El hombre y el mar
Es Niza, pero podría ser cualquier lugar. Cualquier lugar con mar. Cualquier lugar con una pizca de soledad y mucho horizonte abierto. Pictóricas o fotográficas, son magnéticas, las marinas. Tanto como el mar que observa el hombre de la imagen, seguramente bañado en el sabor punzante del salitre, quizás bendecido por un silencio que solo sabe repetir la arcaica voz de la marea.
El Mediterráneo, su larga historia de imperios, su azul legendario. Hay un diálogo aquí; un secreto lazo de confianza entre lo inabordable del mar y el hombre que, sereno y quieto, lo observa.
Poco parece importar la tormenta arremolinada allá donde se pierde la vista: el hombre y el mar se tienen el uno al otro. No se miden, ni se adoran o desafían. Lo suyo es la prudente distancia. Uno es eterno; el otro desgrana las hojas de su vida con cada ir y venir del oleaje.