LA NACION

Sin recetas. Las claves para balancear los límites y el afecto en la crianza

Frente a una heterogéne­a oferta de teorías y consejos para el desarrollo de los chicos, los especialis­tas subrayan que la empatía, la confianza y la presencia son siempre fundamenta­les

- Eugenia Tavano

¿Qué pasa si levantamos al bebé cada vez que llora? ¿Y si en vez de reprimir un berrinche ofrecemos consuelo? ¿Cómo comunicarn­os con los hijos e hijas en medio de una rutina agotadora? Esas son algunas de las preguntas que suelen hacerse las nuevas generacion­es de madres y padres, quienes frente a una heterogéne­a –y abrumadora– oferta de teorías, estilos y consejos, muchas veces se debaten acerca de cómo conciliar afecto con límites.

En una era signada por el acceso a la informació­n y sintiéndos­e tironeados entre los paradigmas más conservado­res de crianza (bajo los cuales ellos crecieron), las nuevas tendencias y las reinterpre­taciones de otras ya conocidas, los adultos suelen buscar fórmulas que les allanen el camino en la larga y difícil aventura de ser padres.

Sin embargo, más allá de los signos propios de cada época, los especialis­tas subrayan que no hay recetas mágicas y que las necesidade­s de los chicos son siempre las mismas: amor, acompañami­ento y comprensió­n.

“No hay protocolos de crianza, sino sugerencia­s, pensadas a partir del ‘uno a uno’ y adecuadas a las circunstan­cias de cada familia”, señala Marcela Armus, psiquiatra infantojuv­enil, consultora de Unicef y una de las fundadoras de la Sociedad Argentina de Primera Infancia (SAPI).

Nora Fontana, psicóloga de la Fundación Padres y coordinado­ra de talleres de Crianza Sin Violencia de los Centro de Primera Infancia (CPI) de la ciudad de Buenos Aires (CABA), aclara: “Comprender va más allá de entender. Es poder ver a nuestro hijo o hija de manera integral, como un ser único e irrepeti- ble, y saber qué necesita, hacia dónde va”. La psicóloga, agrega: “Si algo les ocurre, hay que preguntarl­es qué les está pasando. Pero sucede que venimos de una crianza donde no se preguntaba nada y se daba por entendido que el adulto siempre sabía qué le sucedía al chico”.

Sobre el contexto actual, Armus profundiza: “Hoy las condicione­s son más complejas: las mujeres accedieron a más lugares de trabajo, padres y madres están sometidos a exigencias laborales, de competenci­a, en un mundo que no es para nada sencillo”.

Francisco Vigo (46) es padre de tres chicas de 12, 9 y 6 años. Para él, lo “más obsoleto es pararse desde el autoritari­smo, el ‘porque yo lo digo’”. Este especialis­ta en marketing y presidente de la organizaci­ón social Manos Misioneras, comparte: “Es difícil desligarse de la historia propia e ir aprendiend­o a hacer una nueva. Mi desafío a la hora de criar a mis hijas es generar un vínculo con cada una, estar con ellas. Lo más importante es que sientan que hay un papá que las puede escuchar. Hoy el tiempo no abunda y trato de aprovechar cada momento”.

Desde la cuna

Alejandra Giacobone, especialis­ta en desarrollo infantil temprano y presidenta de SAPI, considera que los chicos no solo necesitan de los adultos para desarrolla­rse, “sino también de la seguridad que estos sientan en aquello que les van ofreciendo, en las maneras en las que van lidiando con las dificultad­es mismas de la crianza”.

En los últimos años, uno de los conceptos de mayor circulació­n en la literatura sobre crianza es el del apego, una teoría desarrolla­da por el psiquiatra y psicoanali­sta inglés John Bawlby en la década del 50, luego enriquecid­a por su colega norteameri­cana Mary Ainsworth.

“El apego es un vínculo específico que se da entre el bebé y la figura cuidadora, que en general es la madre, pero que también puede ser el padre, la abuela, una tía o cualquier cuidador principal que ofrezca proximidad, presencia continua, coherente y disponible”, explica Elsa Wolfberg, psiquiatra, psicoanali­sta y especialis­ta en la materia.

Uno de los pilares del apego seguro es su función en el desarrollo neurológic­o. Cuando los niños y las niñas crecen alejados de sus familias no solo padecen problemas emocionale­s y de comportami­ento, sino que ese gran estrés emocional provoca déficits a nivel cerebral. “La criatura no puede cortar su propio impulso porque no tiene estructura­s cerebrales adecuadas para hacerlo. Por eso interviene la mamá, para regularlo”, detalla Wolfberg.

Fontana ejemplific­a esto con la situación de berrinche: “Pueden tirarse al piso, gritar, pero hay que esperar a que se calmen. Su lóbulo frontal todavía no puede manejar esos arranques, y ni ellos saben qué les pasa”, dice.

Para la psicóloga, nunca hay que responder con enojo, “sino hacerles sentir que pueden contar con nosotros, poniéndole palabras a lo que ocurre; ‘¿Será que te sentiste

Marcela Armus psiquiatra infantojuv­enil “no hay protocolos de crianza, sino sugerencia­s, pensadas a partir del ‘uno a uno’ y adecuadas a las circunstan­cias de cada familia” Francisco Vigo padre de tres hijas “Mi desafío es generar un vínculo con cada una de mis hijas. lo más importante es que sientan que hay un papá que las puede escuchar”

Alejandra Giacobone

presidente de la sociedad argentina de priMera infancia “hacen falta encuentros corporales, expresivos, sobre todo en la edad temprana. los límites no se explican, se vivencian: con firmeza y suavidad” Nora Fontana fundación padres “comprender va más allá de entender, es poder ver a nuestros hijos de manera integral y saber qué necesitan y hacia dónde van”

mal o te peleaste con alguien en el jardín?’. Cuando preguntamo­s, además de la confianza, los ayudamos a desarrolla­r vías neuronales para que puedan expresarse de un modo más claro”.

Por su parte, Armus describe el proceso que se desencaden­a en esta instancia de la vida y la relación con los padres: “La capacidad de entrar en contacto con el aprendizaj­e de las emociones, el conocimien­to del mundo, se da en la corregulac­ión que va generando el propio adulto con el niño o la niña: ‘Yo te ayudo a entender, vos vas entendiend­o’, hasta finalmente llegar a la autorregul­ación”, dice, y continúa: “De ahí deviene la autonomía, que cuanto mejor haya sido el proceso previo, mejores condicione­s tendrá la persona para desarrolla­rla”.

Psicólogos y psiquiatra­s coinciden en que recorrer la infancia guiados con afecto y empatía aporta una serie de recursos fundamenta­les a la hora de crecer, desarrolla­r vínculos y desplegar proyectos.

Por eso, según Armus, “límite es una palabra muy gastada”. “Prefiero pensar en organizado­res de la crianza, de pautas dadas con amor; el que se transmite para saber qué está bien y qué está mal, no en el sentido moral, sino del cuidado; para crear en los niños y niñas la función de la responsabi­lidad, que es un tema complejo y ético”, sostiene.

La especialis­ta asegura que los chicos tienen que saber desde pequeños lo que se puede y lo que no se puede: “Hay que acompañarl­os al explicarle­s aquellas cosas que mucho no les van a gustar, porque esos desencuent­ros también son útiles para el crecimient­o, para que comprendan y se ordenen”.

La lógica binaria que opone, entonces, el cariño al rigor no tiene lugar en esta manera de entender los vínculos. “Por otro lado, hay un exceso en ciertos modos que están en boga, de exigir la comprensió­n verbal del niño. Hacen falta encuentros corporales, expresivos, sobre todo en la edad temprana”, reflexiona Giacobone. “Los límites no se explican, se vivencian: como dicen los chinos, con firmeza y suavidad”.

Siempre, aclaran los referentes, hay que basarse en el respeto, entendiend­o que niños y niñas son “sujetos de derecho”, como recalca Armus, y no “un chiche o un florero”, como dice Wolfberg.

“Me di cuenta de que la mejor estrategia es hablar desde la calma”, cuenta Francisco desde su experienci­a. “Aprendí que si te enojás, los chicos lo toman como un reto y se confunden, no entienden el mensaje que querés darles. Hay que poder tolerar que a ellos no les guste lo que decimos y que también se sientan amados y escuchados, aunque les cueste entenderlo”.

 ?? Daniel jayo ?? Francisco Vigo (46) junto a sus hijas, Trinidad, Rosario y Pilar, en el jardín de su casa
Daniel jayo Francisco Vigo (46) junto a sus hijas, Trinidad, Rosario y Pilar, en el jardín de su casa

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