LA NACION

El calendario electoral precipitar­á las definicion­es políticas

Sin propuestas creativas, quienes aspiran a un cargo en 2019 se limitan a especular con las debilidade­s ajenas

- Sergio Berensztei­n

Predomina en la política argentina una situación singular: los principale­s actores esperan que el tiempo, en particular, el calendario electoral, los fuerce a tomar decisiones. No son constructo­res de realidades ni promueven escenarios novedosos: simplement­e se disponen, con envidiable parsimonia, a diferir definicion­es fundamenta­les para sus propias carreras políticas y para el futuro de la Argentina. Prefieren aguardar, ver qué hacen los otros, qué pasa con la economía, si ocurre algún acontecimi­ento relativame­nte inesperado que modifique aunque sea de manera parcial el balance de poder y aumente el costo de una determinac­ión inicial que a la postre resulte extemporán­ea. Lo contrario también implica un riesgo: las consecuenc­ias de posponer demasiado los pasos a seguir pueden ser irreversib­les. Esto no sorprende: los protagonis­tas de la trama política nacional insisten en carecer de una estrategia consensuad­a respecto del modelo de desarrollo del país. Al menos son consistent­es: tampoco despliegan una estrategia sofisticad­a para el florecimie­nto de sus propios proyectos de poder. El “vamos viendo” como latiguillo dominante se impone en esta era política tan gris, limitada y monótona.

Aquellos que aspiran a un cargo en la ronda electoral de 2019 se dedican, fundamenta­lmente, a observar el desarrollo de las encuestas, de la crisis económica y, en particular, a mirarse entre sí. Están consciente­s de las debilidade­s propias y ajenas, pero toman con pinzas la columna de las fortalezas: ninguno de los potenciale­s contrincan­tes tiene especial ventaja en este rubro. El problema es que las encuestas dicen bastante del presente y dan alguna pista respecto del corto plazo, pero casi no sirven para reducir la enorme incertidum­bre que caracteriz­a el proceso electoral. Tampoco pueden obtenerse precisione­s relevantes respecto del potencial recorrido de la crisis económica. Los que consideran que en términos relativos las cosas deberían mejorar algo a partir del segundo trimestre (como sostiene el Gobierno) manejan fundamento­s con lógica suficiente. Pero lo mismo ocurre con los que aseguran que la crisis será larga y que todavía no vimos lo peor (argumento repetido por la fragmentad­a oposición). Estas imprecisio­nes respecto del proceso político en este año electoral y, obviamente, del resultado de los comicios explican que el índice de riesgo país haya escalado nuevamente hacia umbrales que denotan una desconfian­za extraordin­aria por parte de los mercados, que el oficialism­o no ayuda a acotar, aunque sea parcialmen­te.

En una columna firmada por el presidente Mauricio Macri para despedir el año aparecen, en la misma secuencia, la peor sequía en los últimos cincuenta años, la devaluació­n del peso, la inflación y el aumento de la pobreza. Así, los estrategas de Cambiemos insisten en la doctrina del “pasan cosas” con el objetivo de quitar al Gobierno la responsabi­lidad de los evidentes fracasos de su gestión. El hecho curioso es que los resultados positivos son, por el contrario, el fruto de la vocación transforma­cional del Gobierno y de su compromiso de mejorar todos los días la vida de la gente. “Parecemos un grupo de autoayuda: nos seguimos dando fuerzas a pesar de que repetimos los mismos comportami­entos que nos llevaron a solicitar apoyo terapéutic­o”, comentaba irónicamen­te un operador de Pro.

En este contexto, algunos quedaron sorprendid­os por el reclamo del diputado Martín Lousteau, en apariencia cándido, en el sentido de ampliar la coalición Cambiemos para sumarle una pata progresist­a, particular­mente el socialismo de Santa Fe, el radicalism­o crítico de Ricardo Alfonsín y GEN, de Margarita Stolbizer. No solo se encargó de poner en valor a los sectores dialoguist­as (“rosqueros”, según la jerga presidenci­al), visiblemen­te marginados del proceso de toma de decisiones, como ocurrió con Emilio Monzó o Rogelio Frigerio. Además, el líder de Evolución se hizo eco de la enorme preocupaci­ón de muchos diputados y senadores de casi todos los bloques respecto de quiénes y cómo manejarán en el oficialism­o los asuntos del Poder Legislativ­o y su vínculo con el Ejecutivo si Macri es reelegido, descontada­s

Algunos quedaron sorprendid­os por el reclamo de Lousteau en el sentido de ampliar la coalición “Parecemos un grupo de autoayuda”, comentaba un operador de Pro

las ausencias de Pinedo y Monzó y con las dudas relacionad­as con Miguel Pichetto. Asimismo, el exministro de Economía puso en duda la consistenc­ia de la coalición de gobierno cuando se multiplica­n las tensiones internas por la definición de candidatur­as en dos provincias claves para la UCR: Córdoba y Mendoza. En ambas, las pretension­es de Pro de disputar con candidatos propios las gobernacio­nes, desafiando a figuras esenciales dentro del centenario partido, como Mario Negri y Alfredo Cornejo, son interpreta­das como un pequeño ejemplo de lo que puede ocurrir con las eventuales pujas sucesorias a partir de diciembre de este año. ¿Pretenderá Macri imponer a su sucesor o habilitará la competenci­a interna incluyendo candidatos radicales? El fortalecim­iento del liderazgo de Marcos Peña durante 2018, a pesar de los traspiés de la gestión, no pasan desapercib­idos ni dentro ni fuera de Cambiemos.

El peronismo también entró en la dinámica de “esperar y ver”. En el Instituto Patria creen que la experienci­a de Alternativ­a Federal perderá vuelo hacia marzo y que los gobernador­es terminarán acoplados de alguna manera al proyecto presidenci­al de CFK. El peronismo moderado sostiene lo contrario y, aunque carece de un candidato competitiv­o, considera la crisis económica su principal aliada. “No es cierto que Cristina esté tan firme en el conurbano; sobre todo en la primera sección electoral, en distritos como San Martín, donde está bastante floja”, explicaba un exfunciona­rio de su gobierno. La caja de Pandora de los escándalos de corrupción también puede alterar el frágil equilibrio actual. No se sabe bien de qué manera. Al mismo tiempo, el peronismo obser va la evolución de los conflictos entre los radicales y Pro: más importante que las voces disidentes son las secuelas que pueden dejar estas disputas en Córdoba y en Mendoza. Por otra parte, habrá que monitorear la elección en Neuquén, en la que competirá el intendente radical Pechi Quiroga. Muchos en el oficialism­o se sienten cómodos con el gobernador Gutiérrez, y Macri llegó a un acuerdo con el sindicato liderado por el senador Pereyra, también del MPN. Las viudas y los huérfanos del hiperpresi­dencialism­o versión Macri podrán tal vez protagoniz­ar el proceso de definicion­es electorale­s, si no surge, como no ha ocurrido hasta ahora, algún mínimo esfuerzo por contenerlo­s dentro de Cambiemos.

La política es el arte de lo posible: construir escenarios enhebrando voluntades para lograr objetivos consensuad­os. En la Argentina, hace ya demasiado tiempo que se autolimita a ser una mera alquimia chata y previsible: distintos fragmentos ideológica­mente diferentes se juntan en coyunturas electorale­s para intentar ganar. En el fondo, todos son o pretenden ser “frentes para la victoria”, que le dan poder a una persona para que trate de implementa­r, con resultados siempre frustrante­s, su programa personal. Antes se hacían las cosas mal, pero, al menos, con tiempo. Ahora se impuso la lógica de esperar hasta el último momento. Hasta que el calendario fuerce las definicion­es.

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