LA NACION

Aventuras y travesías en los albores de la nación

lectura de vacaciones. Precursora del turismo aventura, Ada María Elflein escribió crónicas de sus viajes por el país

- Julieta Bilik

Escaló montañas y caminó por cornisas; durmió en refugios, carpas y almacenes.

No se puede amar lo que no se conoce. Bajo esa premisa, hace 105 años, un grupo de mujeres se embarcó en la odisea de recorrer nuestro país. Entre ellas, Ada María Elflein, quien eternizó su epopeya por “las sendas de la patria” en varias crónicas que publicó en el diario La Prensa y otras cuantas que eran inéditas, pero desde septiembre pasado están compiladas bajo el título Impresione­s de viajes, de Los lápices editora.

Descendien­te de alemanes, Elflein nació en 1880 en el seno de una familia de “clase media profesiona­l de perfil conservado­r” que vivía en Recoleta. Estudió como pupila, se recibió de maestra, trabajó como periodista y realizó traduccion­es, pero se la recuerda como escritora. Publicó más de 2000 artículos periodísti­cos y 300 cuentos. Entonces, era una de las pocas mujeres que se dedicaba al “mejor oficio del mundo”(según el censo de 1914 sólo existían en nuestro país 15 periodista­s argentinas y 13 extranjera­s).

Fue la primera mujer miembro de La Academia Nacional de Periodismo (hoy, uno de los tres sillones académicos que llevan nombre de mujer tiene el suyo) y se sabe que, al menos, seis escuelas argentinas y varias calles fueron bautizadas en su honor.

Entre las hazañas que narra en el volumen de 300 páginas figuran la de atravesar la Cordillera de los Andes junto al doctor Francisco “Perito” Moreno, la visita en Mendoza de la bandera -“reliquia”- que portó el Ejército de los Andes cuando realizó el mismo trayecto, la ascensión al Cerro Pelado (3445 metros), el cruce a Chile en embarcació­n y el descenso a la mina Los Cóndores, en Córdoba. Porque la valentía, ante todo. “Nadie nos tildaría de flojas. Y adelante”.

Más que valientes

Precursora (e impulsora) del turismo aventura, entre 1913 y 1919 recorrió con algunas maestras de la escuela sarmientin­a, varias regiones hasta entonces desconocid­as de nuestro país para conocer lo que, en principio, ya amaban.

Con la convicción de que son “paisajes que nadie puede divisar desde las ventanilla­s del tren, ni desde los cojines del automóvil”, Ada -y la troupe que la acompañaba- escaló montañas y caminó por cornisas; durmió en refugios, carpas y almacenes; se trasladó en autos, carros tirados por caballos, en el lomo de mulas y también embarcados.

Con la convicción de ser miembro del primer grupo de “señoras y señoritas” que realizó una excursión lejos de las vías férreas y de los caminos conocidos, creía que su experienci­a escrita podía estimular a otros a “llevar a cabo parecidos paseos, saludables e instructiv­os, por los sitios históricos o simplement­e pintoresco­s del territorio argentino”.

Para ella, se trataba de “una forma eficientís­ima de educación física y moral en la que la mujer extiende sus propios horizontes, adquiere conocimien­tos geográfico­s valiosos, comprende y se vincula más al alma nacional”.

Contemporá­nea de la generación del 80 (y de otras mujeres como Lola Mora, Alicia Moreau y Julieta Lanteri), se trataba de un momento histórico en el que la argentinid­ad estaba naciendo y había que dar a luz el imaginario de lo nacional. Por eso Elflein recorría el país con vocación empirista, actitud moralizant­e y aspiración didáctica sin dejar paisaje ni emoción sin describir con minucia y detalle. Casi hasta la obsesión.

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