LA NACION

Gatitos bonsái, una señal que no supimos ver

- Ariel Torres @arieltorre­s

Por una de esas asociacion­es de ideas que la conciencia a veces dispara y que se parecen mucho a una gran carambola sobre el paño verde, me acordé de una de las primeras fake news que circularon por internet. La semana que viene se cumplirán 18 años, pero en esta ocasión no me interesa el aniversari­o. No hay nada que celebrar, de hecho.

En diciembre de 2000, un estudiante del Massachuse­tts Institute of Technology (MIT) al que le sobraba tiempo y le faltaban neuronas, puso en línea un sitio en el que se vendían gatitos criados en botellas. Lo llamó, sin demasiado ingenio, bonsaikitt­en.com.

En general, la primera reacción antebonsai­kitten.com fue la de creer que el sitio y sus nefastos productos eran reales. La primera reacción fue creer. Ha pasado mucho tiempo y los detalles se me han ido borrando, excepto uno: que me escribió y me llamó mucha gente indignada porque había creído en esta fake news. Página 12 publicó un artículo en el que tomaba al sitio como algo real.

Mi primera reacción fue más bien la opuesta. Un poco de biología básica alcanzaba para darse cuenta de que un mamífero no podría sobrevivir confinado a una botella. Pero cuando fui al sitio entré en shock. Parecía que realmente alguien estaba haciendo algo así de espantoso.

Eso cambió cuando entré en la galería de fotos de, supuestame­nte, gatitos bonsai. Las imágenes no probaban nada, y basta que se note el pase de manos para que todo el truco fracase. La Galería mostraba la hilacha, y al final todo era una broma de pésimo gusto, y nada más.

Lo que no pudimos ver en aquél momento fue que a pesar del delirio biológico de criar gatos dentro de botellas, creímos. Compramos. Entramos en la lógica del mentiroso.

Es exactament­e lo que hoy preocupa a las clases dirigentes y a las democracia­s en general. Funcionó así: los que defendemos los derechos de los animales queríamos creer en bonsaikitt­en.com porque probaba que había un enemigo contra el que luchar. Es decir, el mecanismo que nos hace creer en una noticia falsa está compuesto de dos partes. Una es la mentira disfrazada de verdad. La otra proviene de nosotros.

La acción de las fake news es la de reforzar algo que constituye nuestra visión del mundo. Puede ser algo loable o una burrada. Es lo de menos. Como es muy improbable que sometamos nuestro sistema de valores y creencias a examen, que lo pongamos en duda, las fake news, al revés que las verificada­s, están diseñadas para disparar una reacción emocional. Estemos en contra o a favor, suspenden nuestro pensamient­o racional y pasamos a la batalla verbal (o a las urnas o a las armas) sin que medie ninguna reflexión. Esto, se entiende, no es demasiado sano para una sociedad.

Como dije entonces, el mundo empeora cuando un papanatas pone en línea un sitio que (supuestame­nte) vende gatos sometidos a una tortura inconcebib­le. Pero sería mucho peor si un Estado censor controlara lo que se publica. La mala noticia es que en las democracia­s las fake news pueden publicarse libremente; la buena noticia es que en las democracia­s las fake news pueden publicarse libremente. Y esto no es ningún juego de palabras.

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