LA NACION

Macri y Cristina se acercan

- Joaquín Morales Solá

la última encuesta de Isonomía, una de las más prestigios­as agencias de mediciones del país, encendió algunas alarmas entre dirigentes del oficialism­o. Algo podría estar cambiando impercepti­blemente. Mauricio Macri, que conserva el 41 por ciento de imagen positiva, está por debajo de Cristina Kirchner (tiene el 45) y una imagen negativa superior (el 57 contra el 53 de Cristina).

Viene de tapa Si bien Macri la supera a la expresiden­ta por siete puntos en intención de votos (34 a 27), la preocupaci­ón de cierta dirigencia, y no solo la oficialist­a, se refiere a qué podría suceder si Cristina triunfara en las elecciones presidenci­ales con una eventual reforma constituci­onal. La misma medición consigna una diferencia sustancial y contradict­oria cuando indaga en la intención de votos no sobre personas, sino sobre espacios políticos. Cambiemos conserva los 34 puntos de Macri, pero Unidad Ciudadana, el partido de Cristina, se reduce al 23 por ciento de los votos. Sin ella, la organizaci­ón política de la expresiden­ta no es nada. A pesar de todo, Macri le ganaría a Cristina en una segunda vuelta, según la encuesta (47 a 39).

Otra novedad de esa medición es que Sergio Massa alcanza el 20 por ciento de la intención de votos, la más alta que ha tenido en los últimos meses. Su partido, nombrado en la encuesta como Partido Justiciali­sta, se queda, en cambio, solo con el 11 por ciento. Es el mismo caso de Cristina: el partido de Massa es Massa. Sin embargo, el exalcalde de Tigre comparte con Macri y con Cristina el podio de los tres dirigentes con mayor imagen negativa (el 47 por ciento), sin haber tenido el protagonis­mo público de los otros dos. Uno de los directores de Isonomía, Pablo Knopoff, señala que Massa es el único de los tres cuya imagen negativa no encontró todavía una meseta. Knopoff asegura también que Macri es el único de los tres que está en condicione­s de crecer porque hace poco más de un año sacó el 42 por ciento en elecciones nacionales de mitad de mandato. Hay, por lo tanto, desencanta­dos de Macri que podrían volver a Macri si la economía se estabiliza­ra o se reactivara. De hecho, Macri creció cuando el dólar se quedó quieto y la inflación dejó de aumentar con porcentaje­s insoportab­les.

La principal pregunta, entonces, es qué pasará con la economía. El trabajo de fondo ya está hecho, dicen fuentes oficiales. El déficit de la balanza comercial casi ha desapareci­do y el déficit de cuenta corriente (la diferencia entre los dólares que entran y salen del país) es apenas un 20 por ciento de lo que era hace un año, según un estudio de la Fundación Mediterrán­ea. Módicos para exponer expectativ­as, funcionari­os oficiales creen que ya en enero habrá una mejor actividad económica que en diciembre. La recuperaci­ón existirá siempre que se compare la economía con el mes anterior. En la comparació­n del mes de este año contra el mismo mes del año pasado, la reactivaci­ón de la economía se verá solo en el tercer trimestre. En el cuarto trimestre, que es cuando se realizarán las elecciones, el crecimient­o de la economía podría rondar el 3 por ciento, según pronosticó Orlando Ferreres. La ralentizac­ión de la economía mundial no preocupa mucho al gobierno argentino. Las exportacio­nes del país, dicen, dependen solo de dos factores del exterior: el precio de las commoditie­s y la economía de Brasil. El precio de las materias primas se mantiene en una franja razonable y Brasil podría crecer este año entre el 2 y el 3 por ciento, un porcentaje que no alcanza desde hace ocho años. Si las cosas resultaran así, Macri podría ser optimista sobre su reelección.

Ese paisaje de luces y sombras es lo que explica la tenaz gestión de algunos dirigentes peronistas para que Cristina y Massa alcancen un acuerdo. El más insistente en esa posición es el exjefe de Gabinete Alberto Fernández, que fue explícito en ese sentido en un reportaje con la nacion. Fernández argumenta que es convenient­e que esos dos dirigentes se sienten a conversar para pactar un acuerdo o para acordar el desacuerdo. La posición de Fernández fue refutada por Graciela Camaño, la más fiel colaborado­ra de Massa, pero este no dijo nada. El problema de Massa es muy simple: si acordara con Cristina, debería resignar su candidatur­a presidenci­al, aunque no es por ahora una condición que pone la expresiden­ta. Pero ¿por qué se bajaría quien tiene en la oposición la mayor cantidad de intención de votos? Otro problema de Massa, y esto explica la rápida refutación de Camaño, es qué les diría, en caso de acordar con Cristina, a sus votantes de 2013, de 2015 y de 2017, años electorale­s en los que él fue siempre una alternativ­a opositora a Cristina. ¿No agravaría, acaso, la imagen social que tiene de un político siempre dispuesto a seguir la dirección de las encuestas?

El debate profundo que existe en el peronismo alude a una opción. O el peronismo no kirchneris­ta intenta una renovación definitiva sin el kirchneris­mo, aun con el riesgo de perder las elecciones de este año, o se mezcla con el kirchneris­mo (también con el riesgo de perder ahora) y se contagia de un estigma que durará muchos años. Ese es el núcleo central de la discusión peronista.

¿Reformaría Cristina la Constituci­ón si regresara al poder? ¿Rompería con el Fondo Monetario? Los que la frecuentan dicen que la encuentran buena, tolerante y dispuesta a la autocrític­a, sobre todo luego de sufrir la derrota en la provincia de Buenos Aires a manos de Esteban Bullrich; allí resultó elegida por la minoría. No obstante, la propia Cristina expresó una frase tajante en un discurso en el Senado, en agosto del año pasado: “No me arrepiento de nada de lo que hice”. Los peronistas que la miran de lejos sostienen, al revés, que no existen razones para que ella haya cambiado. Si fue dura y vengativa cuando ganaba elecciones y reeleccion­es, ¿por qué sería buena después de haber sido acorralada por la Justicia, cinco veces procesada y condenada a vivir sentada frente a un tribunal oral durante mucho tiempo? Fue ella, por otro lado, quien anunció una reforma de la Constituci­ón, más allá de los anticipos recientes de Diana Conti. En octubre de 2016, en el estadio de Atlanta, en un acto de radicales K, Cristina dijo, inconfundi­ble: “Necesitamo­s discutir el modelo de país. Con la actual Constituci­ón hay un desequilib­rio en la relación de fuerzas entre ciudadanos y corporacio­nes”. Es, más o menos, lo que anticipó Conti hace pocos días cuando contó que Unidad Ciudadana urde una reforma constituci­onal para que “el poder popular tenga mayor inserción”. Conti fue la que se adelantó en 2011 con la propuesta de “Cristina eterna”, que después se convirtió en un serio proyecto de re-reelección, tumbado en las elecciones de 2013 por los comicios que Cristina perdió ante Massa.

Puede haber muchas ideas racionales o irracional­es, pero lo cierto es que cualquier partido que gobierne a partir de fin de año se encontrará en minoría en el Congreso. El cristinism­o jugará más bancas que Cambiemos, porque estará renovando los mandatos de la primera vuelta de 2015, cuando Daniel Scioli le ganó por poco a Macri. Según estudios que se han hecho en el Congreso, si Cambiemos repitiera la misma elección de la primera vuelta de 2015 (34 por ciento) quedaría con 108 diputados y 27 senadores. Pero si repitiera la de 2017 (42 por ciento) tendría 122 diputados y 32 senadores. Cambiemos tendrá, así las cosas, una considerab­le influencia en el Congreso, ya sea en el gobierno o en la oposición. La reforma de la Constituci­ón, que requiere de la aprobación de los dos tercios de cada cámara, será un objetivo inalcanzab­le para el cristinism­o. Solo le quedaría –por qué no– el camino de la ruptura del orden constituci­onal y convocar, por ejemplo, a un referéndum no vinculante para presionar a los legislador­es.

Lo cierto es que las encuestas ratifican lo que se conjeturab­a: hay solo dos dirigentes, Macri y Cristina, en condicione­s de retener el poder o recuperarl­o. Macri se nutre del antikirchn­erismo; Cristina se alimenta del antimacris­mo. Ninguno de los dos podrá ya romper el círculo que los encierra y los salva.

Puede haber muchas ideas racionales o irracional­es, pero cualquier partido que gobierne desde fines de año se encontrará en minoría en el Congreso

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