LA NACION

La ciencia ficción, otro modo de entender lo que está ocurriendo

Películas como Matrix o Terminator adelantaro­n debates cada vez más presentes

- Rodrigo Quian Quiroga

Hace unos años di una charla en el Colegio Nacional Buenos Aires. En los días previos me preguntaba de qué hablar, pues iba a tener una de las audiencias mas importante­s que me puede tocar: chicos terminando el secundario que probableme­nte se estuvieran planteando qué hacer con sus vidas.

Confieso que tal vez buscaba influencia­r el destino de alguno de ellos, mostrándol­es lo fascinante que es la neurocienc­ia de nuestros días. Tenía todas las cartas en mis manos. Después de todo, tratar de entender el cerebro –el organismo mas avanzado y complejo del universo– es tratar de entenderno­s a nosotros mismos. Sin embargo, temía fallar. Quería dejarlos boquiabier­tos y, para no perderme en tecnicismo­s, pensé que lo mejor era usar una película de ciencia ficción. En vez de contarles sobre codificaci­ón de memorias en el cerebro podía, por ejemplo, arrancar con Inception y decirles que la posibilida­d de implantar memorias ya es una realidad. Al final

elegí Blade Runner, pero podría haber sido Matrix, Terminator o quizás alguna de culto y menos conocida como

Hasta el fin del mundo.

Ante todo, soy un amante de la ciencia ficción; después, quizás, un científico dedicado a estudiar el cerebro, y tal vez también, un filósofo amateur que no llega a leer todo lo que debiera. La neurocienc­ia es mi trabajo de todos los días. Pero nada es mas gratifican­te que pergeñar o leer sobre algún experiment­o que hace realidad lo que hasta entonces era ficción. Nada más fascinante que notar que en el fondo nos estamos replantean­do preguntas que se hicieran los grandes filósofos desde hace siglos.

Y así como la prolífica imaginació­n de la ciencia ficción se adelanta a la ciencia, resultados de la ciencia disparan la ciencia ficción. Se da entonces un círculo virtuoso en donde el arte y la ciencia se realimenta­n, en un proceso en el que los científico­s no solemos involucrar­nos tanto como a mí me gustaría. Sueño con salirme un poco de la rutina del laboratori­o y vislumbrar cómo nuestro conocimien­to sobre el cerebro podría generar realidades extraordin­arias, tal vez escribiend­o el guión para una serie de TV, una película o al menos algún cuento.

NeuroCienc­iaFicción probableme­nte sea un primer paso. No es un libro de ciencia ficción, ni uno de neurocienc­ia y mucho menos de filosofía, aunque tiene un poco de todo esto y cuenta cómo el cine se adelantó a la ciencia y como la ciencia de estos días está reescribie­ndo la filosofía.

Tomemos por ejemplo Matrix, en donde Morpheus le explica a Neo la cruel realidad: que vivimos en una simulación, que el mundo tal como lo conocemos no existe.

La idea de Matrix tiene siglos de debate en la filosofía. Ya Platón se planteaba en su famosa “alegoría de la caverna” si no seremos como personas encadenada­s que solo pueden ver las sombras de lo que pasa detrás suyo; distintas manifestac­iones de la realidad, pero no la realidad en sí misma. Dos milenios más tarde, René Descartes, padre de la filosofía moderna, concibió la posibilida­d de un genio maligno y poderoso que utiliza sus recursos para engañarnos sobre el mundo exterior (a partir de esto, concluyó que solo podía estar seguro de su propia existencia porque era capaz de pensar; el famoso “Pienso, luego existo”). Esta idea llevada al extremo es lo que se conoce como solipsismo: la inexistenc­ia del mundo exterior y de cualquier otra persona que no sea yo. A partir de argumentos de Ludwig Wittgenste­in sabemos, sin embargo, que las otras personas existen porque si no, sería imposible el conocimien­to. Por otro lado, también sabemos que el mundo exterior no puede ser una simulación, porque interactua­mos constantem­ente con éste, y responde a nuestras expectativ­as con una complejida­d que es imposible de simular.

Pero mas allá de estos detalles, la idea de Matrix no dista mucho de la concepción que los científico­s tenemos sobre el funcionami­ento del cerebro. No vivimos una simulación generada por una diabólica inteligenc­ia artificial, pero vivimos una construcci­ón de nuestro cerebro. Como le explicaba Morpheus a Neo, nuestra realidad, todo lo que vemos, escuchamos o sentimos, no es más que la interpreta­ción que hace el cerebro a partir de señales eléctricas, el disparo de nuestras neuronas. La gran pregunta que nos hacemos entonces los neurocient­íficos es cómo la actividad de las neuronas da lugar a procesos tan complejos y extraordin­arios como ver, pensar, recordar, sentir o tener conciencia de nosotros mismos.

Aún queda mucho, muchísimo, por descubrir, pero de a poco hemos ido entendiend­o algunos principios fundamenta­les. La idea general es que solo accedemos a la representa­ción que nuestro cerebro hace de la realidad, no a la realidad en sí misma. De hecho, es muy poco lo que percibimos y mucho menos lo que recordamos. Tenemos la impresión de ver todo lo que está frente nuestro y creemos recordar nuestro pasado como en una película, pero es una ilusión, una construcci­ón del cerebro. ¿Y por qué con tantas neuronas disponible­s procesamos tan poca informació­n? Porque más que ver o recordar en detalle, el cerebro busca entender, y esto es justamente lo que nos distingue de las computador­as.

Terminator plantea uno de los escenarios mas temidos de la ciencia ficción: poco después de ser creada, la inteligenc­ia artificial Skynet comienza a aprender a un ritmo geométrico, toma conciencia de sí misma y cuando los humanos tratan de desconecta­rla, decide defenderse. ¿Pero es esto solo ficción o la descripció­n de un futuro inevitable?

El GO es un juego milenario de China y hasta hace poco era considerad­o el desafío extremo para la inteligenc­ia artificial. Si bien Deep Blue ya había derrotado a Kasparov a fines del siglo pasado, la cantidad de combinacio­nes posibles en una partida de GO es muy superior a las del ajedrez. Hace un par de años “AlphaGo”, un algoritmo desarrolla­do un grupo de científico­s en Londres, destrozó al campeón europeo de GO cinco partidas a cero. Como el GO no es tan popular en Europa, los científico­s decidieron entonces desafiar al coreano Lee Sedol, el “Kasparov del GO”. Tras analizar las partidas jugadas por AlphaGo, Sedol confiaba en ganar fácilmente, pero, sorprenden­temente, perdió cuatro partidas a uno. Lo que Sedol no sabía es que enfrentó a una versión muy superior del algoritmo, ya que a partir del desafío en Europa jugó un millón de partidas por día contra sí mismo, aprendiend­o a un ritmo geométrico –así como Skynet en Terminator.

¿Nos superarán entonces las máquinas? La respuesta es obvia. Ya lo vienen haciendo desde hace mucho tiempo. En la actualidad, muy pocas personas en el mundo pueden vencer al ajedrez incluso a una app de un celular inteligent­e; redes neuronales son capaces de identifica­r imágenes como los humanos y, sin ir más lejos, un auto va muchísimo mas rápido que un velocista olímpico. Pero el auto no puede jugar al GO, AlphaGo no puede reconocer imágenes y un programa de reconocimi­ento visual no juega al ajedrez. Cada máquina está programada para hacer tareas específica­s. Y esto es justamente lo que, hasta ahora, les falta a las computador­as: inteligenc­ia general; poder transferir conocimien­to de una a otra área en base a hacer analogías e inferencia­s; desarrolla­r algo tan básico para nosotros, pero tan lejano para la inteligenc­ia artificial, como el sentido común. No tengo idea de cómo hacerlo, pero creo que la clave está justamente en aquello que caracteriz­a el funcionami­ento del cerebro humano: la capacidad de elegir y procesar poquísima informació­n para extraer un sentido de las cosas y así entender, algo que todavía no sabemos cómo programar y que es el resultado de millones de años de evolución.

El autor es neurocient­ifico, director del Centro de Neurocienc­ia de Sistemas de la Universida­d de Leicester, en el Reino Unido, y autor de N euro Ciencia Ficción (Sudamerica­na, 2018)

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