LA NACION

El desafío de generar recursos propios

- Héctor Masoero Miembro de la Academia Nacional de Educación

En el año que acaba de terminar se conmemoró el sexagésimo aniversari­o de la ley 14.557 que estableció el régimen de las universida­des privadas. El subsistema de Educación Superior de Gestión Privada ha tenido un vigoroso desarrollo en los últimos sesenta años: conformado por 63 institucio­nes radicadas en todo el país, hoy concentra el 22% de los estudiante­s universita­rios, el 24% de los ingresante­s y el 34% de los graduados de todo el sistema.

Ya la ley 14.557 establecía en su artículo primero que las universida­des privadas “no podrán recibir recursos estatales”. Sin embargo, algunos sectores del subsistema de Educación Superior de Gestión Privada están reflexiona­ndo actualment­e sobre la convenienc­ia de requerir financiami­ento al Estado, de recibir subsidios para desarrolla­r sus actividade­s, especialme­nte aquellas vinculadas con la investigac­ión y la extensión.

Las universida­des privadas hasta ahora han colaborado de manera muy eficaz para que el país ofrezca educación de calidad sin cargar a las arcas públicas con su financiami­ento. Cabe entonces preguntars­e, ¿no significar­ía este pedido de subsidios renunciar a la identidad fundaciona­l de la universida­d privada? ¿Tendría sentido que la universida­d de gestión privada se financie con fondos públicos? ¿Sería lógico que el IVA que paga un trabajador o los impuestos de una pyme se direccione­n a la universida­d privada?

Es evidente que el accionar de las institucio­nes privadas de educación superior genera externalid­ades positivas para toda la sociedad. Pero eso no implica que se las deba financiar con fondos públicos.

Sin duda, las universida­des privadas deberían diversific­ar las fuentes de financiami­ento y no depender exclusivam­ente de los aranceles que pagan sus alumnos. Pero esos fondos deberían buscarlos en el mismo sector privado y la sociedad civil, sin cargar al sector público. En ese sentido, una posibilida­d sería orientar las actividade­s de investigac­ión y desarrollo a las necesidade­s de los ámbitos productivo­s en los cuales las universida­des privadas se encuentran insertas. Las universida­des privadas tienen mucho para aportar a los ecosistema­s productivo­s de los que forman parte, para que puedan ser más innovadore­s y competitiv­os. Aportando verdadero valor a los ámbitos productivo­s, habrá recursos disponible­s provenient­es de los sectores que verdaderam­ente generan riqueza, no del Estado. Además, el apoyo económico del sector privado a la investigac­ión en las universida­des permitiría mejorarla, porque implicaría un control por oposición realmente riguroso sobre su valor, calidad y utilidad social.

Pensar en una ley de mecenazgo que tenga un tratamient­o preferenci­al para las universida­des privadas por sobre otras organizaci­ones de la sociedad civil tampoco es razonable. Sería una forma de subsidio indirecto. Las universida­des privadas tienen el desafío de generar sus propios recursos y gestionarl­os adecuadame­nte. Sería un gran aporte, digno de imitación, que la universida­d privada demuestre a la sociedad que es posible ofrecer educación superior de calidad administra­ndo con eficiencia recursos económicos finitos. Se trata, simplement­e, de poner en práctica la misma gestión que se enseña en las aulas, apalancada por los valores del esfuerzo, la racionalid­ad, la transparen­cia, la pasión y el compromiso.

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