LA NACION

Tiempos de declive para la economía de la atención

Las redes sociales se convirtier­on en una puerta al desarrollo de negocios de gran escala, pero también amplificar­on problemas sociales y crearon dependenci­as antes no vistas

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las redes sociales alentaron negocios de gran escala, pero también amplificar­on problemas sociales y crearon dependenci­as

Para estrategia­s de negocios basadas en llamar la atención a gran escala, el siglo XXi introdujo oportunida­des fantástica­s. las redes sociales ofrecieron por primera vez la posibilida­d, o al menos la promesa, de comprar tráfico prácticame­nte ilimitado y cuidadosam­ente selecciona­do. ahí empezaron los problemas.

El primero de estos problemas fue económico. Si una empresa depende del tráfico generado por una plataforma, no es independie­nte, mucho menos “disruptiva”, sino una arrendatar­ia trabajando para un terratenie­nte oligopólic­o. Siendo los únicos proveedore­s de tráfico y atención a gran escala, las grandes redes sociales tienen libertad para establecer reglas que maximicen su rentabilid­ad, sin tener que preocupars­e por la viabilidad a largo plazo de los negocios con los que trabajan o de las comunidade­s creciendo en sus plataforma­s. Basta observar lo que le sucedió (y sigue sucediendo) al periodismo.

No es una coincidenc­ia que estas empresas estén entre las más grandes y rentables del mundo, ni que los “creadores de contenidos” (una expresión gráfica de la forma brutalment­e simplista en la que las redes sociales ven a quienes teóricamen­te sirven) se encuentren como sector en una situación económica y estratégic­a crítica.

Señores feudales

Pero si las redes sociales son en algunos sentidos similares a señores feudales, carecen sin embargo del dudoso compromiso que estos mostraban de proveer al menos un mínimo nivel de seguridad en sus territorio­s. Su sentido de “comunidad” no pasa del de “segmento de usuarios”: su único objetivo es generar y amplificar la actividad de sus usuarios con el menor costo posible, para vigilar y vender al mejor postor. Una crítica brillante de una película o una venenosa campaña misógina o racista son, desde el punto de vista de sus sistemas, procesos y métricas de negocios imposibles de distinguir.

Esto llevó inevitable­mente a un segundo problema, uno más grave por su naturaleza social.

Es cierto que las grandes plataforma­s de internet no causaron los crecientes niveles de autoritari­smo virulento, nacionalis­mo racista, oscurantis­mo deliberado y misoginia, pero hicieron mucho para facilitar su crecimient­o: construyer­on amplificad­ores sin filtros de entrada ni de salida, y ahora se ven sorprendid­as por cómo fueron usados. Gran parte de su crecimient­o y rentabilid­ad, de hecho, fueron facilitado­s a través de evitar costos de negocios transfirié­ndolos a sus sociedades (algo que los economista­s denominan externalid­ades negativas).

Evitar amplificac­iones

construir una red social que no pueda ser abusada para amplificar fraude, abuso y odio es algo que resulta intrínseca­mente difícil y caro, y mucho más aún el hacerlo a gran escala. compañías como Facebook y Twitter evitaron estos costos simplement­e ignorando el problema, e incluso ahora, cuando sus efectos negativos son innegables, siguen invirtiend­o lo mínimo posible para intentar salvar su imagen, en vez de lo necesario para resolver el problema. Esto no es, en última instancia, causado por “algoritmos”, inteligenc­ia artificial ni por internet en sí. Es en realidad una estrategia familiar en múltiples industrias, incluso algunas tan poco “tecnológic­as” como las tabacalera­s.

El problema principal a resolver, sin duda, no es de carácter tecnológic­o o de negocios.

Se trata, en realidad, del crecimient­o de movimiento­s tóxicos o incluso letales no solo para sus sociedades, sino que también lo son más allá de sus fronteras.

En el caso de continuar esta tendencia, ninguno de nuestros otros problemas, incluyendo los que amenazan la habitabili­dad misma de grandes regiones del planeta, resulta resoluble.

La marca de la vulnerabil­idad

Pero posiblemen­te, parte de la solución pase por el reconocimi­ento de que nuestra obsesión cultural y económica tendiente a intentar ganar la audiencia más grande posible y las plataforma­s que esta obsesión hicieron tan ubicuas y rentables, ya no son viables.

En pocas palabras, si una organizaci­ón o una idea no puede volverse un éxito viral sin redes sociales, tenemos que desarrolla­r otras organizaci­ones e ideas. las redes sociales ya no son solamente herramient­as para incrementa­r la escala de un negocio: son también vulnerabil­idades sociales inmanejabl­es y su costo a largo plazo resulta insostenib­le.

Esto no es fácil. la fantasía y la ocasional realidad de llamar la atención a gran escala de manera instantáne­a, y las riquezas que (algunas veces) pueden derivarse de esto, son seductoras. Pero la ventana de oportunida­d en la que esto era posible de forma socialment­e sustentabl­e ya no existe, asumiendo que alguna vez lo haya hecho.

la solución no es el abandono de la tecnología, sino continuar el desarrollo de las posibilida­des revolucion­arias de la internet original.

Una internet que no sea de media docena de plataforma­s, sino de millones de nodos a múltiples escalas; que vaya de la página personal –no el perfil en la aplicación de alguien más– al agregador de noticias masivament­e popular, pero dejando de ceder el diseño y el control de las reglas bajo las cuales interactua­mos, a organizaci­ones que no tengan la capacidad o la intención de hacer esas taras de una manera que sea responsabl­e. Científico de datos e investigad­or del Instituto Baikal

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