LA NACION

El mejor consejo es confiar en la intuición

- Miguel Espeche

Hay una frase que dice “ama y haz lo que quieras”. Esa, sin dudas, es la cuestión. Una idea que, pronunciad­a por algún sabio perdido en la memoria, nos alumbra la vida en su conjunto, pero, sobre todo, a la hora de criar a los hijos.

Bajo la marea de nuevas o ya no tan nuevas modalidade­s propuestas para que los padres críen correctame­nte a su prole, muchas veces ha quedado sepultada la vieja y querida confianza en la propia intuición, lo aprendido gracias a la propia historia y en la construcci­ón del propio criterio a través del sentido común. Por esa causa, muchos de los padres terminan angustiado­s, culposos y frágiles ante la posibilida­d de equivocars­e y no ser perfectos, suponiendo que hay una metodologí­a que, de por sí, haría que la crianza de los hijos fuera la mejor de todas.

Pero no, no la hay. No se ha escrito el libro o inventado la técnica que haga mágicament­e que los padres y madres sean buenos para sus hijos e hijas, por más aportes que en tal sentido hayan hecho un sinnúmero de profesiona­les de la educación, la psicología, entre otras áreas.

Los hijos de alguna manera se dan cuenta de inmediato cuando alguien pretende aplicar sobre ellos una receta leída en un libro o tomada de otro sin haberla previament­e hecho propia, de manera genuina. También se percatan cuando un padre hace algo para quedar bien con un mandato o cuando, por el contrario, lo hace porque está convencido. Por eso es tan positivo tener por eje el favorecer y nutrir (no reemplazar) los criterios personales y honrar los recursos que los padres tienen, en ocasiones sin darse cuenta de ello.

Criar hijos es un arte, y por tal motivo la singularid­ad del artista (mamá y papá, por caso) hace a la cuestión. El criterio para ayudarlos y, sobre todo, ayudar a la revaloraci­ón de esta función en la sociedad deberá entender lo antedicho y de tal forma propiciar que los artistas logren lo mejor de sí desplegand­o su ser, no reemplazán­dolo por un protocolo de procedimie­ntos.

La valoración de la paternidad y maternidad como un espacio destinado a hacer crecer a los hijos, no tanto a satisfacer­los en todo, baja los niveles de exigencia malsanos que tantas veces confunden, así como ayuda a generar un clima general de confianza que habilita a que el amor (aquel de la frase) se desenvuelv­a y haga lo suyo.

Eso es así porque el amor termina siendo siempre inteligent­e, y es por eso que sabe cuándo marcar la cancha, cuándo abrazar, cuándo satisfacer la demanda y cuándo frustrarla. Y si hay errores, pues entonces mañana se corregirán. Al final los hijos valorarán más el haber sido amados por personas que pusieron el cuerpo y el alma en la tarea que el que no hayan existido yerros en el camino.

El autor es psicólogo y especialis­ta en vínculos

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