catalejo
La semana pasada la Agencia Nacional de Seguridad Vial y la provincia de Buenos Aires anunciaron la colocación de ocho nuevos radares de velocidad fijos en el Acceso Norte. Serán bienvenidas.
Circulo por ese corredor –nunca mejor usada la palabra– todos los días, dos veces por día, desde hace más de tres años. Cada jornada, sin falta, se producen uno o varios accidentes. En ocasiones, hay que lamentar víctimas fatales. Cosa que, en una vuelta de tuerca demencial, hemos terminado por naturalizar. Los viernes, los choques son una epidemia. Todos los viernes. Nunca falla. Parece un cuento siniestro de ciencia ficción.
Pero no. Observarnos manejar es mirar el retrato de nuestra sociedad. La inmensa mayoría respeta las normas. Algunos despistados circulan a marcha lenta por los carriles rápidos. Y luego está el puñado de pícaros de siempre. Zigzaguean con temeridad, no respetan las distancias de frenado, las normas no son para ellos. Pero tarde o temprano las leyes del movimiento de Newton, implacables, conducen a una tragedia. Imagino, como los veo hacer todo el tiempo, que frenarán ahora, cuando se aproximen a los nuevos radares, y luego seguirán su carrera mortal. Porque total no pasa nada.