La ciencia ficción, otro modo de entender lo que está ocurriendo
Películas como Matrix o Terminator adelantaron debates cada vez más presentes
Hace unos años di una charla en el Colegio Nacional Buenos Aires. En los días previos me preguntaba de qué hablar, pues iba a tener una de las audiencias mas importantes que me puede tocar: chicos terminando el secundario que probablemente se estuvieran planteando qué hacer con sus vidas.
Confieso que tal vez buscaba influenciar el destino de alguno de ellos, mostrándoles lo fascinante que es la neurociencia de nuestros días. Tenía todas las cartas en mis manos. Después de todo, tratar de entender el cerebro –el organismo mas avanzado y complejo del universo– es tratar de entendernos a nosotros mismos. Sin embargo, temía fallar. Quería dejarlos boquiabiertos y, para no perderme en tecnicismos, pensé que lo mejor era usar una película de ciencia ficción. En vez de contarles sobre codificación de memorias en el cerebro podía, por ejemplo, arrancar con Inception y decirles que la posibilidad de implantar memorias ya es una realidad. Al final
elegí Blade Runner, pero podría haber sido Matrix, Terminator o quizás alguna de culto y menos conocida como
Hasta el fin del mundo.
Ante todo, soy un amante de la ciencia ficción; después, quizás, un científico dedicado a estudiar el cerebro, y tal vez también, un filósofo amateur que no llega a leer todo lo que debiera. La neurociencia es mi trabajo de todos los días. Pero nada es mas gratificante que pergeñar o leer sobre algún experimento que hace realidad lo que hasta entonces era ficción. Nada más fascinante que notar que en el fondo nos estamos replanteando preguntas que se hicieran los grandes filósofos desde hace siglos.
Y así como la prolífica imaginación de la ciencia ficción se adelanta a la ciencia, resultados de la ciencia disparan la ciencia ficción. Se da entonces un círculo virtuoso en donde el arte y la ciencia se realimentan, en un proceso en el que los científicos no solemos involucrarnos tanto como a mí me gustaría. Sueño con salirme un poco de la rutina del laboratorio y vislumbrar cómo nuestro conocimiento sobre el cerebro podría generar realidades extraordinarias, tal vez escribiendo el guión para una serie de TV, una película o al menos algún cuento.
NeuroCienciaFicción probablemente sea un primer paso. No es un libro de ciencia ficción, ni uno de neurociencia y mucho menos de filosofía, aunque tiene un poco de todo esto y cuenta cómo el cine se adelantó a la ciencia y como la ciencia de estos días está reescribiendo la filosofía.
Tomemos por ejemplo Matrix, en donde Morpheus le explica a Neo la cruel realidad: que vivimos en una simulación, que el mundo tal como lo conocemos no existe.
La idea de Matrix tiene siglos de debate en la filosofía. Ya Platón se planteaba en su famosa “alegoría de la caverna” si no seremos como personas encadenadas que solo pueden ver las sombras de lo que pasa detrás suyo; distintas manifestaciones de la realidad, pero no la realidad en sí misma. Dos milenios más tarde, René Descartes, padre de la filosofía moderna, concibió la posibilidad de un genio maligno y poderoso que utiliza sus recursos para engañarnos sobre el mundo exterior (a partir de esto, concluyó que solo podía estar seguro de su propia existencia porque era capaz de pensar; el famoso “Pienso, luego existo”). Esta idea llevada al extremo es lo que se conoce como solipsismo: la inexistencia del mundo exterior y de cualquier otra persona que no sea yo. A partir de argumentos de Ludwig Wittgenstein sabemos, sin embargo, que las otras personas existen porque si no, sería imposible el conocimiento. Por otro lado, también sabemos que el mundo exterior no puede ser una simulación, porque interactuamos constantemente con éste, y responde a nuestras expectativas con una complejidad que es imposible de simular.
Pero mas allá de estos detalles, la idea de Matrix no dista mucho de la concepción que los científicos tenemos sobre el funcionamiento del cerebro. No vivimos una simulación generada por una diabólica inteligencia artificial, pero vivimos una construcción de nuestro cerebro. Como le explicaba Morpheus a Neo, nuestra realidad, todo lo que vemos, escuchamos o sentimos, no es más que la interpretación que hace el cerebro a partir de señales eléctricas, el disparo de nuestras neuronas. La gran pregunta que nos hacemos entonces los neurocientíficos es cómo la actividad de las neuronas da lugar a procesos tan complejos y extraordinarios como ver, pensar, recordar, sentir o tener conciencia de nosotros mismos.
Aún queda mucho, muchísimo, por descubrir, pero de a poco hemos ido entendiendo algunos principios fundamentales. La idea general es que solo accedemos a la representación que nuestro cerebro hace de la realidad, no a la realidad en sí misma. De hecho, es muy poco lo que percibimos y mucho menos lo que recordamos. Tenemos la impresión de ver todo lo que está frente nuestro y creemos recordar nuestro pasado como en una película, pero es una ilusión, una construcción del cerebro. ¿Y por qué con tantas neuronas disponibles procesamos tan poca información? Porque más que ver o recordar en detalle, el cerebro busca entender, y esto es justamente lo que nos distingue de las computadoras.
Terminator plantea uno de los escenarios mas temidos de la ciencia ficción: poco después de ser creada, la inteligencia artificial Skynet comienza a aprender a un ritmo geométrico, toma conciencia de sí misma y cuando los humanos tratan de desconectarla, decide defenderse. ¿Pero es esto solo ficción o la descripción de un futuro inevitable?
El GO es un juego milenario de China y hasta hace poco era considerado el desafío extremo para la inteligencia artificial. Si bien Deep Blue ya había derrotado a Kasparov a fines del siglo pasado, la cantidad de combinaciones posibles en una partida de GO es muy superior a las del ajedrez. Hace un par de años “AlphaGo”, un algoritmo desarrollado un grupo de científicos en Londres, destrozó al campeón europeo de GO cinco partidas a cero. Como el GO no es tan popular en Europa, los científicos decidieron entonces desafiar al coreano Lee Sedol, el “Kasparov del GO”. Tras analizar las partidas jugadas por AlphaGo, Sedol confiaba en ganar fácilmente, pero, sorprendentemente, perdió cuatro partidas a uno. Lo que Sedol no sabía es que enfrentó a una versión muy superior del algoritmo, ya que a partir del desafío en Europa jugó un millón de partidas por día contra sí mismo, aprendiendo a un ritmo geométrico –así como Skynet en Terminator.
¿Nos superarán entonces las máquinas? La respuesta es obvia. Ya lo vienen haciendo desde hace mucho tiempo. En la actualidad, muy pocas personas en el mundo pueden vencer al ajedrez incluso a una app de un celular inteligente; redes neuronales son capaces de identificar imágenes como los humanos y, sin ir más lejos, un auto va muchísimo mas rápido que un velocista olímpico. Pero el auto no puede jugar al GO, AlphaGo no puede reconocer imágenes y un programa de reconocimiento visual no juega al ajedrez. Cada máquina está programada para hacer tareas específicas. Y esto es justamente lo que, hasta ahora, les falta a las computadoras: inteligencia general; poder transferir conocimiento de una a otra área en base a hacer analogías e inferencias; desarrollar algo tan básico para nosotros, pero tan lejano para la inteligencia artificial, como el sentido común. No tengo idea de cómo hacerlo, pero creo que la clave está justamente en aquello que caracteriza el funcionamiento del cerebro humano: la capacidad de elegir y procesar poquísima información para extraer un sentido de las cosas y así entender, algo que todavía no sabemos cómo programar y que es el resultado de millones de años de evolución.
El autor es neurocientifico, director del Centro de Neurociencia de Sistemas de la Universidad de Leicester, en el Reino Unido, y autor de N euro Ciencia Ficción (Sudamericana, 2018)