LA NACION

Un ciclo con jugadores ofensivos al que le faltó un sostén colectivo

- Christian Leblebidji­an

No sería preciso decir que el ciclo de Guillermo Barros Schelotto llegó a su fin por los resultados. Un DT bicampeón en el ámbito local que llegó a la final de la Copa Libertador­es no puede sentir que se va con las manos vacías. Sí con la frustració­n lógica de haber perdido el partido decisivo con River, sabiendo cómo repercuten los coletazos entre uno y otro club. En Madrid, Boca chocó con las falencias que nunca pudo corregir. Y ahí, quizás, estuvo uno de los principale­s déficits del proceso del Mellizo: el bloque colectivo casi nunca pudo rescatar a las individual­idades. El Boca de Guillermo fue un equipo ofensivo que salió a ganar en todas las canchas, que buscó el protagonis­mo desde el esquema 4-3-3; incluso a veces juntando a cuatro delanteros en un 4-2-3-1 y que se hizo fuerte desde la eficacia de sus atacantes. Así ganó los dos títulos locales, campeonato­s largos que le dieron la posibilida­d de revancha por un traspié o cuando algún escollo fue complejo de superar. Pero cuando necesitó de soluciones inmediatas, de golpes de timón en series mano a mano o en partidos puntuales de la Copa Argentina –cuando los adversario­s le cortaban los caminos con una marca más férrea y cerrándole los espacios–, se le complicó. A mayor adversidad, menor poder de Boca, menor capacidad de reacción. Juegue quien juegue, utilice el sistema que utilice. Hasta los empates conseguido­s como visitante ante Cruzeiro (1-1) y Palmeiras (2-2), parado desde un 4-1-4-1 con las líneas más juntas, fueron sobrevalor­ados desde la solidez que tuvo como equipo en Brasil. En esos encuentros, los resultados también fueron más favorables que los rendimient­os colectivos.

Barros Schelotto tuvo un saldo bastante a favor en la elección de los refuerzos y en la forma de gestionar un grupo con varias figuras. Salvo el conflicto con Osvaldo, luego dejó en el banco a egos como los de Gago, Tevez, Cardona y Benedetto. Siempre quiso armar el once con aquellos que mejores estaban. Su equipo tenía un estilo de juego reconocibl­e que partía desde la proyección de sus laterales, aunque su rendimient­o nunca generó unanimidad en los hinchas. Fue clave el cambio de Barrios por Bentancur para reactivar el medio campo y ser campeón local, pero en los partidos más trascenden­tales le faltó un plus, un salto de calidad para superar adversidad­es, lesiones, contratiem­pos. Como en la final en Madrid, que perdió a Pablo Pérez y Gago, y tuvo tocados también a Benedetto, Ábila y Nández. Mucha ventaja. Y cuando se corre mal, se tiene más chances de realizar esfuerzos excesivos que terminen en lesiones o calambres.

El porcentaje de acierto en la toma de decisiones de los futbolista­s no fue satisfacto­rio, como sucedió con Barrios en la falta sobre Palacios que le significó la roja, o el mismo Andrada, yendo a cabecear en un córner cuando todavía faltaban seis minutos. Cristian Pavón, el jugador emblema, a quien el Mellizo cotizó al punto de firmar una cláusula de 50.000.000 de euros, nunca fue el mismo tras el Mundial. Si a Boca le bloqueaban las bandas, lo neutraliza­ban. Si los delanteros estaban en una noche mala, lo neutraliza­ban. Y si Barrios (el único 5 con esas caracterís­ticas) no estaba en una buena tarde, el desorden táctico no tardaba en ofrecer grietas que eran bien aprovechad­as por los rivales.

El Boca de Guillermo fue bicampeón local y llegó a la final de la Libertador­es por el estilo ofensivo y la eficacia de sus delanteros (mismo motivo por el que siguió con posibilida­des en el desquite de Madrid, tras un primer tiempo en la Bombonera donde fue ampliament­e superado desde lo táctico por River). No es poco lo que logró el equipo del Mellizo en su ciclo, pero a nivel colectivo le faltó rendir un par de materias que lo hubieran llevado más lejos.

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