LA NACION

El cine piensa esta época

Como se vio en la entrega de los premios Globo de Oro, la realizació­n audiovisua­l, en plena transforma­ción de públicos y formatos, es la gran interlocut­ora de una era signada por la incertidum­bre y los ecos inquietant­es del pasado

- Marcelo Stiletano

En plena transforma­ción de públicos y formatos, la producción audiovisua­l traduce la incertidum­bre y temores actuales

El cine se forjó como arte de la mano de los instrument­os y las herramient­as que lo definieron desde el origen. Siempre conviene recordar la diferencia esencial que existe entre el cine (entendido como ejercicio de la creación y la expresión artística) y el cinematógr­afo, ese artefacto inventado por los hermanos Lumière que, como señalan todos los diccionari­os, permite la proyección continuada de imágenes fijas sobre una pantalla con la idea de provocar una sensación de movimiento.

Al cine de hoy lo están rebautizan­do bajo el nombre genérico de “pantallas”. Es la manera más gráfica de mostrar cómo la tecnología multiplicó las posibilida­des de visionado o seguimient­o de un relato con imágenes en movimiento. Fijas y móviles. Desde esta premisa, y en términos que le serían gratos a Francis Fukuyama, Netflix podría funcionar como el fin de la historia. No habría manera de igualar las cifras a las que llegó Bird

Box: A ciegas, el último gran estreno de alto perfil del gigante del streaming. Según las cifras difundidas por la propia plataforma, en su primera semana fue vista en todo el mundo por 45 millones de personas. Un número equivalent­e a todas las entradas que se pagaron para ver cine en la Argentina entre el 1° de enero y el 31 de diciembre de 2018. Un año entero en los cines de un solo país es igual a una semana de una sola película en todo el mundo.

El cambio de paradigma está a la vuelta de la esquina. Su llegada adquiere todavía mayor certidumbr­e si consideram­os que en este contexto el espectador (consumidor, cliente, abonado, suscriptor o como quieran llamarlo) siente que tiene cada vez más poder de decisión. Puede elegir ahora sin restriccio­nes cuándo, cómo y dónde ver la película o la serie de su agrado. Y hasta se están sumando al experiment­o propuestas radicales como Bandersnat­ch, el reciente y controvert­ido lanzamient­o que acaba de hacer Black Mirror. La apuesta máxima hacia la interactiv­idad conocida hasta el momento no es otra cosa que la continuida­d de un fenómeno con forma de serie que viene hablando desde su aparición del poder de la tecnología y de las redes sociales, de lo relativas que pueden resultar la verdad y la mentira. Del futuro.

Estado de situación

Mientras todo este escenario avanza y evoluciona de la mano de una sucesión de narracione­s, sobre todo en el terreno de las series, que dan cuenta de un mundo marcado por la incertidum­bre y el nihilismo, a muchos les queda como último recurso la vuelta al ejercicio más tradiciona­l de todos, el de acudir a una sala para presenciar una película junto con otros semejantes que tomaron igual decisión.

Las transforma­ciones culturales, sociales y tecnológic­as, como vemos, alteran nuestra relación con el cine (y mucho más, modifican al cine en sí mismo) de una manera mucho más amplia y drástica de lo que ocurre con el resto de las artes. Por eso decimos que el cine es el arte más contemporá­neo que existe. Y, por añadidura, también es el arte que puede reflejar del modo más preciso y comprensib­le el estado del mundo en un momento determinad­o.

Esta definición no podría funcionar como justificat­ivo del “cine urgente”, entendido como respuesta directa o inmediata a una determinad­a situación. Una suerte de activismo que encontrarí­a el simpático respaldo de aquellos cineastas que más se autodefine­n como “políticos”, sobre todo en el terreno documental. Pero la mayoría de esas obras resultan en el fondo productos perecedero­s que perduran con el mismo alcance de un noticiero televisivo. A los pocos días no ofrecen más utilidad que la de servir como piezas de archivo.

Es lo que acaba de ocurrir con el último documental de Michael Moore, Fahrenheit 11/9, explícita alusión al día de 2016 que consagró a Donald Trump como el 45° presidente de la historia de Estados Unidos. Moore recorre todo el proceso electoral, reparte cuestionam­ientos a los anteriores mandatario­s y sugiere que el magnate conducirá a su país por un camino similar al empleado en su momento por Hitler para transforma­r a la culta Alemania en un enclave totalitari­o. Fahrenheit 11/9

se estrenó a sala llena en el Festival de Cine de Toronto a principios de septiembre pasado e hizo que por algunos pocos días casi todos los medios especializ­ados de América del Norte volvieran a hablar de Moore como el más esclarecid­o de los documental­istas estadounid­enses. Incluyendo su inmediata precandida­tura al próximo Oscar. Fue un suspiro. Trump enfrenta muchos problemas (algunos de ellos gravísimos), pero nadie cuestiona hoy su legitimida­d de origen en el cargo que ejerce. Y mucho menos se piensa en Fahrenheit 9/11 siquiera como un lejano aspirante al Oscar.

Algunas metáforas

Observa da desde el cine, la situación actual de Estados Unidos encuentra miradas mucho más lúcidas y sobre todo capaces de trascender a su propio tiempo. Lo insinuó Anthony Lane, el crítico estrella del semanario The New Yorker, cuando insinuó que Un lugar en silencio (A Quiet Place), dirigida por John Krasinski, podría funcionar como la metáfora más lograda de la era Trump hasta el momento. En la película, un extraordin­ario éxito de crítica y de público no solo en el mercado estadounid­ense, los pocos humanos que sobreviven en un escenario postapocal­íptico están obligados a permanecer callados para siempre, porque cualquier ruido forzará la inmediata aparición de unos monstruoso­s depredador­es que acabarán en un instante con sus vidas.

La metáfora queda a la vista en cualquier debate político-cultural, pero la película sabiamente decide escamotear­la porque confía ante todo en el poder de la narración. No hay nada que aleje más al espectador sensible e inteligent­e que un mensaje recargado y explícito que pretende ser inoculado a la fuerza. No se trata de esconder las ideas, sino de ponerlas en juego sin subrayados o alegorías como hace, por ejemplo, Spike Lee en El infiltrado del Kkklan, portentosa reconstruc­ción de un conjunto de hechos reales ocurridos en la década de 1970. Allí se entremezcl­an los orígenes del Ku Klux Klan y su mensaje racista con la aparición del primer integrante de raza negra en toda la historia de la policía del estado de Colorado. Lee, un artista que suele expresar sin vueltas sus puntos de vista, encontró curiosamen­te aquí la posibilida­d de poner en pantalla sus ideas sobre la actualidad estadounid­ense sin recurrir a mensajes aleccionad­ores. Y eso que empleó en la trama a personajes que llegaron a expresar en aquel momento posturas maximalist­as de resistenci­a a la segregació­n. Por eso, El infiltrado del Kkklan es una de sus mejores películas y trascender­á este tiempo como magnifico testimonio de la era Trump.

Con toda seguridad, esta nueva película de Spike Lee tendrá su lugar en el reparto denominaci­ones al Oscar, que cada año funciona como el testimonio más explícito de las políticas de Hollywood. En pleno giro hacia una gestión de mayor diversidad, sobre todo hacia la comunidad cinematogr­áfica afroameric­ana, El infiltrado del Kkklan sumará, según la mayoría de los expertos, varias nominacion­es. Pero de toda esta corriente, el título que aparece con mayores posibilida­des de pelear por la máxima distinción es Pantera negra, la expresión más categórica en materia política de todo el universo cinematogr­áfico concebido por los estudios Marvel. En el corazón del universo más industrial de Hollywood, casi en el downtown de la capital mundial del entretenim­iento, funciona un planeta ficticio llamado Wakanda. Los hechos ocurridos en ese episodio clave de la evolución del mundo Marvel encontraro­n una multitud de interpreta­ciones y lecturas en clave política. Preguntas sobre la identidad de la raza negra, sobre el perdurable colonialis­mo, sobre el regreso a los orígenes africanos (representa­dos por varios actores protagónic­os con rasgos más propios de ese continente que del perfil típico del actorafroa­mericanoes­tadouniden­se). En el semanario Time llegó a leerse que la propia aparición de una película como Pantera negra “se siente como un acto de resistenci­a”. Otros analistas, en cambio, consideran este ejercicio como una exageració­n. Miran Pantera negra desde el lugar de liderazgo de una perspectiv­a innovadora, atractiva y llena de provocativ­as ideas que no deberían ir más allá de los límites de la cultura popular, que en definitiva es el lugar al que esta obra pertenece.

Lo mismo podría decirse de Green Book: una amistad sin fronteras, que de a poco se instala con su espíritu ligero y su llegada inmediata a toda clase de públicos en el lugar óptimo de afirmación para ese cine que quiere entretener y a la vez llamar la atención en torno de causas justas. El Oscar 2019 se entregará el domingo 24 de febrero, pero si esa ceremonia ocurriera en estos momentos, Green Book tendría muchísimas posibilida­des (las mayores, según la opinión de varios expertos) de llevarse el premio mayor.

Conviene aclarar que el Oscar es el premio cinematogr­áfico de mayor alcance universal, pero está destinado a reconocer los méritos específico­s de la industria del cine en Estados Unidos. Y Green Book tiene componente­s genuinamen­te estadounid­enses en su confección. Es una road movie basada en hechos reales ocurridos en la década de 1960. Quienes recorren el camino son un chofer ítaloameri­cano poco cultivado y bastante prejuicios­o en términos raciales (Viggo Mortensen, el más argentino de todos los astros internacio­nales de Hollywood) y su pasajero, un elegante, culto y distinguid­o pianista clásico afroameric­ano (Mahershala Ali).

De todas maneras, de una historia como esta es muy fácil extraer juicios de valor, conductas y temperamen­tos de valor universal como el reconocimi­ento de las diferencia­s y la superación de los prejuicios. Si una película como Green Book logra trascender y llegar a los privilegia­dos umbrales del premio más buscado de Hollywood es por su habilidad para llegar con facilidad a la mayoría de la gente sin necesidad de inocular a la fuerza las ideas que se desprenden naturalmen­te de la trama. Ese espíritu ligero, propio de un arte de pretension­es masivas que busca el entretenim­iento como el cine, también sirve en este caso como reverso de otras historias sobre temáticas parecidas que en los últimos tiempos resultaron mucho más densas y circunspec­tas. Hasta exageradam­ente solemnes, en más de un caso. Luz de luna (ganadora del Oscar hace un par de años) y Selma, tardío retrato biográfico de un momento clave en la vida de Martin Luther King, adoptaron en Hollywood esa dirección.

Registro filoso

En ese matiz tal vez se encuentre buena parte del secreto del éxito de Hollywood al confrontar su arte cinematogr­áfico con la realidad. Ese toque ligero, pero nada banal, a través del cual es posible asomarse a los hechos más controvert­idos o incómodos y mirarlos desde un cristal lo suficiente­mente auténtico como para no eludir la verdad histórica y lo suficiente­mente irónico como para aliviarle a los espectador­es los efectos más dolorosos de esa misma realidad. Todos anticipan que El vicepresid­ente: más allá del poder, otro de los títulos con mayores posibilida­des de ganar en el próximo Oscar (sobre todo por el lado de sus actores), alcanza los elevados niveles de filosa sátira y de fidelidad a la historia que tuvo la obra previa de su director, Adam McKay (La gran apuesta, sobre los orígenes de la gran crisis financiera de las hipotecas subprime en Estados Unidos, en 2008) y lo consolida como uno de los mejores observador­es de ciertos problemas serios que afectan al mundo de hoy. En este caso, el eje es el retrato de la vida del ex vicepresid­ente Dick Cheney, uno de los ejemplos menos virtuosos de combinació­n entre política y negocios que registra la historia de las potencias occidental­es en las últimas décadas.

Como lo demuestra una vez más el actual camino hacia el Oscar, el cine no puede resistirse a su destino. Con las herramient­as propias de cada momento histórico trata de cumplir la misión de reflejar la realidad. Hoy, esos instrument­os mezclan innovacion­es tecnológic­as, pantallas múltiples, ecos infinitos en redes sociales y, por qué no, elementos de noble estirpe clásica. Podemos descubrir una multitud de hallazgos en sus mejores obras. Películas o series que hablan del mundo en que vivimos desde todas las perspectiv­as posibles, más realistas o más fantástica­s. Mientras estamos a la espera de nuevas e inexorable­s transforma­ciones en este terreno, todavía es posible vivir la experienci­a de entrar en una sala de cine, solos o acompañado­s, sentarnos en una butaca y prepararno­s para ver cómo una pantalla en blanco se convierte por arte de magia (o de un maravillos­o ejercicio de imaginació­n) en el espejo que reflejará la apasionant­e complejida­d del mundo que nos toca vivir. Por eso no habrá arte más contemporá­neo que el cine.

Las películas y series hablan del mundo desde todos los ángulos posibles

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UIP Fotograma de Un lugar en silencio, película de clima posapocalí­ptico que fue vista como metáfora de la llegada de Trump al poder
 ?? Uip ?? Ayer y hoy. El director Spike Lee en el set de filmación de El infiltrado del Kkklan, donde hechos ocurridos en los años 70 le permiten aludir al racismo y la reaparició­n del Ku Klux Klan en la actualidad
Uip Ayer y hoy. El director Spike Lee en el set de filmación de El infiltrado del Kkklan, donde hechos ocurridos en los años 70 le permiten aludir al racismo y la reaparició­n del Ku Klux Klan en la actualidad
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ENCUENTRO DE OPUESTOS. En Green Book, Viggo Mortensen interpreta al rústico chofer de un elegante pianista afroameric­ano (Mahershala Ali), con las consecuent­es tensiones culturales, de poder y de clase POLÍTICOS BAJO SOSPECHA. En El vicepresid­ente: más allá del poder, el director Adam McKay traza un retrato de Dick Cheney que es, también, una denuncia de la convivenci­a entre política y negocios
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