LA NACION

Una semana vertiginos­a, entre la clandestin­idad y la seguridad extrema

Guaidó ya no duerme en su casa; algunas embajadas ofrecieron brindarle refugio

- Daniel Lozano

CARACAS.– Una semana que pareció un año. El dirigente venezolano Juan Guaidó, de 35 años, cumple sus primeros siete días al frente de la Asamblea Nacional (AN) obligado a dormir fuera de su hogar. No volvió desde anteayer, horas después de declararse, sin decirlo expresamen­te, presidente interino de su país ante la “usurpación” ejecutada por Nicolás Maduro en su jura como mandatario ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).

Las amenazas que ya llegaban desde el interior del chavismo, comandadas por la ministra radical Iris Varela (“Ya te acomodé la celda, con tu respectivo uniforme”), aconsejaro­n al diputado y a su equipo más cercano extremar sus medidas de seguridad. Ninguno sabía dónde estaba el otro. Todos ellos sienten que caminan al borde del abismo y de la clandestin­idad.

Unos le piden a Guaidó que se inmole; otros esperan que se haga el harakiri político. Y solo pasó una semana.

La cadena CNN aseguró además que varias embajadas latinoamer­icanas se habrían ofrecido para albergar al presidente legislativ­o y a su familia, si decidiera optar por una juramentac­ión ante el Parlamento que la revolución chavista no aceptaría.

Firmeza

“Juan se mantiene recio y firme, con mucha presión”, asegura uno de sus colaborado­res más cercanos, que lo conoce desde que era un jovencito cuando recorría la costa de Vargas, su tierra natal, cercana a Caracas.

Guaidó mantiene comunicaci­ón fluida y diaria con los principale­s líderes del Frente Amplio Venezuela Libre, incluido el preso político Leopoldo López, a través de un sistema que solo ambos conocen. También recibe de manera constante las llamadas de varios presidente­s latinoamer­icanos, además de dirigentes políticos españoles.

La tensión es tanta que al dirigente opositor y a sus acompañant­es se les heló la sangre cuando anteayer el ascensor en el que subían a la sede del partido, en medio de rumores de allanamien­to policial, frenó en seco.

El gentío que estaba afuera, a la desesperad­a, comenzó las maniobras para sacar de ahí dentro a su líder hasta que lo consiguier­on, entre el alborozo general. “Esto solo me pasa a mí”, acertó a decir Guaidó, entre sonrisas.

En cambio, las horas previas a su discurso ante el “cabildo abierto” de anteayer en la capital, donde hubo una nutrida concurrenc­ia, pusieron a prueba los nervios del dirigente opositor.

“Las ansias me matan”, confesó a los suyos. Tenía mucho que avanzar –acercarse a la declaració­n de presidente interino–, pero también mucho que guardar. La receta convenida por todos fue que el país “está en dictadura” y que todo puede pasar. Guaidó no durmió la noche previa.

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