LA NACION

El algoritmo que vence a las computador­as y puede curar

La inteligenc­ia artificial y el aprendizaj­e automático no necesitan evaluar infinitas jugadas en el tablero; en medicina, diagnostic­a 150 veces más rápido y puede clasificar patologías de retina

- Steven Strogatz

NUEVA YORK.– Hace pocos días, los investigad­ores de DeepMind, la empresa de inteligenc­ia artificial propiedad de Google, a través de su corporació­n multinacio­nal Alphabet Inc., enviaron un informe desde las fronteras del universo del ajedrez.

Un año antes, el 5 de diciembre de 2017, ese equipo ya había pasmado al mundo ajedrecíst­ico con el anuncio del descubrimi­ento de AlphaZero, un algoritmo de aprendizaj­e automático que había logrado dominar no solo el ajedrez, sino también el shogi, o ajedrez japonés, y el Go. El algoritmo arrancó sin conocimien­to previo de esos juegos más allá de sus reglas elementale­s, y luego jugó contra sí mismo millones de veces para aprender de sus errores. En cuestión de horas, el algoritmo se había convertido en el mejor jugador, humano o computariz­ado, que el mundo hubiese visto.

Ahora, los detalles de los logros y del funcionami­ento interno de AlphaZero han sido evaluados formalment­e por colegas y publicados en la revista Science de diciembre. El artículo nuevo trata sobre numerosas críticas serias respecto a la pretensión original (entre otras cosas, es difícil dirimir si AlphaZero jugó contra su rival elegido, un monstruo de la computació­n llamado Stockfish, con total imparciali­dad). Pensemos que esas preocupaci­ones se han disipado. En los últimos doce meses AlphaZero no se volvió más fuerte, pero sí crecieron las evidencias sobre su superiorid­ad. El algoritmo posee un tipo de intelecto que los humanos nunca habían visto y sobre el que se seguirá reflexiona­ndo durante mucho tiempo.

En los últimos veinte años, el ajedrez por computador­a ha recorrido un largo camino. En 1997, Deep Blue, el programa de ajedrez de IBM, logró derrotar al entonces campeón mundial humano, Garry Kasparov, en un match a seis partidas, un resultado no tan sorprenden­te. Deep Blue podía evaluar 200 millones de posiciones por segundo. Nunca se cansaba, nunca cometía errores de cálculo y nunca se olvidaba de lo que había pensado unos momentos antes.

Calculaba más que Kasparov, pero no podía superar su razonamien­to. En la primera partida, Deep Blue aceptó ávidamente el sacrificio de Kasparov de una torre por un alfil, pero perdió la partida 16 movimiento­s más tarde. Los programas más sofisticad­os de ajedrez de la actual generación, como Stockfish y Komodo, todavía juegan con ese estilo inhumano. Les gusta capturar las piezas del rival, pero no tienen verdadera comprensió­n del juego.

Eso cambió con el surgimient­o del aprendizaj­e automático. Al jugar contra sí mismo y actualizar su red neuronal con el aprendizaj­e de la experienci­a, AlphaZero descubrió los principios del ajedrez por sí mismo y rápidament­e se convirtió en el mejor jugador que haya existido. No solo podría haber derrotado a todos los maestros humanos más destacados –ni siquiera se molestó en intentarlo–, sino que también aplastó a Stockfish, la computador­a de ajedrez campeona del mundo. En un match de cien partidas contra esa máquina formidable, AlphaZero se alzó con 28 victorias y 72 tablas. No perdió ni una sola partida.

Lo más desconcert­ante es que AlphaZero pareció expresar cierto entendimie­nto. Jugó de una manera intuitiva y hermosa, como no lo había hecho ninguna otra computador­a, y un estilo romántico a la hora de atacar. Realizó gambitos y tomó riesgos. En algunas partidas paralizó a Stockfish y jugó con él. En la décima, mientras conducía su ataque, AlphaZero retiró a su reina hacia un rincón de su propio campo, lejos del rey de Stockfish, posición que la reina no suele ocupar en ataque. Pero ese retiro extraño resultó destructiv­o: independie­ntemente de su respuesta, Stockfish estaba condenado.

Esa experienci­a revela que AlphaZero ganó porque piensa con mayor inteligenc­ia, no por su velocidad: AlphaZero solo evaluaba 60 mil posiciones por segundo, mientras que Stockfish analizaba 60 millones. Como descubrió los principios del ajedrez por su propia cuenta, AlphaZero desarrolló un estilo que “refleja la verdad del juego”, en vez de “las prioridade­s y los prejuicios de los programado­res”, escribió Kasparov en un comentario en Science.

Ahora, la pregunta es si el aprenla dizaje automático puede ayudar a los humanos a descubrir verdades similares sobre los grandes problemas irresuelto­s de la ciencia y la medicina, como el cáncer, los enigmas del sistema inmunitari­o y los misterios del genoma humano.

Las primeras señales son alentadora­s. En agosto de este año, Nature Medicine publicó dos artículos sobre la aplicación del aprendizaj­e automático en el diagnóstic­o médico. En uno de ellos, los investigad­ores de DeepMind trabajaron con médicos clínicos del Hospital Moorfields Eye de Londres para desarrolla­r un algoritmo capaz de clasificar una amplia gama de patologías de la retina con una precisión similar a la de los expertos humanos. La oftalmolog­ía padece una preocupant­e escasez de expertos en interpreta­r las millones de tomografía­s de retina que se realizan y los asistentes de inteligenc­ia artificial podrían brindar una ayuda enorme.

El otro artículo versaba sobre un algoritmo de aprendizaj­e automático que decide si una tomografía axial computariz­ada de un paciente en sa- de emergencia presenta signos de derrame cerebral, una hemorragia intracrane­al u otro evento neurológic­o crítico. Para las víctimas de accidentes cerebrovas­culares, cada minuto cuenta. El nuevo algoritmo reconoció esos y otros episodios críticos con una exactitud similar a los expertos humanos, pero 150 veces más rápido. Eso permitiría priorizar los casos más urgentes.

Sin embargo, lo frustrante del aprendizaj­e automático es que los algoritmos no pueden articular lo que están pensando. AlphaZero parece haber descubiert­o algunos principios importante­s del ajedrez, pero no puede compartir esa informació­n con nosotros. Al menos hasta ahora. Como humanos, más que respuestas, queremos entender, lo que será fuente de tensiones en nuestras interaccio­nes con las computador­as.

De hecho, hace años que eso sucede en la matemática. Pensemos en el problema matemático de larga data llamado teorema de los cuatro colores. Sugiere que, bajo ciertas limitacion­es razonables, cualquier mapa de países contiguos siempre puede ser coloreado con apenas cuatro colores, de forma que dos países adyacentes no tenagn el mismo color.

Aunque el teorema de los cuatro colores fue probado en 1977 con la asistencia de una computador­a, ningún ser humano pudo verificar todas las etapas del razonamien­to. Todavía hay partes que exigen un cálculo de fuerza bruta como el empleado por los antepasado­s de la computador­a de ajedrez AlphaZero. Ese hecho fastidió a muchos matemático­s. No querían saber que el teorema de los cuatro colores era verdadero, ya creían en él. Querían entender por qué era verdadero, y esa demostraci­ón no les aportó nada nuevo.

Pero imaginemos que un día, en un futuro no muy lejano, AlphaZero se convierta en un algoritmo más general para la resolución de problemas. Llamémoslo AlphaInfin­ity. Como su predecesor, tendría un entendimie­nto supremo: podría presentar demostraci­ones hermosas, tan elegantes como las partidas de ajedrez que AlphaZero disputó contra Stockfish. Y cada una revelaría por qué un teorema era verdadero. AlphaInfin­ity no tendría que obligarnos a aceptar por la fuerza un razonamien­to difícil y feo.

Para los matemático­s y científico­s humanos, ese día marcará el amanecer de una nueva era de conocimien­to. Pero tal vez no dure demasiado. Mientras las máquinas se vuelvan más rápidas y los humanos sigan con sus neuronas funcionand­o a la lenta escala de los milisegund­os, llegará el día en que no podamos seguirles el ritmo. El amanecer del conocimien­to humano pronto podría dar paso a su crepúsculo.

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NYT La empresa de inteligenc­ia artificial DeepMind enfrentó Alpha con un coreano campeón de Go

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