Un escenario con espectadores cada vez más pequeños
Los escenarios de los chicos registraron, en una temporada que nuevamente transcurrió sin grandes estrenos, el crecimiento de las funciones dedicadas a la primera infancia, una tendencia a cuyo desarrollo futuro valdrá la pena atender. La proliferación de puestas en escena dedicadas a un público de entre seis meses y tres años se ha encontrado con una corriente de público agradecida, rotando en circuitos de salas pequeñas, sobre todo en Abasto, Villa Crespo y Palermo.
El paulatino descenso de la edad promedio de los espectadores es un fenómeno de larga data. Hugo Midón lo notaba hace más de una década a partir de un movimiento creciente de ambuladores inquietos en los pasillos entre las butacas durante las funciones de sus obras. Con el paso del tiempo –y probablemente uso de pantalla de celular mediante– tomaron también los más chicos ciertos hábitos de espectador con la mirada puesta en el escenario. La otra cara de la moneda es la ausencia cada vez mayor de público de diez años para arriba, a menos que se trate de algún show derivado de las tiras televisivas de tónica preadolescente. Muchos elencos se adaptaron a la movida; quienes siguen generando obras para chicos mayores, como La Galera Encantada, no las representan ya los fines de semana, sino solo en funciones vendidas para escuelas.
Otros teatristas tomaron el toro por las astas y avanzaron más allá aún: convocaron a los más pequeños de todos y ni intentaron sentarlos en butacas convencionales, sino que los invitaron a ubicarse a ras del escenario en torno del mismo e incluso a realizar una inmersión activa en el acontecer escénico. Había hasta ahora algunas experiencias aisladas en el llamado teatro para bebés, como la de Gabriela Hillar en el marco del Proyecto Upa o la dirigida por Carla Rodríguez en Rosario. Pero recién a partir de Flotante, de Azul Borenstein y Natalia Chami, estrenada a fines de 2017, comenzaron a incorporarse en forma más decidida algunos elementos que podrían llamarse proto-dramatúrgicos, sobre una estética cuidada e incluso sofisticada.
Algunas obras planteadas en una primera versión para chicos de jardín de infantes fueron reformuladas para un escalón de edad menor: Pegamunditos, derivada de Pegamundos, con puesta en escena de Paula Sánchez;
Din Don Dragón, una obra de títeres de Mariel Lewitan y Sandra Antman, que tiene por antecedente para mayorcitos Pequeño dragón, ¡a volar!, o una adaptación de Umpinino, de la compañía de títeres El Bavastel, dirigida por Carolina Erlich.
Coincide esta tendencia hacia la primera infancia con una movida que tiene un fuerte desarrollo en el norte de Italia, Suiza y Bélgica, entre otros países. Retoma la preocupación desde organismos sociales sobre la orfandad de experiencias en los primeros dos años de vida que contribuyan a formar una identidad cultural, en contextos sociales y migratorios de alta inestabilidad y vulnerabilidad. Trabajan en proyectos que se insertan en programas sociales, sin por ello perder el horizonte de una máxima exigencia artística. Entre nosotros es aún una propuesta que encuentra sus interlocutores ante todo entre los padres jóvenes que quizá veían de chicos las obras de Midón.