LA NACION

Un policial donde lo que abundan son los enigmas

- Felipe Fernández

En 2014 el capitán Jesse Rosenberg –principal protagonis­ta de La desaparici­ón de Stephanie Mailer, la nueva novela del exitoso autor suizo Joël Dicker (Ginebra, 1985)– decide retirarse de la policía estatal de Nueva York tras veintitrés años de servicio. En el acto de despedida que le organizan sus colegas conoce a Stephanie Mailer, periodista del diario Orphea Chronicle. La mujer le recuerda el caso de un cuádruple asesinato ocurrido en aquella ciudad de veraneo, en 1994, que Rosenberg creía haber resuelto. “Se equivocó de culpable”, le advierte Mailer y le dice que dentro de una hora se encontrará con alguien que le permitirá conseguir una “prueba irrefutabl­e” sobre quién es el verdadero responsabl­e de las muertes.

La desaparici­ón de la periodista, ese mismo día, impulsa a Rosenberg a investigar ese hecho y a revisar el caso de 1994 con la ayuda de su antiguo compañero, Derek Scott, y la de Anna Kanner, subjefa de la policía de Orphea. El punto de partida policial está servido. Como La verdad sobre el caso

Harry Quebert (2012), la voluminosa novela que convirtió al suizo en autor de lectura global, la trama del nuevo libro también está situada en Estados Unidos, país por el que Dicker siente fascinació­n y que dice conocer bien porque allí pasaba los veranos con su abuelo. Podría suponerse, además, que ese escenario favorece la posibilida­d de que más lectores (no sólo los norteameri­canos) se identifiqu­en mejor con sus historias.

La desaparici­ón de Stephanie Miller

avanza por dos carriles paralelos: uno se enfoca en el presente; otro aporta datos sobre el pasado de los personajes y reconstruy­e las circunstan­cias que rodearon el cuádruple crimen, llevado a cabo el día que se inauguró el primer festival de teatro de Orphea. Las víctimas fueron el alcalde, su esposa y su hijo (muertos en su hogar), y una mujer que había salido a correr cerca de allí y que, se supone, debió haber visto al asesino.

La aparición del cadáver de Mailer conduce a una nueva serie de pesquisas. Dicker elige para su libro una estructura que parece seguir la tendencia de algunas series policiales de Netflix que se alargan en demasiados capítulos, abusan de la técnica del flashback y recurren a la inclusión de historias secundaria­s. No es coincidenc­ia que el director Jean-Jacques Annaud haya decidido adaptar a la televisión La verdad sobre el caso Harry Quebert, que ya utiliza, en una versión literaria, el clásico montaje de ese tipo de series.

El argumento se complica tal vez más de lo necesario. La novela incorpora, por ejemplo, el affaire de un exredactor del Orphea Chronicle con una mujer mucho más joven; expone el problema de adicción de una muchacha que solía veranear en esa ciudad y lo combina con un caso de

bullying; y también se ocupa de las razones que obligaron a Kanner a separarse de su marido. Tantos condimento­s por momentos dispersan y debilitan el sabor de la intriga central que gobierna –o debería gobernar– la narración.

El escritor suizo emplea tanto la tercera persona como el punto de vista de sus personajes para su relato. Experto en el arte de la dilatación, tarda trescienta­s páginas en contar qué causó el final del romance de Jesse Rosenberg con su novia Natasha o en explicar cómo Derek Scott le salvó la vida a Jesse y por qué después pidió su traslado a la sección administra­tiva de la fuerza.

El personaje más extravagan­te de

La desaparici­ón... –el más ajeno al libreto– es Kirk Harvey, ex jefe de policía de Orphea, que en 1994 renunció a su cargo para dedicarse a su vocación de dramaturgo y que promete revelar el nombre del verdadero culpable del cuádruple asesinato.

Dicker se maneja con habilidad para alargar ad infinitum el desciframi­ento de los enigmas. Este juego de la eterna postergaci­ón estimulará la curiosidad de los lectores que disfrutan de ese procedimie­nto, de efecto tan adictivo como el de la Saga Millennium. A los menos pacientes tal vez les ocurra lo opuesto: que el incesante correr de las páginas opaque el brillo de un misterio cuya solución tal vez ya no valga la pena conocer.

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La desaparici­ón de Stephanie Miller

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