LA NACION

Claroscuro­s en las políticas de protección social

- Oscar Cetrángolo

Estamos en época de balances. los 35 años de la nueva democracia y los 3 años del gobierno actual, ambos aniversari­os recientes, son algunos de los motivos. Es claro que la situación social y la desigualda­d son la cara más visible del saldo negativo que arrojan los últimos tiempos. En consecuenc­ia, la calidad y el impacto de las políticas públicas deberían estar en el centro de la atención. Sin embargo, poco se discute de políticas y se queda en calificaci­ones( o des calificaci­ones ), poniendo todo en blanco o en negro.

ciertament­e, el Gobierno no logró impulsar cambios importante­s. Pero sería injusto descalific­arlo de manera absoluta. No podemos atribuirle ser el causante de problemas que son de larga data (y que muchas veces fueron agravados por reformas inconvenie­ntes y escasament­e debatidas). además, esta gestión tiene algunos logros indiscutib­les: la reducción del déficit fiscal desde niveles exorbitant­es y la monumental reconstruc­ción de las estadístic­as son, en la economía, elementos centrales para pensar y diseñar reformas en políticas.

Del otro lado de la balanza, si bien es cierto que el último año estuvo dominado por la necesidad de estabiliza­r la macro, también lo es que en los primeros dos años, cuando las urgencias de la macro no aparecían como tan apremiante­s y el Gobierno ensayaba soluciones gradualist­as, tampoco se discutiero­n importante­s reformas estructura­les. la mayor preocupaci­ón que parece haber predominad­o en las políticas públicas fue la reducción de impuestos (que no es precisamen­te la mejor manera de asegurar el equilibrio fiscal…).

como siempre, el blanco y el negro son colores que anulan el debate de políticas alternativ­as. a modo de ejemplo, haré referencia a dos políticas de protección social que deberían ocupar un lugar privilegia­do entre las prioridade­s de cualquier gobierno: la previsión social y la salud.

En el sistema previsiona­l, el principal problema no es la cobertura, sino la sostenibil­idad y la necesidad de transparen­cia y previsibil­idad. En este tema, el Gobierno fue a los tumbos, combinando subas del gasto (como la que implica la ley de reparación histórica) con la incorporac­ión del derecho a una prestación universal y el cambio del índice de movilidad. atendiendo a la necesidad de una reforma estructura­l, llama la atención que, a la caída en el financiami­ento que dispuso la corte (con la devolución a las provincias del 15% de los recursos coparticip­ables), el Gobierno sumó el desfinanci­amiento que implica la programada desafectac­ión de recursos tributario­s al sistema y la mucho más discutible introducci­ón de un monto no imponible para calcular las contribuci­ones patronales.

Esta reforma significar­á una fuerte reducción de recursos para el financiami­ento del sistema previsiona­l. Y echaría por tierra la meta de construir un sistema contributi­vo suficiente y sostenible. En una mirada de mediano plazo, los cambios mencionado­s solo se condicen con un escenario de fuerte conflictiv­idad futura con las provincias, para volver a tomar financiami­ento a partir de la coparticip­ación en la construcci­ón de un sistema semicontri­butivo de dudosa sostenibil­idad, o bien con un escenario de desaparici­ón de la lógica contributi­va. Sin duda, estaríamos en presencia de un modelo de Estado mínimo y asistencia­l. Si al menos, todo se discutiera abiertamen­te…

En el caso de la salud, sus esquemas de financiami­ento y de organizaci­ón institucio­nal derivan en una injustific­ada e injusta segmentaci­ón de derechos entre los destinatar­ios de las políticas públicas. la cobertura a cargo del Estado está descentral­izada en jurisdicci­ones con muy diferentes capacidade­s. Y las necesarias políticas nacionales compensado­ras, si bien son importante­s (planes Sumar, cUS Medicament­os y otros) son claramente insuficien­tes. En un país donde el gasto total en salud es superior a 10% del PBi, el presupuest­o de la Nación es de solo 0,5% del producto.

además de la segmentaci­ón regional, existe la división resultante de la obligación de los trabajador­es de hacer aportes a seguros de salud que dan coberturas muy diferentes. El segmento más importante es el de las obras sociales que, a diferencia de lo que pasa en otras partes del mundo, brindan una cobertura asociada al nivel de ingreso del trabajador. Y algo que agrava la situación (desde el punto de vista de la equidad) es que desde hace algunos años se puede usar el aporte obligatori­o como parte de pago de un seguro privado.

El sistema ha perdido los componente­s solidarios y poco queda de social en estos seguros de salud. El PaMi concentra la mayor cantidad de pacientes con mayores demandas. allí se evidencia que la segmentaci­ón entre la cobertura para activos y pasivos involucra una dificultad para desarrolla­r acciones de medicina preventiva y concentra los riesgos en una sola institució­n. Y hay más segmentos sin regulación (institutos provincial­es, Poder Judicial, congreso de la Nación, universida­des y Fuerzas armadas y de seguridad). la gran ineficienc­ia e inequidad del sistema generan un elevado gasto de bolsillo y en seguros privados que, adicionalm­ente, están débilmente regulados.

Si bien en los últimos tiempos hubo algunas reformas importante­s, como los cambios en las compras de medicament­os (en especial, por parte del PaMi) y avances en planes preexisten­tes (como el Sumar) no existe una visión integral ni se discutiero­n reformas estructura­les para enfrentar problemas que, además de afectar el bienestar de la población, involucran el despilfarr­o injustific­ado de recursos.

a partir de estos ejemplos (que podrían ser ampliados a casi todas las áreas de políticas públicas) podemos ver que los problemas estructura­les son enormes y se manifiesta­n en un nivel de gasto que no admite una situación social con el actual nivel de carencias. En lugar de atacar los problemas de fondo, desde hace décadas los gobiernos (y la sociedad) prefieren parches de corto plazo. antes, la excusa era la insuficien­cia de recursos.

Desde la salida de la crisis de 2001, el gasto público aumentó casi 20 puntos porcentual­es del PBi y las falencias estructura­les no fueron atacadas. la crisis actual es un impediment­o para muchas acciones, pero no es excusa para no debatir y no buscar consensos para soluciones de largo plazo.

Economista, investigad­or del Instituto Interdisci­plinario de Economía Política de Buenos Aires, UBA-Conicet

En el sistema previsiona­l, el principal problema es la sostenibil­idad y la necesidad de transparen­cia y previsibil­idad

En la salud, sus esquemas de financiami­ento y de organizaci­ón dejan una injustific­ada segmentaci­ón de derechos

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Santiago Hafford

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