Julia Holter bajó de un ovni con una obra desafiante
Este presente de matices distópicos, caracterizado por la alienación general que ha potenciado el despliegue abrumador de las redes sociales y entorno ideal para la consagración de personajes tan extravagantes como Donald Trump y Jair Bolsonaro es un material recurrente para los artistas con conciencia política. Julia Holter la tiene. Y esta vez ha tomado como punto de partida a una frase de Master of Eclipse, un libro aun sin traducción al español de Etel Adnan, veterana poeta nacida en el Líbano y radicada en los Estados Unidos (“Me encontré una pajarera llena de pájaros chillando”), para edificar pieza por pieza, con paciencia de orfebre, un disco complejo, ambicioso y en diálogo controvertido con ese contexto caótico y hostil que nos perturba. “Leo las noticias y todo resulta inquietante, confuso, aterrador... El mundo puede ser un lugar muy inhóspito”, dijo hace unos días Julia, formada en el prestigioso CalArts de la Costa Oeste y que, con apenas 34 años recién cumplidos, ya tiene una obra admirable. Dispuesta a poner el riesgo el suceso (entendido en los términos de un artista independiente, es decir, a mediana escala) de su álbum anterior, Have You In My Wilderness (2015), el más diáfano y accesible de su carrera, Holter se despachó ahora con 90 minutos de música desafiante que abreva tanto en la psicodelia como en los cantos tibetanos. Para una artista que empezaba a pisar en firme en el circuito del pop, Aviary es una especie de salto al vacío al que se animan solo los que ignoran olímpicamente los beneficios de la proyección comercial. Es un disco incómodo que requiere atención sostenida, marcos de referencia y vocación para el asombro. “Turn The Light On” abre el fuego con un maremágnum sonoro que parece secuestrado del mitológico Universal Consciousness (1971) de Alice Coltrane. Es una advertencia prematura y oportuna para los desprevenidos. Ya casi sobre el final del extenso tracklist, en “Words I Heard”, Holter se disfraza de Björk para cautivar con una canción ensoñadora. Su estilo vocal le debe tanto a la estrella islandesa como a Kate Bush, otra aficionada a caminar por las cornisas.
Aun en un entorno completamente extraño, “Everyday is an Emergency” (un título que revela la mordaz inventiva de la autora), en cambio, puede irritar con su polifonía obtusa, empujada por un delirante (des)arreglo de gaitas. Funciona como evidente catarsis sonora durante cuatro exigentes minutos hasta que cambia de manera abrupta y se transforma en una nana celestial de esa misma duración.
Son las múltiples facetas de una obra en la que también andan merodeando Dante Alighieri, Safo de Mitilene y Aleksandr Pushkin. Aviary es un artefacto éxótico, un ovni para observar con cierto estupor. Analizado con cinismo o con malicia, puede parecer un formidable ejercicio de pedantería. Recibido con los brazos abiertos, se asemeja mucho más a un precioso regalo del cielo.