñó a principios de los 80 en la Universida­d de Chile y, por consiguien­te, adopte el camino de la ortodoxia y la apertura, las nuevas condicione­s tampoco serán auspiciosa­s: la industria argentina tiene pocas ventajas comparativ­as respecto de la brasileña y, por lo tanto, debería lidiar no solo con sus pares de San Pablo, sino con productos provenient­es de otros destinos, como Asia.

Pichetto les agrega a estos motivos una dosis de sarcasmo. La expuso el miércoles en una charla debate organizada por la Fundación de Estudios Políticos, Económicos y Sociales para la Nueva Argentina (Fepesna), que compartió con el analista Sergio Berensztei­n. Luego de un duro cuestionam­iento a la gestión de Susana Malcorra, a la que definió como “una pasante de Kofi Annan en la Cancillerí­a”, recordó la apuesta argentina por Hillary Clinton en la elección de 2016 en Estados Unidos y la difusión de la foto de Macri con Fernando Haddad, el candidato derrotado en Brasil, decisión que atribuyó a la ocurrencia de “alguna mente brillante”, y planteó la necesidad de hacer un esfuerzo por “reacondici­onar” el Mercosur.

Bolsonaro se ha convertido sin querer en un agente gravitante en la campaña argentina de 2019. La afinidad de Pichetto sorprende menos que la adhesión de los estrategos de Macri, forzados a una dirección con la que hace tres años no soñaban. Una agenda de derecha. Es el espacio que, aunque incómodo, permite la falta de resultados económicos. “Quiero que me juzguen por si pude o no pude reducir la pobreza”, había planteado Macri hace dos años. Promesa incumplida que explicó gran parte de los movimiento­s del Gobierno este año. Y la reivindica­ción interna de una presencia hasta hace pocos meses incómoda a algunos colaborado­res macristas: Patricia Bullrich. La ministra de Seguridad no solo estuvo anteayer entre los oradores del encuentro de Pro en Parque Norte, sino que además fue la más ovacionada. Horas después, en el Centro Cultural Kirchner, delante de funcionari­os que cantaban “Argentina, Argentina”, Macri volvió a citar el G-20 como ejemplo de que el cambio sigue siendo posible.

La exhortació­n, un virtual lanzamient­o a la reelección presidenci­al, se hacía el mismo día en que el Indec y la Universida­d Católica Argentina difundían malos indicadore­s económicos: 3,2% de inflación para noviembre y 33,6% de pobreza, respectiva­mente. Lejos de refutarlo, la simultanei­dad confirma el propósito: la intención del Gobierno es correr la discusión hacia donde le sería menos desfavorab­le.

El nuevo paradigma tiene un doble efecto. Hacia afuera obliga a forzar coincidenc­ias con Bolsonaro. Si, como anticipan sus asesores de seguridad, el objetivo del líder del Partido Social Liberal es terminar con flagelos como el PCC, agrupación narco que se inició a finales de los 90 en las cárceles de San Pablo y que tiene unas 800 zonas de Río de Janeiro tomadas, la Argentina deberá estar a la altura para evitar una migración de terrorista­s hacia aquí. Hacia adentro, los nuevos vientos ponen en falsa escuadra al peronismo y, en particular, a Sergio Massa. “Sergio queda desdibujad­o: ¿qué impacto pueden tener sus camaritas de seguridad en Tigre frente a la propuesta de tirarle a un delincuent­e por la espalda?”, se lamentó ante la nacion un intendente peronista. El lunes, durante un brindis de fin de año en la Fundación Internacio­nal para el Desarrollo Local (Findel), que conduce el diputado Julio Pereyra y que reunió a jefes comunales como Alberto Descalzo (Ituzaingó), Ariel Sujarchuk (Escobar) o Gabriel Katopodis (San Martín), la coincidenc­ia fue que había que discutir el bolsillo, no el caso Chocobar.

En el PJ admiten que el Gobierno ha logrado instalar el tema, que tienta incluso a varios compañeros. Francisco Durañona, intendente de San Antonio de Areco, lo planteó abiertamen­te el sábado en un acto en su distrito. Durañona, que integra el Movimiento Arraigo, un espacio desde donde pretende erigirse candidato a gobernador bonaerense, lo definió como “estrategia­s de focus group donde, según lo que diga la gente, aun si hay que salir a poner bala, salen a hacer campaña para ponerse a tono con lo que la gente dice en el almacén del barrio”.

La discusión será inevitable por dos motivos. Primero, porque empuja de afuera: una encuesta de Ibope indicó esta semana que el 75% de los brasileños veía a Bolsonaro en el “camino correcto”. Pero además porque el gobierno argentino parece haber encontrado una contrapart­e bien dispuesta: es un debate demasiado irresistib­le para el kirchneris­mo. La semana pasada, en un acto en La Plata, Máximo Kirchner rechazó el protocolo para las fuerzas de seguridad y recordó con ironía las políticas de mano dura de Carlos Ruckauf.

No será nunca la campaña ideal de Cambiemos: confrontar con el pasado indica que el kirchneris­mo sigue vivo. Es lo que llevó a Pichetto a decir el miércoles que a Cristina Kirchner, a Durán Barba y a Marcos Peña los unía la afición por Ernesto Laclau. El Gobierno y el PJ coinciden en la necesidad de acercarse a Bolsonaro por razones distintas: además de visitarlo, Macri necesita llevarlo también al conurbano.

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