LA NACION

Trama que juega con las digresione­s

- Felipe Fernández PArA LA NACION

Un hombre con medio cuerpo sepultado bajo unos escombros es el extravagan­te propulsor de la narración de Enterrados. El libro de Miguel Vitagliano (Buenos Aires, 1961) aborda dos historias amorosas –la de Bartolomé Mitre y Delfina Vedia, y la de Elisa Lynch y Francisco Solano López– que se van ramificand­o con pequeños comentario­s al margen y confluyen en la Guerra de la Triple Alianza.

El anónimo “enterrado” funciona más bien como una abstracció­n y es asistido por una primera persona muy intermiten­te (“creo que dijo…”; “lo vi girar la cabeza…”). En las piedras que lo rodean ve los rostros de quienes aparecen en su relato: “Como si el territorio de escombros estuviera parcelado en su imaginació­n y los escombros fueran fichas de una biblioteca. Fichas de piedra que obedecían a la necesidad de lo que contaba”.

El tema de las piedras reaparece en diferentes momentos (“Elisa jugaba a ser piedra y él [el enterrado] se empeñaba en hacerlas hablar”) y es uno de los elementos con los que Vitagliano pone en marcha un infatigabl­e motor asociativo: de las “manchas” que Xavier de Quatrefage­s, el esposo de Elisa Lynch, ve cuando pierde la visión de un ojo, pasa a Flaubert y a las “manchas de lo que debía ser su novela”, Madame Bovary (que será leída en cinco tardes por Elisa). En un pasaje (vía Dupin-Estados Unidos) vincula los nombres de George Sand, Edgar Allan Poe y Sarmiento. En otro, la berlina que lleva a la dama irlandesa por las calles de Asunción le da pie para analizar la evolución de los medios de transporte y citar a Ezequiel Martínez Estrada a propósito de lo que representó la invención del automóvil. O, en otra parte, compara las infeccione­s padecidas en sus piernas por los soldados de la Triple Alianza con los tormentos similares sufridos por la columna guerriller­a enviada por el Che Guevara a Salta en la década de 1960 y recuerda que en esa provincia se filmaron varias secuencias de Taras Bulba.

Si estas digresione­s (o “derivas”) hubiesen sido insertadas en notas al pie de página, el texto habría sido despojado de su coloratura esencial. Deben aceptarse como piezas fundamenta­les de la estructura de Enterrados, porque invitan a disfrutar de un laborioso juego intelectua­l cuyas sutiles conexiones, además de ir conformand­o una envolvente sincronía de hechos e ideas referidos a ese período del siglo XIX, trasciende­n la época y resuenan en el presente con nuevos interrogan­tes.

La Divina Comedia, obra a la que Mitre dedicó gran parte de su vida a traducir, proporcion­a un leitmotiv a Enterrados que no solo permite relacionar a Galileo, Boccaccio, Balzac, Virgilio o Borges, sino también explorar un aspecto más íntimo de la compleja personalid­ad de Mitre y adentrarse en los dilemas idiomático­s que implica traducir al español los versos de Dante.

El horror de la Guerra del Paraguay que, junto con la de Crimea, fue considerad­a la más sangrienta entre 1815 y 1914, sirve para analizar las ambiguas máscaras que se exhiben en torno al enfrentami­ento conceptual de civilizaci­ón versus barbarie. Vitagliano menciona a Sarmiento, la frase de Borges sobre el Facundo y el Martín Fierro, alude a su cuento “El fin” y cita también a Alberdi que, en El crimen de la guerra, escribió: “¿Será la civilizaci­ón el interés que lleva a los aliados al Paraguay? A este respecto sería lícito preguntar si la llevan o van a buscarla…”.

El autor elige un estilo despojado y distante que otorga fluidez a las idas y venidas entre la trama central de

Enterrados y las partes más expositiva­s. No pierde el hilo de la narración, pero tampoco renuncia al afán asociativo que, en los momentos más extremos, parece querer dar la impresión de que todo puede relacionar­se con todo.

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Enterrados Miguel Vitagliano Edhasa274 páginas$ 495

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