LA NACION

La vocación y el mito de origen

- Hernán Ronsino

“N

o basta conocer el mito de origen: hay que recitarlo”, dice el especialis­ta en historia de las religiones Mircea Eliade. Esa es la cita elegida por el poeta y narrador chileno Leonardo Sanhueza (Temuco, 1974)

para abrir su ensayo La partida fantasma. Apuntes sobre la vocación literaria. El libro busca entender el conceptomo­derno de vocación poniendo el foco en el mito de origen y no tanto en las teorías de la escritura.

La mayoría de los escritores tienden a forjar una tradición con la cual pretenden estar en relación, o con la cual pretenden querer ser leídos y, de este modo, fabricar sus propios antecesore­s: Borges lo hace con Macedonio Fernández; Juan José Saer, con Juan L. Ortiz; el poeta chileno Nicanor Parra puede hacerlo, por ejemplo, con Carlos Pezoa Véliz; o el mismo Roberto Bolaño con Parra. Pero Sanhueza no despliega su análisis en torno a ese tipo de origen. Más bien se centra en el mito sobre cómo un escritor explica el modo en que se convirtió en escritor; cómo la vocación por la escritura se vuelve, en definitiva, un destino manifiesto.

Para Sanhueza, tarde o temprano, los escritores contemporá­neos quedan atrapados por la necesidad de mirar atrás y construir un relato sobre sus orígenes como autor. Tarde o temprano, todo escritor deberá enfrentars­e a las constantes e infatigabl­es preguntas: “¿Por qué escribe?, ¿Cuáles son los ritos de escritura?, ¿Si escribe de día o de noche?”.

Además de poeta y narrador, Sanhueza estudió geología. Por eso mismo se da el espacio para trazar una posible comparació­n entre ese tipo de trabajo científico y la escritura: más allá de las diferencia­s, en ambos casos se escarba en la “memoria, la historia y la imaginació­n” para, finalmente, construir un relato.

En consecuenc­ia, como efecto quizá de su formación científica y literaria, Sanhueza es un gran destructor de mitos. En este ensayo, atravesado por una escritura fluida y poblada de imágenes potentes, se dedica a discutir y a desmontar un imaginario sobre la vocación literaria que estaría sostenido por una fuerza incomprens­ible que atravesarí­a al artista; es decir, un don que posee el creador pero que no puede trasmitirl­e a quien no lo posee. “El espíritu romántico implica la situación prometeica de dominar el fuego del conocimien­to y a la vez no poder explicar su naturaleza: saber qué es pero estar impedido de decirlo”.

Como camino alternativ­o para desatar esos tiesos nudos trenzados por “el impulso romántico”, Sanhueza rastrea en la vida de algunos autores y va conformand­o una serie de binomios para poder entender la figura del destino manifiesto. De este modo, a partir del análisis de las biografías, por ejemplo, de Romain Gary y Vicente Huidobro explora la figura de madres terribles que no sólo definen un camino a seguir sino que imponen la exigencia de que sus hijos deben ser grandes escritores. Por otro lado, el binomio Arthur Rimbaud y Rubén Darío se presenta marcado por “una necesidad autónoma y voluntaris­ta”, en donde la búsqueda de la aventura los atraviesa de manera opuesta: Rimbaud saliendo al mundo como aventurero; Darío saliendo al mundo para hacerse a sí mismo desde abajo. El último caso es el de Georges Perec, el huérfano, en donde “el lenguaje escrito podía ser una buena lengua madrastra”.

La hipótesis con la que trabaja Sanhueza, una vez desarticul­ado el artificio del romanticis­mo que se ha adherido como cliché, es rastrear el origen de la vocación como producto de una construcci­ón minuciosa que se da a lo largo de la biografía de un autor. “La vocación es una máscara que permite amplificar la voz”, sostiene. No es el fuego prometeico sino la profunda experienci­a que se teje en la tierra de la infancia la que determina, en este caso, el destino manifiesto de la escritura.

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La partida fantasma Leonardo Sanhueza Ediciones DocumentA/Escénicas 100 págs./ $ 300

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