Una hora y media de grandes canciones rioplatenses
Hoy culmina el ciclo con el que presenta el repertorio de 432, su más reciente producción discográfica
Él mismo lo dice en una canción, a partir de dichos de otras personas: “No me sobra simpatía, ni me falta melancolía; que canto mal”.
En realidad, no canta mal. Canta raro y es probable que con el paso de los años su voz subraye defectos; lo mismo sucede con su manera de tocar, con la guitarra que elige como único acompañante y la amplificación que utiliza. A veces los cambios de intensidades (esos juegos que en términos musicales se conocen como dinámicas) son demasiado abruptos por el ataque y el volumen del instrumento y eso les quita fluidez a su toque. Tal vez con otros recursos tecnológicos se podrían suavizar.
Con el paso de los años las personas van haciendo versiones de sí mismas; esto que transcurre entre la maduración y la deformación no es menos original que el impulso primero porque, después de todo, son acciones de un mismo ser humano que cambia con los años. Y el tiempo es el “no tiempo” en los versos de “La casa de al lado”, o ese elemento complementario que se cuela en “los recuerdos de arena” de la canción “Por ejemplo”, o en los “saltos y los rápidos” de “La puerta de los dos”.
El paso del tiempo se pone en un contraste bastante explícito con una idea clásica de lo clásico, muy a pesar de que alguna de las canciones de Cabrera van camino al podio imaginario de “los clásicos” de la canción popular de finales del siglo XX y principios del XXI; esas que hoy podríamos llamar sus “grandes éxitos”. Esas que son sus salmos –si vale, acaso, este término tan religioso– y que representan parte de un ritual, cada vez que pisa Buenos Aires.
Son de una época, pero parecen atemporales en su declamatoria tan enérgica, en su estilo tan madurado en varias décadas de componer y cantar. Se escuchan “Dulzura distante”, “Te abracé en la noche”, “Lisa se casó”, “Viveza”, “Punto muerto”, “Imposibles”, más algunas de las que grabó en su último disco.
Lo nuevo
432 se llama su más reciente e inspirada producción. Porque con su último CD Cabrera ha logrado revitalizar su elegante y original escritura. Publicó doce canciones y a cada uno de estos conciertos trae casi la mitad.
“Medianoche”, que le escribió a un caballo; “El trío Martín”, que entrecruza situaciones cotidianas de una familia, en un rompecabezas muy en el estilo Cabrera; “Oración”, una de esas canciones que suenan esperanzadas y optimistas (aunque no sean las más populares de este juglar) y “Malas y buenas”, la pieza que abre el disco y que pone en el tono justo de su voz la mirada de un país, que es el Uruguay, pero que también, de a ratos, es la Argentina.
“Sigo cantando en mi soledad. Quedó la ruta cortada. Mis evacuados piden abrigo, con su agonía mojada. [...] Pasaste al lado del marginado, seguiste como si nada. Un compatriota pide tu mano, la dejaste guardada. Un compatriota dejó su vida en la construcción de esta casa. Solo le dimos las mismas quejas. En las buenas y en las malas. Inútil cosa la libertad cuando te tupe las venas. Y ya no puedes diferenciar épocas malas y buenas. No encontrarás nunca tu reloj, porque lo perdiste en la arena”.