LA NACION

Mirarse en el espejo de Edipo

- Pablo Gianera

Son varios los creen que el relato de Edipo es la más antigua de las narracione­s paganas, anterior incluso a la historia de Troya. Así, casi literalmen­te, lo creía el ensayista inglés Thomas De Quincey, tan admirado por Borges, en el breve ensayo “La esfinge tebana”.

Pero no es ése el corazón del ensayo de De Quincey; tampoco el destino inexplicab­le de Edipo, que lo hizo caer de la gloria a la ruina. Buena parte de los escritos de De Quincey tuvieron un origen periodísti­co, y éste no fue la excepción. Tal vez por eso, se vio en el apuro de aclarar que “tal vez tres lectores de cada cuatro” no conoce el relato. Años de psicoanáli­sis freudiano nos permiten suponer que ya nadie ignora la tragedia de Edipo. Entonces, lo mejor será ir directamen­te al hueso. De Quincey hace una presunción extravagan­te: que el enigma de la Esfinge tuvo hasta el momento en que él escribe esas líneas (1849) una explicació­n “deplorable­mente por debajo de la majestad que es propia de la ocasión”. Recordemos que el enigma de la Esfinge era el siguiente: “¿Qué criatura se mueve en cuatro patas a la mañana, en dos al mediodía y en tres a la puesta del sol?” Sabemos que la respuesta de Edipo fue “el hombre”, que gatea en la infancia, camina erguido en la madurez y usa bastón en la vejez. ¿Con qué justificac­ión pone De Quincey en duda esta respuesta cuando la propia Esfinge admitió el acierto, que era su derrota, y se tiró de cabeza al mar? No alega que la respuesta sea incorrecta sino que era una solución, pero no la solución. En todo caso, era la respuesta que podía dar en ese período temprano de vida, y esa respuesta habría sido otra hacia el final, con la tragedia ya consumada.

Así las cosas, De Quincey concluye que “la respuesta plena y final al enigma de la Esfinge era otra palabra: “Edipo”. Fue él quien pasó cada etapa y, ya condenado, tuvo otro bastón, su hija Antígona.

Hay varias capas en esta conclusión. Por un lado, que este segundo sentido fue posiblemen­te desconocid­o por la Esfinge y ciertament­e ignorado por el propio Edipo; por el otro, se adensa el significad­o del enigma porque este segundo sentido se esconde en el primero –“un comentario secreto del otro”, según De Quincey–, y el anterior es símbolo del posterior. Al considerar el enigma desde la perspectiv­a de De Quincey, es imposible no sentir un escalofrío. Si una respuesta encapsula la otra y la respuesta final es Edipo, eso quiere decir que cada hombre es (puede ser) también Edipo y cumplir su tragedia.

Uno puede pensar en Oedipus

Rex, ópera que Igor Stravinski compuso hacia 1925. En su Edipo, como en buena parte de su obra neoclásica, Stravinski parece pretender sustraerse al devenir de toda música mediante la ficción de un mero “estar ahí”. Edipo, simplement­e, estuvo siempre allí, y seguirá estando. No tiene pasado ni futuro. Tampoco tiene una escritura históricam­ente precisa. Justamente Seiji Ozawa dijo que el Edipo stravinski­ano era una pieza que no tenía estilo. Que Stravinsky haya compuesto su Edipo, como él mismo dijo, en el período de “mayor observanci­a cristiana” da mucho que pensar.

La palabra latina peccatum y la palabra griega amartía suelen traducirse como “pecado”, pero esta noción era desconocid­a para los griegos y romanos, y por eso De Quincey se enfurece cuando Aquiles y Ajax son descriptos como “pecadores” en algunas (malas) traduccion­es. Sí conocían la culpa pero la culpa –en palabras de De Quincey– “supone únicamente un defecto o una mácula del individuo”, mientras que el pecado, en una visión bíblica, “supone un estigma no en el individuo, sino en la especie, o un estigma del individuo motivado no por una corrupción que le sea propia, sino por una morbidez constituci­onal difundida por igual a través de la infinita familia humana.”

Si la respuesta a la Esfinge es “Edipo” y si Edipo no tuvo culpa porque nunca supo realmente qué hacía, entonces su tragedia es más humana que individual. De Quincey, con su especulaci­ón, arroja una luz cristiana sobre el mito. Cierto: todos somos Edipo, y esto es aterrador. Pero nos queda la esperanza de la redención, que él no tuvo.

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