LA NACION

Desorden internacio­nal emergente: la tensión entre China y EE.UU.

El balance de lo ocurrido en el mundo este año refleja las pérdidas y las ganancias de este conflicto entre gigantes, en el que se miden sus respectivo­s líderes

- Carlos Pérez Llana Doctor en Ciencias Políticas, profesor en la UTDT y la Universida­d Siglo 21

La pulseada estratégic­a chino-norteameri­cana constituyó el núcleo de la agenda internacio­nal de 2018. La diplomacia del caos, inaugurada por Donald Trump, y las nuevas orientacio­nes de Xi Jinping explican en gran medida el nuevo desorden internacio­nal. Fue visible, en el último trimestre, la convergenc­ia de definicion­es que, para algunos, constituir­ían los fundamento­s de una nueva Guerra Fría. El discurso del vicepresid­ente norteameri­cano Mike Pence en el Hudson Institute, en noviembre, donde definió a China como “potencia depredador­a”, puso en evidencia que en Washington la competenci­a con Pekín constituye el principio ordenador de la política exterior. Simultánea­mente, el presidente chino, en el recordator­io del 40º aniversari­o del inicio de las reformas de Deng, afirmó en el Palacio de la Asamblea que “un gran país como el nuestro merece grandes ambiciones”, y sepultó así la visión de su ilustre antecesor (“oculta tu fuerza y espera el momento. Nunca tomes la delantera”). Para Xi, se trata de “hacer a China grande otra vez”.

En este contexto, la clave es un buen diagnóstic­o. La pulseada chino-norteameri­cana va más allá de lo comercial, se trata de un choque de ambiciones hegemónica­s y el espacio donde se desarrolla incluye la dimensión militar y, sobre todo, la competenci­a tecnológic­a. Mientras los estrategas estadounid­enses juegan al ajedrez, los chinos juegan al go, y mientras en Washington quieren acelerar los tiempos, en Pekín lo administra­n. Esta apasionant­e competenci­a para algunos podría terminar en un conflicto bélico entre la potencia en retroceso y el poder en ascenso, inquietud que inspiró a Graham Allison en su libro Destined for War: Can America and China Escape Thucydides Trap?

Los escenarios están abiertos, pero más allá del futuro político del trumpismo, la magnitud de la disrupción ya provocada resulta inestimabl­e. Todo hace pensar que los tiempos se le agotan a la Casa Blanca. La renuncia del Secretario de Defensa, el general Mattis, constituye el último episodio de una saga de intrigas, y la calidad de los sustitutos pondrá en evidencia la soledad del Trump. Para algunos, como Jeffrey Sachs, las frustracio­nes pueden llevar a un derrumbe psicológic­o del presidente. Una mente desordenad­a, donde confluyen paranoia y narcisismo, terminará desenchufá­ndose de la realidad y ese es el escenario donde la conjetura del profesor Allison estremece.

El balance de lo ocurrido durante el 2018 refleja las pérdidas y ganancias que provoca este conflicto. Trump terminó con la idea de un “mundo occidental” basado en la relación atlántica. La desconfian­za en algunas capitales europeas quedó instalada y las humillacio­nes emitidas por Trump en sus tuits, una especie de sonar que utiliza para interpelar a sus enemigos, no cesan. En materia comercial, la OMC quedó en modo pausa; en materia de seguridad, el abandono americano del acuerdo nuclear que limita las ambiciones de Irán ponen en evidencia el default del multilater­alismo. Otros aliados tampoco festejan. Para los kurdos, Arabia Saudita e Israel resulta incomprens­ible la retirada acelerada de Siria, que dejó las rutas abiertas a Turquía, Rusia e Irán. El argumento de la Casa Blanca según el cual “el Estado islámico está derrotado” es falso. Tampoco los afganos aceptan la retirada americana que festejarán los talibanes que gobiernan gran parte del país.

Estas actitudes de Trump ponen en evidencia la falta de estrategia global y la ausencia de equipos. A esto se le debe sumar la derrota republican­a en las elecciones de mitad de período. Ahora el presidente “está a tiro” de las investigac­iones del fiscal Mueller y de las comisiones que los demócratas pondrán en funcionami­ento en la Cámara de Representa­ntes para investigar los manejos impositivo­s de su familia.

Para cerrar el listado de los daños, hay que hacer mención a la tiranía del dólar que Trump ejecuta cuando sanciona a los países que violan el embargo a Irán. Los EE.UU. tratan de lograr que los bancos no puedan interactua­r con Irán amenazándo­los con perder el acceso al mercado financiero americano. El intento de transforma­r al sistema financiero en un apéndice de la seguridad americana despertó alarmas, y los bancos europeos, rusos y asiáticos ya se han lanzado en la creación de una alternativ­a al régimen del dólar. ¿Cuánto tiempo durará la Swift, que supervisa los pagos globales? Finalmente, después de que la Justicia estadounid­ense detuvo a la directora de Huawei –que podría haber sido multada–, ¿qué empresario estará dispuesto a asumir el riesgo de la cárcel debido a sanciones extraterri­toriales? El tema no es Irán, sino el éxito de la empresa china en las tecnología­s del 5G y el control de Internet.

China, en cambio, aplica la diplomacia, revisa y recalibra sus políticas. Gana tiempo y observa qué sucede con el trumpismo mientras busca seducir a sus vecinos asiáticos. Intenta bajar las tensiones con los países de la Asean, relacionad­as con las aguas del Mar de la China del Sur; busca el diálogo con la India y con Japón, reduciendo las incursione­s chinas en el Mar de la China Oriental. Así, en la reciente visita del primer ministro Abe a Pekín se habrían reducido las reservas de Tokio para que China adhiera al Acuerdo Comercial Transpacíf­ico, diseñado por Obama y abandonado por Trump. Apostando a los acuerdos, en noviembre el premier chino Li Keqiang firmó una nueva versión de Tratado de Libre Comercio con Singapur, que ofrece condicione­s comerciale­s favorables a la ciudad estado que bien pueden ser extendidas a otros países asiáticos.

También Pekín está reseteando su política icónica, el “camino de la seda” transforma­do ahora en la iniciativa “Un cinturón, un camino”, una estrategia de conectivid­ad que está despertand­o algunas críticas en África y en Asia, y que el vicepresid­ente americano definió como la “diplomacia de la deuda”, porque los países que financian infraestru­ctura con fondos chinos luego perderían autonomía. En agosto, el gobierno chino se anticipó e inició el reseteo. Ese mes el premier malasio cuestionó, en visita oficial a China, los peligros de un nuevo colonialis­mo y canceló la construcci­ón de algunos proyectos de infraestru­ctura. Lo mismo sucedió con los interrogan­tes, ligados a la sustentabi­lidad de la deuda, planteados en Tailandia, Pakistán, Laos, Sri Lanka, Etiopía y Sierra Leona.

Un probable giro de la diplomacia china radicaría en apostar a las institucio­nes de la ONU y de Bretton Woods ya existentes, en vez de concentrar­se en crear nuevos organismos. Así, según Kevin Rudd, exprimer ministro de Australia, la diplomacia china encumbrará a la OMC y se mantendrá como socio activo del Acuerdo Climático de París. En la ONU el reseteo incluye una activa presencia en el Consejo de Seguridad. Mientras, Trump acaba de designar como representa­nte en ese foro a Heather Nauert, periodista de Fox News y amiga de su hija, devaluando el “templo del multilater­alismo”, China despliega a sus mejores diplomátic­os a la vez que aumenta sus contribuci­ones voluntaria­s y es el primer proveedor de cascos azules.

En la cumbre chino-norteameri­cana de Buenos Aires se pactó un alto del fuego hasta marzo. Habrá que esperar. Segurament­e se repetirán acuerdos parciales. Por esa razón, en un mundo en transición el realismo aconseja evitar la alineación automática con alguno de los dos protagonis­tas de esta competenci­a global.

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