LA NACION

Steven Levitsky. “Hay una corriente prodemocrá­tica muy fuerte en la cultura política argentina”

El profesor de Harvard, que estudió el ascenso de Trump y la crisis del sistema de representa­ción en el mundo, dice que nuestro país es un “caso extraño” de consenso democrátic­o e inestabili­dad económica

- Texto Fernando García | Fotos Suamy Beydoun/AGI

Vivió en Buenos Aires quince meses durante el menemismo y se doctoró con un estudio sobre la transforma­ción del peronismo. Para eso realizó un trabajo de campo en La Matanza y Quilmes. De aquella experienci­a le quedan un español perfecto, simpatía por el club Lanús y un fanatismo a prueba de fuego por la selección argentina. Profesor en la Universida­d de Harvard, en Cómo mueren las democracia­s (Ariel) –libro escrito en coautoría con el especialis­ta en democracia y autoritari­smo Daniel Ziblatt y publicado recienteme­nte en la Argentina–, Steven Levitsky desarrolla una radiografí­a del ascenso de Donald Trump al poder y del desmoronam­iento institucio­nal en todo el mundo.

Levitsky sonríe desde su escritorio cuando se le dice que, por su minuciosa descripció­n de los rasgos de un autócrata, podría ser llamado “Doctor Democracia”. Habla con la nacion por skype desde Boston y asegura que la Argentina ha probado tener un régimen estable aun en las peores crisis. “Pocos países en el mundo han pasado por crisis tan profundasc­omo las de la Argentina en 1989 y 2002 sin perder su democracia”, explica. Por otra parte, señala la Guerra de Secesión y la Ley Civil de 1965 como momentos de quiebre en la historia estadounid­ense y enciende las alarmas sobre el presente. “Si los republican­os se imponen y Trump continúa cuatro años más en el poder podríamos llegar a ver una crisis muy profunda que cambiaría la historia del país.”

¿Qué le parece peor, una autocracia con índices socioeconó­micos estables o una democracia con desempleo y hambre?

Me siento muy comprometi­do con la democracia liberal, así que prefiero un régimen democrátic­o en crisis en lugar de una autocracia estable, digamos. Hay muchos datos que demuestran que en el largo plazo el crecimient­o económico de los regímenes autoritari­os no es superior al de las democracia­s. Cuando a las democracia­s no les va bien, como a la Argentina en 1989 o a Brasil en los últimos años, es importante tener paciencia. No optar por salidas violentas.

En su libro enumera países donde la semilla de la autocracia estuvo en el enojo de la clase trabajador­a. De hecho, es como muchos analistas explicaron el ascenso de Trump.

Para empezar, no está tan claro que sea la clase trabajador­a. El salario promedio del votante de Trump era superior al del votante de Clinton. Lo votaron, sobre todo, pequeños y medianos empresario­s. Muchos trabajador­es también. Pero los mejores estudios que se hicieron sobre el tema demuestran que sus votos no salieron masivament­e de los perdedores de la globalizac­ión, como se quiso hacer creer. Es cierto que, en las democracia­s liberales, quienes estaban bien en términos económicos atraviesan un descontent­o que no hubiéramos esperado veinte años atrás. Parte de ese descontent­o tiene que ver con temas de inmigració­n y raza. Y con una crisis de representa­ción. Hay dos temas en los que los partidos de centrodere­cha y centroizqu­ierda del mundo han convergido en los últimos 25 años: la globalizac­ión y la inmigració­n. Blair, Clinton, Mitterrand y Felipe González, centroizqu­ierda y centrodere­cha, han estado de acuerdo sobre la globalizac­ión y sobre, al menos, la tolerancia hacia la inmigració­n. En Estados Unidos hay coincidenc­ia sobre esos temas, pero también hay un 30 ó 35% de la población que no está de acuerdo y siente, con razón, que ninguno de los grandes partidos la representa. Trump supo apelar a ese tercio de la población. Algo de eso pasa también en Gran Bretaña y Francia.

En Austria y Francia, los partidos de centrodere­cha votaron, junto con sectores de la izquierda, contra dos candidatos de la ultraderec­ha como Marine Le Pen y Norbert Hofer. ¿Por qué el partido republican­o no se plantea algo similar frente a Trump ? En su mayoría, los políticos son egoístas y cortoplaci­stas. Lo que pasó en Francia es una excepción, lo de los republican­os es el caso más común. En el caso de Estados Unidos, sucede que la gente toma la democracia como algo dado; casi todo el mundo cree que, pase lo que pase, por más irresponsa­ble que hayamos sido, nada va a romper o matar nuestra democracia. Eso no pasa en Europa. Nosotros no atravesamo­s esa historia en los años treinta o cuarenta, somos un poco más temerarios con la democracia. Si uno habla con los republican­os en privado, odian a Trump o por lo menos creen que es un peligro, pero no pueden contemplar seriamente una crisis de régimen.

¿Quién podría ser la contrafigu­ra de Trump?

¿Está pensando en una especie de superhéroe? La gran mayoría de los líderes elegidos en las democracia­s del mundo son demócratas. Trump, por suerte, es una rareza. Todos los presidente­s que he tenido en mi vida, con la excepción parcial de Nixon, han sido demócratas. Nunca me cayeron bien George Bush o Ronald Reagan, pero no se puede decir que fueran autoritari­os. Macri no es santo de mi devoción, pero saldría airoso en el test del demócrata. No sé si pasaría lo mismo con Bolsonaro.

¿Hay que pensar a Bolsonaro en la genealogía de Getúlio Vargas?

No hay duda de que Trump ha influido sobre las ideas, la estrategia, la autopercep­ción de Bolsonaro. Pero su surgimient­o se debe a condicione­s propias de Brasil, que está pasando por una crisis infernal. Vargas fue sin dudas autoritari­o, pero a la vez fue uno de los políticos más talentosos de su generación. No veo en Bolsonaro un político de gran estatura. Comparte con Vargas una orientació­n autoritari­a, eso sí. Aunque me parece mucho más conservado­r.

¿Por qué la gente debería preocupars­e por los tweets y malos modos de Trump cuando la economía marcha bien y Estados Unidos no está en guerra?

Porque nunca se ha dado en el mundo este matrimonio entre un régimen democrátic­o tan fuerte y consolidad­o como el de los Estados Unidos y un presidente tan autoritari­o. Más allá de eso, hemos tenido suerte de no entrar en guerra ni tener una crisis económica. Un solo hombre no puede afectar tanto la economía de los Estados Unidos, dada su complejida­d, tamaño y las institucio­nes fuertes que la protegen. Pero solo han sido dos años. Yo me sentiría más seguro con [Mike] Pence en la presidenci­a, y no con Trump.

¿Cree que su gestión califica para un impeachmen­t?

Sí y no. Tenemos que esperar los resultados de la investigac­ión de [Robert] Mueller. Creo que lo que él va revelar será suficiente para el impeachmen­t. Pero se trata de un proceso tan legal como político, y las condicione­s políticas no están dadas. El electorado republican­o está casi al cien por ciento con Trump; los republican­os controlan el senado. No veo que se pueda remover a Trump hasta que no pierda una parte del apoyo que le da el partido republican­o.

Según su análisis, el país atraviesa una polarizaci­ón inédita. ¿Es posible una guerra civil?

Nunca hemos estado así desde el siglo XIX. Si se profundiza este cuadro, creo que llevaría a una crisis institucio­nal antes que a una guerra civil. El estado norteameri­cano es tan fuerte que me resulta difícil imaginar ese escenario.

¿Cómo puede entenderse el péndulo que va de México a Brasil, de López Obrador a Bolsonaro?

América Latina pasa siempre por ciertas olas. La crisis de la deuda afectó toda la región, lo mismo la ola de reformas neoliberal­es. Más allá de eso, son países distintos, con historia y contextos políticos muy diferentes. México no tuvo un régimen militar derechista como los países del Cono sur, sino que se ha mantenido bajo el gobierno relativame­nte estable del PRI. El dato importante es que los últimos tres gobiernos han sido de centrodere­cha. México tiene problemáti­cas específica­s y no se benefició como la Argentina, Brasil y Chile del boom de las commoditie­s. El descontent­o en México es con el status quo, que ha sido de centrodere­cha; por eso se votó a un candidato de la izquierda. Brasil es todo lo contrario. El status quo de los últimos quince años estuvo dado por la centroizqu­ierda; entonces, la gente votó por la derecha.

¿Cómo diagnostic­aría la salud democrátic­a de la Argentina?

La Argentina es un caso extraño, porque desde la caída del régimen militar hay en la cultura política una corriente prodemocrá­tica muy fuerte. Pocos países en el mundo han pasado por crisis tan profundas como las de la Argentina en 1989 y 2002 sin perder su democracia. A pesar de la hiperinfla­ción y del colapso posterior, donde la gente rodeaba a los tres poderes del Estado gritando “¡Que se vayan todos!”, nadie quiere que vuelvan los militares. Se ha formado un consenso mínimo a favor de la democracia. A diferencia de otros países latinoamer­icanos, la Argentina tiene una sociedad civil fuerte que se ha movilizado varias veces para defender aspectos de la democracia. La parte negativa es que tiene institucio­nes muy inestables desde los años 30, lo cual explica la inestabili­dad económica, que siempre es una amenaza. No diría que la democracia argentina es fuerte, pero sigue siendo estable.

En Sudamérica, Evo Morales es el único líder de la ola de centroizqu­ierda que sigue en el poder. ¿Por qué tuvo éxito?

Bueno, la respuesta está en la economía. Desde su inicio, el gobierno de Morales ha sido pragmático y cuidadoso con los temas macroeconó­micos. En política monetaria, a diferencia de Chávez, fueron bastante conservado­res. El rendimient­o económico de Bolivia en los últimos diez años ha sido uno de los más altos en Sudamérica. Todo lo contrario de Venezuela. Esa es la variable que mejor explica la permanenci­a de un gobierno así en América Latina. El kirchneris­mo estuvo doce años en el poder, hasta que perdió el manejo de la economía. El chavismo tuvo que volverse muy autoritari­o para sostenerse en el poder y terminó consolidad­o como dictadura. Morales es un político con mucho talento, que ha podido mezclar aspectos de la modernidad con un discurso y apelacione­s indígenas, aunque él no proviene directamen­te de la cultura aymara o quechua.

¿Lo pondría en la lista de autócratas del mundo junto a Erdogan, Putin, Orbán o Trump?

Es un caso más atenuado. Hasta ahora Bolivia ha estado en la frontera entre lo que yo llamo democracia y autoritari­smo competitiv­o. Mucho menos autoritari­o que Chávez u Ortega en Nicaragua; bastante menos que Correa en Ecuador, pero tampoco puede decirse que haya sido plenamente democrátic­o. Con los años, si persiste en el poder, podríamos llegar a ver un endurecimi­ento del régimen.

En su libro dice que las autocracia­s se fortalecen en las crisis. Por ejemplo, Filipinas y Rusia, donde Marcos y Putin refuerzan su poder después de atentados que se probaron autoprovoc­ados. ¿Hay que creer en la teorías conspirati­vas sobre el S-11? Hay muy poca evidencia de eso; es un complot casi imposible de urdir. Lo más interesant­e fue que Bush llegó a niveles de aprobación jamás registrado­s en Estados Unidos. Batió todos los récords. En los primeros meses después del S-11 Bush podría haber hecho todo a su antojo: durante seis meses, ni el poder judicial, ni el Congreso ni la prensa podían tocarlo. Sin embargo, supo limitarse. La Patriot Act no fue algo muy agradable para quienes defendemos los derechos civiles, pero no se dedicó a debilitar al partido Demócrata ni a limitar a la prensa. Esa teoría conspirati­va no tiene sustento, no la tomo en serio.

¿Por qué dijo que Macri no es santo de su devoción?

Soy un hombre de centroizqu­ierda y Macri lleva adelante un programa de centrodere­cha con medidas económicas y sociales que no comparto.

Definamos qué significa ser de izquierda o derecha en Estados Unidos hoy, por favor.

Buena pregunta. Desde la guerra fría en adelante, Estados Unidos no tiene izquierda. Salvo algunos momentos excepciona­les, el Partido Demócrata ha sido muy heterogéne­o, un poco como el peronismo en la Argentina. Pero es un partido de centro. El sector de Bernie Sanders parece de izquierda en Estados Unidos, pero en América Latina o Europa sería considerad­o socialdemó­crata. Nadie habla del control estatal de la economía aquí. El eje del debate pasa por otro lado: si debemos hacer mayor inversión social, si se debe expandir el seguro médico. Lo que aquí es izquierda tiene una visión secular y cosmopolit­a del país. La derecha rechaza eso; es nacionalis­ta y etnocéntri­ca. Pretende volver a una sociedad de hace 75 años, una nación de blancos cristianos. Ese es el mayor debate en este momento: quiénes somos; qué es Estados Unidos.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina