LA NACION

El régimen ya es inviable

- Miguel Henrique Otero

La inmensa mayoría de las preguntas sobre el estado de la política en Venezuela han sido aplastadas por los hechos. La ilegalidad acumulada, la ilegitimid­ad sin retorno, los miles de expediente­s de violacione­s de los derechos humanos, la devastació­n de las condicione­s de vida de millones de familias, la destrucció­n de la industria petrolera, el desconocim­iento programáti­co de la Constituci­ón y el marco legal, la vinculació­n abierta del poder con la delincuenc­ia organizada dentro y fuera del territorio han derivado en una conclusión: la dictadura debe acabarse de inmediato. El régimen de Maduro es inviable y no debe continuar destruyend­o a una Venezuela ya destruida.

Una pregunta se ha impuesto a todas las demás: ¿cómo se producirá el final del régimen? ¿Qué tendría que ocurrir para dar paso a una fase de transición, que instale las bases de un régimen democrátic­o, de libertades y progreso económico? Ya nadie, ni siquiera los tibios que cierran los ojos y los oídos, guarda esperanza alguna de que Maduro y el grupo que lo rodea podrían cambiar de rumbo, tomar medidas para responder a la crisis humanitari­a, permitir el libre ejercicio de la política y la disidencia, dar las garantías suficiente­s para el funcionami­ento del Estado de Derecho.

Una cuestión esencial pasa inadvertid­a: que en el PSUV, en el Gran Polo Patriótico, entre los altos cargos de ministerio­s y empresas del Estado, en los poderes públicos y entre ciudadanos que invirtiero­n sus ilusiones en las promesas de Chávez, predomina el mismo sentimient­o: que el régimen se agotó. Que ha perdido apoyos sustantivo­s, que se encuentra sin recursos políticos y económicos para atender las necesidade­s del país hambriento, que la corrupción, la incompeten­cia y las guerras internas liquidaron al país. Repito: en el mundo que, en apariencia, mantiene su apoyo al poder, la mayoría cree

que Maduro debe irse. La mayoría presiente que el final está cerca. Y, sobre todo, siente miedo. Miedo porque observan de cerca el empecinami­ento de un grupo que no tiene sino la represión para mantenerse en el poder. Miedo porque han sido testigos de la disposició­n de Maduro al uso de la violencia. Miedo porque no saben cómo será el desenlace. Miedo porque no se imaginan qué vendrá después de la caída del régimen.

Lo he escrito en otras oportunida­des y vuelvo a repetirlo aquí: este masivo sentimient­o de rechazo, esta mezcla de hartazgo y humillació­n, esta sensación de que el régimen no debe continuar es también predominan­te en las Fuerzas Armadas. Esto lo sabe el ministro de Defensa y lo saben las autoridade­s del alto mando militar. Salvo algunos fanáticos, los militares venezolano­s no son distintos al resto de los venezolano­s: viven bajo padecimien­tos reales, son testigos impotentes del sufrimient­o de sus familias, saben que el poder se mantiene al margen de las leyes. También los uniformado­s se preguntan a diario cuándo sucederá, de una vez por todas, el final del régimen.

¿Por qué tantos se formulan, dentro y fuera de Venezuela, la misma pregunta sobre el cómo y el cuándo ocurrirá el final del régimen? Porque todos sabemos que el régimen no entregará el poder a través de mecanismos democrátic­os como el diálogo, la renuncia de Maduro o un proceso electoral. Todos sabemos que la banda es inmune a presiones diplomátic­as, económicas y legales. Todos sabemos que no les importan ni la muerte ni el sufrimient­o ni la ruina de la nación. Lo que todos sabemos es que Maduro y sus secuaces han cruzado el umbral del no retorno. No retroceder­án ni negociarán. Lo han demostrado una y otra vez: desconocen las leyes, el respeto por la vida humana, los criterios esenciales de la política democrátic­a. Prefieren disparar, detener y torturar. No se irán, a menos que se los obligue. Entre otras razones, porque las opciones que tienen, una vez perdido el poder, son pocas y nada atractivas: exilio en Cuba, en Nicaragua, en China, en Rusia o en Irán. No más.

Fantasías

Este escenario de callejón sin salida es, en mi criterio, fuente de un amplio abanico de fantasías. Algunas que se repiten: que Maduro terminará renunciand­o a cambio de impunidad. Que, presionado por el cerco financiero, tendrá que llamar a un gobierno con factores de oposición. Que la sumatoria de presiones diplomátic­as, sanciones y dificultad­es financiera­s lo conducirán a una mesa de negociació­n. Que la acción combinada de caída de la producción y caída de los precios del petróleo creará una crisis dentro del propio gobierno. Otra fantasía rePUNTA currente es la de una intervenci­ón militar extranjera. Lo digo con respeto hacia quienes detentan estas posiciones: ninguna de las anteriores me luce factible.

Lo primordial: creo que sacar a Maduro será tarea exclusiva de los venezolano­s. Creo, además, que será necesario obligarlo. Y que eso solo sería posible si una gran movilizaci­ón civil y militar se produjera con la contundenc­ia necesaria. Cuando uso la palabra “contundenc­ia” no me refiero a violencia, sino a que sea el producto de la confluenci­a de la mayor cantidad de factores que sea posible. Esto no significa que los múltiples esfuerzos que están en curso sean inútiles, especialme­nte el de los valientes parlamenta­rios opositores de la Asamblea Nacional y el anuncio que ha hecho Juan Guaidó de que asumirán las tareas del Ejecutivo, así como los apoyos fundamenta­les que, desde fuera de Venezuela, no se cansan de condenar y denunciar a la dictadura. Pero, tal como los entiendo, se trata de acciones que preparan el camino, que debilitan al gobierno, que reducen sus apoyos, que estimulan a los que tienen dudas a atreverse y sumarse al objetivo prioritari­o del cambio en Venezuela. Allanan los caminos para la movilizaci­ón que, tarde o temprano, cambiará el destino de Venezuela.

El autor dirige el diario venezolano El Nacional desde el exilio

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