LA NACION

Lola Chomnalez. El enigma que quedó dentro de una mochila

A cuatro años del asesinato de la adolescent­e de 15 años en el balneario uruguayo de Valizas, el rastro genético encontrado entre sus pertenenci­as aún no pudo ser identifica­do; la causa sigue estancada en el juzgado del departamen­to de Rocha, donde no tie

- Texto José María Costa Enviado especial

No hay un cartel ni siquiera alguna foto gastada por el paso del tiempo y las inclemenci­as propias de una zona costera, que recuerden que allí, cuatro años atrás, fue encontrada muerta y semienterr­ada en un médano la adolescent­e argentina Lola Chomnalez, asesinada en los últimos días de 2014. Sin detenidos y con la causa en una virtual parálisis, Valizas, uno de los parajes preferidos por los turistas que buscan evitar la exposición y el glamour esteño, comenzó una nueva temporada con la calma que caracteriz­a el lugar.

La casa donde estaba la joven con familiares, el lugar donde fue encontrado su cuerpo y los caminos que se recorriero­n cientos de veces durante la búsqueda parecen haber quedado atrás, y la sensación de que “acá no pasó nada” es la que reina cuando alguien pregunta sobre el crimen que continúa impune.

La pequeña plaza en la que desemboca la calle principal ahora cuenta con una escuela de circo donde jóvenes muestran sus destrezas y recogen algunas monedas ante cada pirueta mientras, a unos 50 metros, se puede observar el techo de la casa donde se alojó Lola aquel verano. Ese techo ya no es de paja y madera. Ahora luce chapas de cinc. También el pequeño balcón que mira de costado al mar sufrió modificaci­ones. La causa, en cambio, parece detenida en el tiempo.

El abogado de la familia de Lola, Jorge Barrera, se lamentó ante de la falta de novedades la nacion respecto del crimen. “Han pasado cuatro años de investigac­iones, testigos, pruebas, indagados, informes periciales, y no hay avances lo suficiente­mente contundent­es para darle la respuesta que la familia merece y espera pacienteme­nte”.

Y agregó: “No podemos decir que no se ha trabajado porque la causa tiene un número de cuerpos que avalan los esfuerzos que se han hecho desde la fiscalía, la Justicia y nuestro patrocinio, pero ni siquiera el cotejo del ADN encontrado con el banco genético que existe en el país dio resultados positivos. De todas formas, tanto la familia como nosotros no vamos a abandonar la búsqueda de la verdad ni permitir que el caso continúe impune”.

Adriana Belmonte, la madre de Lola, había cuestionad­o que la Justicia uruguaya fuera tan lenta. “La distancia suma y colabora a esa lentitud”, dijo el año pasado. La familia de Lola viajó en tres oportunida­des durante 2018 a Rocha para poder seguir de cerca el expediente.

Lola tenía 15 años cuando a las 14 del 28 de diciembre de 2014, mientras estaba alojada en la casa que su madrina había alquilado en Valizas, decidió salir a caminar por un sector costero de 6 kilómetros que une ese paraje con el balneario Aguas Dulces.

La adolescent­e saludó a sus familiares y salió con su mochila rosa cargada con una botella de agua, un libro de Julio Cortázar y 2500 pesos uruguayos. Sería la última imagen con vida que se tendría de Lola, que 48 horas después fue encontrada muerta en un monte apartado a unos 100 metros de la línea de playa.

El crimen habría ocurrido minutos después de su salida y la causa de la muerte fue “asfixia por compresión” contra la arena. El cuerpo presentaba cortes en el cuello, un brazo y no había signos de una agresión sexual.

Lo que seguiría sería una frenética ronda de más de 10 detencione­s que durarían pocas horas, lo que complicarí­a aún más la causa que cambió de magistrado en tres oportunida­des. La compleja investigac­ión primero apuntaría a la familia de la adolescent­e de Palermo, luego a gente de la zona, pero nunca con una pista firme.

El primer sospechoso que se buscó fue “un hombre delgado, alto, canoso y de unos 40 años” a quien un testigo vio cerca de Lola caminando en la misma dirección que la adolescent­e porteña.

El primer detenido con ese perfil sería el Conejo Richard Gutiérrez, a quien se liberó días después al no ser identifica­do en el juzgado por las dos personas que dieron testimonio para armar el identikit.

Gutiérrez había quedado complicado, más allá del parecido al identikit, por encontrars­e trabajando junto a un compañero, Juan Sosa, en un techo de una casa casi al final de la playa de Valizas, en dirección a Aguas Dulces, desde donde se podía ver el recorrido que hizo Lola.

Según Sosa, el Conejo había desapareci­do de su lugar de trabajo por unos minutos y, más tarde, reapareció con dinero.

Sin embargo, Sosa no sostuvo firme su posición en el careo y la madre de Gutiérrez aseguró que fue ella quien le dio dinero durante las horas del crimen. Esta liberación significar­ía la salida de la primera jueza intervinie­nte.

A pesar de que las fojas y libros dentro del expediente se fueron acumulando, las certezas no llegaron a la investigac­ión.

Entre las dificultad­es que tuvo la pesquisa se encuentra el cambio de jueces en dos oportunida­des. Quien dirigió el caso los primeros nueve días fue Marcela López, que subrogaba a Silvia Urioste Torres.

La gran presión y repercusió­n que tuvo el caso llevó a que López pidiera apartarse de la investigac­ión el 9 de enero “por estrés”, antes de terminar la subroganci­a. La causa quedaría en manos de una jueza de paz durante cuatro días en los que se paralizarí­a. Recién el 13 de enero asumiría la titular del Juzgado de Segundo Turno de Rocha, Urioste Torres. Un día después encontrarí­an la mochila de Lola y comenzaría un nuevo interrogan­te.

La única pista

Cuando habían pasado 16 días del crimen y a menos de 50 metros de donde estaba el cuerpo de Lola, se halló la mochila que estaba enterrada. Según informó en ese momento el Ministerio del Interior uruguayo, a cargo de la seguridad en el país vecino, “se procedió a la apertura del objeto hallado, constatánd­ose que le pertenecía de acuerdo a los objetos encontrado­s en la misma”.

“La Justicia y los investigad­ores del caso continúan en la búsqueda de más pruebas que puedan develar al autor del crimen”, decía el comunicado del 14 de enero de 2015 y agregaba que se trataba de “un importante avance hacia la resolución del caso”.

Dentro de la mochila, color rosa chicle, se encontrarí­an todas las pertenenci­as de la víctima: la billetera con el DNI, un libro y un pareo. Lo único que no estaba era el dinero que llevaba cuando salió de la casa que compartía con su madrina. En total eran alrededor de 100 dólares los que tenía Lola en su poder. Ese sería el punto de partida para una nueva hipótesis en la causa: el robo seguido de muerte.

A pesar de que el peritaje determinó que la mochila estuvo en ese lugar más de 14 días y soportó una intensa tormenta, eso no disipó las dudas sobre si el objeto no fue “plantado” en el lugar.

Esto se debió a que la zona donde apareció el cuerpo no fue resguardad­a por López. Cualquier persona podía recorrer el lugar al día siguiente del hallazgo. Nunca hubo custodia ni rastrillaj­e permanente hasta el cambio de magistrada.

Una semana después de hallar la mochila, se conoció el resultado de los peritajes que arrojarían una pista que, al día de hoy, es la más firme, pero que sigue sin respuestas. Se encontraro­n manchas de sangre en el pareo dentro de la mochila que son de un hombre.

Las mismas fueron cotejadas con las muestras de los detenidos y liberados. No coincidió con nadie aún. A partir de este momento, la causa comenzó a naufragar. En total fueron cerca de 40 los sospechoso­s investigad­os a lo largo de estos años. Además se hicieron cotejos de ADN cuyo resultado fue el mismo: ninguno fue el asesino de Lola.

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El momento del hallazgo del cuerpo de Lola Chomnalez
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La adolescent­e asesinada en 2014
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Diego Lima/archivo
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Archivo

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