Una semana vertiginosa, entre la clandestinidad y la seguridad extrema
Guaidó ya no duerme en su casa; algunas embajadas ofrecieron brindarle refugio
CARACAS.– Una semana que pareció un año. El dirigente venezolano Juan Guaidó, de 35 años, cumple sus primeros siete días al frente de la Asamblea Nacional (AN) obligado a dormir fuera de su hogar. No volvió desde anteayer, horas después de declararse, sin decirlo expresamente, presidente interino de su país ante la “usurpación” ejecutada por Nicolás Maduro en su jura como mandatario ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).
Las amenazas que ya llegaban desde el interior del chavismo, comandadas por la ministra radical Iris Varela (“Ya te acomodé la celda, con tu respectivo uniforme”), aconsejaron al diputado y a su equipo más cercano extremar sus medidas de seguridad. Ninguno sabía dónde estaba el otro. Todos ellos sienten que caminan al borde del abismo y de la clandestinidad.
Unos le piden a Guaidó que se inmole; otros esperan que se haga el harakiri político. Y solo pasó una semana.
La cadena CNN aseguró además que varias embajadas latinoamericanas se habrían ofrecido para albergar al presidente legislativo y a su familia, si decidiera optar por una juramentación ante el Parlamento que la revolución chavista no aceptaría.
Firmeza
“Juan se mantiene recio y firme, con mucha presión”, asegura uno de sus colaboradores más cercanos, que lo conoce desde que era un jovencito cuando recorría la costa de Vargas, su tierra natal, cercana a Caracas.
Guaidó mantiene comunicación fluida y diaria con los principales líderes del Frente Amplio Venezuela Libre, incluido el preso político Leopoldo López, a través de un sistema que solo ambos conocen. También recibe de manera constante las llamadas de varios presidentes latinoamericanos, además de dirigentes políticos españoles.
La tensión es tanta que al dirigente opositor y a sus acompañantes se les heló la sangre cuando anteayer el ascensor en el que subían a la sede del partido, en medio de rumores de allanamiento policial, frenó en seco.
El gentío que estaba afuera, a la desesperada, comenzó las maniobras para sacar de ahí dentro a su líder hasta que lo consiguieron, entre el alborozo general. “Esto solo me pasa a mí”, acertó a decir Guaidó, entre sonrisas.
En cambio, las horas previas a su discurso ante el “cabildo abierto” de anteayer en la capital, donde hubo una nutrida concurrencia, pusieron a prueba los nervios del dirigente opositor.
“Las ansias me matan”, confesó a los suyos. Tenía mucho que avanzar –acercarse a la declaración de presidente interino–, pero también mucho que guardar. La receta convenida por todos fue que el país “está en dictadura” y que todo puede pasar. Guaidó no durmió la noche previa.