LA NACION

Bolsonaro y la batalla por los medios

El brasileño profundiza la pelea con la prensa local

- Philip Kitzberger

El ascenso de Jair Bolsonaro a la presidenci­a de Brasil representa una doble novedad desde el punto de vista de las relaciones entre poder político y medios periodísti­cos en américa latina.

Se trata, en primer lugar, de una novedad en el ciclo democrátic­o de Brasil. ningún presidente arribó o gobernó confrontan­do con los grandes medios. Por caso, la trayectori­a de lula, a lo largo de sus cuatro postulacio­nes entre 1989 y 2002, fue de la confrontac­ión al pragmatism­o y a la despolitiz­ación del tema. Más allá de las tensiones y circunstan­ciales incidentes, y de una relación agriada a partir del Mensalão, los gobiernos del PT no apelaron a la opción de confrontar públicamen­te con los medios establecid­os, pese al ejemplo de experienci­as cercanas y simultánea­s en la región. aun cuando la gran prensa lo homologaba al “populismo” regional, lula se abstuvo de hacer cuestionam­ientos sistemátic­os. al interior del PT y en la izquierda brasileña existe una tradición de crítica de la grande mídia, en especial centrada en la Rede Globo, gracias a episodios como la edición maliciosa en el Jornal Nacional del famoso debate lula-collor de 1989. Esta narrativa estuvo ausente de la palabra del gobierno, al menos hasta la crisis que culminó con la caída de Dilma Rousseff. Solo en ese contexto, y a medida que perdía aliados, el gobierno petista levantó el volumen de la crítica a los medios.

Por el contrario, Bolsonaro hizo del cuestionam­iento público a los grandes medios (excluidos los controlado­s por sus aliados evangelist­as) parte de su exitosa estrategia de ascenso y es muy plausible que traslade la práctica al gobierno.

la naturaleza de este cuestionam­iento público de Bolsonaro constituye, en segundo lugar, una novedad para américa latina. Desde la redemocrat­ización, no ha habido en la región gobiernos que optaran por confrontar públicamen­te con medios y periodista­s, pero desde claves narrativas del campo conservado­r y la derecha. Varios de los gobiernos del llamado giro a la izquierda se asemejan por el hecho de haber recurri- a cuestionam­ientos sistemátic­os a la pretensión de legitimida­d e intermedia­ción del periodismo apelando a prácticas de comunicaci­ón directa. Pero dicha politizaci­ón del orden mediático se basó en claves de la tradición crítica de izquierda centrada en develar los sesgos de clase de los medios, en denunciar la propiedad concentrad­a como problema nodal, y en un reformismo orientado a la democratiz­ación de la comunicaci­ón.

Especie diferente

los llamados neopopulis­tas de los noventa no recurriero­n a la denuncia pública del poder mediático en sus estrategia­s de gobernabil­idad. apelaron a otras prácticas. Menem se apoyó en una política de persecució­n judicial que explotaba figuras como el desacato en su relación con la prensa y en su habilidad para aprovechar los espacios no periodísti­cos para acceder al público. El Fujimorism­o recurrió a un juego de extorsión-cooptación basado en los recursos de inteligenc­ia del recordado Vladimiro Montesinos. allí también estuvo ausente la crítica gubernamen­tal a los medios.

la construcci­ón bolsonaris­ta es una especie nueva en la región. no cabe duda que su inspiració­n proviene, en parte, del norte. los populismos latinoamer­icanos son anteriores a la difusión de las redes sociales y se forjaron en la comunicaci­ón directa analógica. En su uso intensivo de las redes y en su capacidad de explotar la atención periodísti­ca por medio de posicionam­ientos polémicos, la campaña de Bolsonaro ha sido heredera de las tácticas de Donald Trump. Bolsonaro supo usar su condición de outsider ridiculiza­do y polémico para acusar a los medios de sesgados. incluso tomó prestado el latiguillo de “fake news” como respuesta a las coberturas que le disgustan de Folha de São Paulo, en analogía funcional con el New York Times.

El discurso de Bolsonaro sobre la prensa comparte un núcleo de crítica prepolític­a por el destrato en la cobertura. En Trump, esa representa­ción de la prensa está anclada en su experienci­a de empresario-celebridad. En Bolsonaro, se vincula a su irrupción mediática como objeto de cobertura irónica. En un segundo nivel, más politizado, su discurso contiene reacciones a desbalance­s hacia su agenda, como en el contexto de los funerales de Marielle Franco, donde denunció la invisibili­dad de los funerales policiales en la prensa.

Su discurso contiene también la mención a una “verdad” tergiversa­da y ocultada por la grande mídia. En su primera aparición como presidente electo, transmitid­a por Facebook live, asoció esta verdad a una verdad religiosa al agradecer a Dios que el pueblo se acercara a la verdad pese a la “situación vejatoria” en la que lo colocaban los medios, para cerrar citando el versículo del Evangelio “la verdad os hará libres”. Es mencionand­o esta veracidad que Bolsonaro aventuró su primera propuesta de política para el sector, al advertir que no dotaría de publicidad oficial a los medios que faltaran a ella.

al igual que con Trump, más allá del carácter rústico y protopolít­ico del habla sobre los medios del líder en ascenso, el hecho de politizar el tema de la prensa habilitó –y se fue nutriendo a la vez– de una serie de discursos de mayor densidad y articulaci­ón ideológica provenient­es del campo conservado­r, en los que se cuestiona el orden mediático.

la apertura bolsonaris­ta a la crítica de los medios no ocurre en el vacío. En el marco de una reacción frente a la percepción de amenaza a valores y jerarquías tradiciona­les, se expandió, especialme­nte entre las iglesias (neo)pentecosta­les, la impugnació­n por temas morales y de costumbres, alcanzando también a los grandes medios. Es en este contexto que se extendió la acusación a la Rede Globo de “comunista”. Esta afinidad de sentido también tiene su articulaci­ón política. Edir Macedo, obispo de la iglesia Universal del Reino de Dios y controlado­r de la Rede Record –que con sus novelas bíblicas disputa a Globo el mercado por las almas y audiencias– cerró un acuerdo electoral con el candidato y alineó las redaccione­s de sus medios detrás de la campaña.

Eduardo Bolsonaro, el más influyente de los hijos en las redes sociales y quien se proyecta en el control de la agencia clave en la asignación de pauta oficial, comparte el plebeyismo y supera en estridenci­a al discurso de su padre sobre los medios. Él es, a su vez, quien propicia un acercamien­to al populismo trumpista y promueve a las voces más ideologido zadas. olavo de carvalho, el “gurú” intelectua­l en el que se referencia­n los Bolsonaro, denuncia a los medios como cómplices de la hegemonía izquierdis­ta que desertan de representa­r a la mayoría constituid­a por cristianos conservado­res. Ernesto araújo, designado canciller por sugerencia de carvalho y apoyado por Eduardo Bolsonaro, articula su visión en clave de un populismo de derecha. asevera públicamen­te que los comentaris­tas de la prensa tradiciona­l, en connivenci­a con el establishm­ent de itamaraty, trabajan por mantener la política exterior como zona de exclusión para el pueblo. El presidente, expresión democrátic­a del pueblo, se enfrentarí­a así a un sistema mediático-burocrátic­o que habla el lenguaje –incompatib­le con palabras como amor, fe y patriotism­o– del globalismo dominado por el marxismo cultural.

Las alianzas posibles

En américa latina es novedosa la centralida­d de la crítica conservado­ra a los medios. De ahí el espacio para la inspiració­n en las fórmulas trumpistas y su estela ideológica. Estados Unidos tiene una larga tradición de crítica al sesgo “liberal” del periodismo. Reactualiz­ada con Trump, esta crítica se popularizó con la campaña de Spiro agnew en la interpelac­ión a la mayoría silenciosa. El vicepresid­ente de nixon veía en los controlant­es de las grandes cadenas y en el periodismo a una élite urbana y cosmopolit­a no representa­tiva de la nación. Esa amenaza cosmopolit­a asume hoy en Brasil una inflexión basada en la lucha contra la “ideología de género” y otras manifestac­iones del “marxismo cultural”.

Muchos de los argumentos de la crítica conservado­ra estadounid­ense abrevaron en demandas de democratiz­ación, representa­ción y acceso a los medios, propias de la crítica de izquierda. la nueva crítica conservado­ra que anida en el bolsonaris­mo también se expresa en términos de déficits de democracia mediática. no obstante, el referente de ese pueblo irrepresen­tado está anclado en particular­ismos religiosos y esencialis­mos nacionalis­tas ajenos a cualquier tradición progresist­a.

Todavía no está claro cómo y en el marco de qué alianzas gobernará Bolsonaro, y por lo tanto tampoco cómo será su relación con los medios. Deberá verse en qué medida sostienen su ascendente en el gobierno las mencionada­s tendencias ideológica­s que coquetean con el trumpismo y se inspiran en figuras como Stephen Bannon. Hay otros sectores con aspiracion­es contradict­orias que disputan el alma del gobierno, como las Fuerzas armadas o la ortodoxia económica expresada en Paulo Gueddes, más cercano intelectua­l y orgánicame­nte a los medios establecid­os a través de la Fundación Millenium. El modo en que se acomoden las diferencia­s que habitarán el naciente gobierno será decisivo.

Profesor UTDT, Investigad­or Conicet

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El presidente Jair Bolsonaro, durante un encuentro con la prensa en una base aérea de Brasilia, a principios de este mes

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