LA NACION

Más de cuatro horas en el escenario y solo 12 canciones dan paso a la devoción por el mítico cantor

- Daniel Flores

Más de cuatro horas en el escenario y apenas doce canciones; a sala llena, el cantor prefiere hablar sobre temas que van desde el Everest hasta Juan Darthés; una experienci­a épica

El hombre alto de barba blanca, ropa negra y guitarra criolla cruza lento el escenario hasta que llega a la única silla y se sienta. Afina mientras mira al público, que estará bien iluminado durante todo el concierto.

El teatro de Barrio Norte está lleno, las entradas se agotaron hace rato y hay cierta tensión en el ambiente. La expectativ­a es grande porque el hombre de negro se llama José Larralde y toca poco, en general, y casi nunca en Capital. Tiene 81 años y fama de locuaz, de temperamen­tal y de plantarse en cualquier momento y dar conciertos épicos. Nada garantiza qué ocurrirá esta noche. “¿Ustedes están apurados?”, inquiere malicioso, apenas elevando la mirada mientras ajusta el transporte en el diapasón y apoya el pie izquierdo en un banquito de guitarrist­a. Parece acomodarse para un trámite largo.

El público está entregado: lo aplaude de pie durante un par de minutos. Hay muchos hombres, sobre todo, algunos de su edad; otros que podrían ser sus hijos, con remeras negras de bandas heavy, que segurament­e descubrier­on su música a través de su admirador, el “Larralde del metal criollo”, el exV8 y Hermética Ricardo Iorio.

Después de trabajar por el sur como peón de campo, soldador y ferroviari­o, Larralde comenzó su carrera musical a mediados de los sesenta y en 1971 llegó a protagoniz­ar la película Santos Vega, junto con Ana María Picchio. Compuso y grabó un repertorio vasto, sobre todo de milongas camperas, género del que es referente. Pero lleva varias décadas de andar solitario, sin tocar ni editar demasiado, sin dar entrevista­s ni dejarse sacar fotos de algún modo alimentand­o el misterio en torno de su figura, recién últimament­e rescatada por estos nuevos seguidores rockeros. Además la utilizació­n de su canción “Quimey Neuquén” en la megaexitos­a serie Breaking Bad no hizo más que agrandar la figura de lo que podría definirse como el último ser mitológico de la pampa.

Solo en escena, como los criollos sobre los que canta, Larralde, el Pampa, el Toro de Huanguelén (su pueblo en el sur de Buenos Aires), la leyenda de la milonga campera, el renegado del folclore nacional, ensaya unos arpegios, pero la primera canción no arranca. Dice que “aguanten un cacho” porque acaba de subir dos pisos y se agitó. Advierte que en cuanto vea a alguien “filmando” se va “a la mierda”. Le gritan “maestro” y responde que no, que solo llegó a sexto grado y lo echaron porque ya le tocaba la colimba.

Apenas bajo dos focos blancos, en el escenario solo se distingue una silueta oscura definida por el halo pálido de la melena y la barba. La gente festeja cada salida del cantor que aún no cantó nada. Recién a los 27 minutos del “inicio”, todavía con la platea iluminada (“pa’ esquivar mejor si veo que me tiran con algo”), asoma la autobiográ­fica “Un día me fui del pago”, dedicada a Huanguelén. Después retoma el stand up campero (por favor, que Larralde no lea esto...), al que refiere en el nombre del espectácul­o: “Cosas nomás”. “No me vengan con show ni recital, esto es una guitarread­a. Cosas nomás. Si quieren una canción atrás de la otra, mejor escuchen un disco”. Va más de una hora. O sea que la aclaración ya venía descontada por el público presente.

Llega al fin la segunda canción. Es la monumental “De hablarle a la soledad” (“Solían decirle de apodo el triste o el cabezón, uno le salió por solo, el otro por la razón”). Pero antes y después, el picoteo temático es imprevisib­le, genial o disparatad­o, solemne, inspirador, conspirati­vo o banal.

Larralde desanda su conocida agenda de relatos de oficios rurales perdidos y gauchos tenaces. Tampoco sorprende al hablar de política, este artista que se ha definido siempre como “libertario”, que afirma no creer en nada y que reparte, con bronca y parejo, para todos los sectores. En cambio, desconcier­ta al traer el caso Juan Darthés (“¿por qué no lo denunciaro­n antes?”), datos de divulgació­n científica como que el Everest crece dos centímetro­s al año, las contraindi­caciones de la miel (“trae pólipos”), el agua de Chascomús, los ataúdes (“te ponen uno bueno para el funeral y después te entierran con otro más barato”), Napoleón, la Xipolitaki­s, Einstein, la diferencia entre cuerdas de tripa y de nylon, la base china en la Patagonia, el ARA San Juan o un chiste de gallegos.

Su costado de viejo vizcacha lo lleva a amagar indefinida­mente con cantarse otra, pero solo lo hace cuando la soga está tirante como a él le gusta. “Bueno, pero si no quieren no les cuento, ustedes se lo pierden”, puede decir después de cuarenta minutos de divague telúrico. Lo que sigue, invariable­mente es una milonga o un loncomeo mapuche de profundida­d y belleza paralizant­es, que descolocan más viniendo de quien acaba de referirse a la probation de Baby Etchecopar y a las “pañuelos verdes”.

Varias leguas pasado de incorrecci­ón política, “mezcla de etarra y talibán”, así define su ascendenci­a navarra-árabe, cuenta que un año atrás le pusieron un stent en el Hospital Argerich. “Tengo fecha de vencimient­o, quién sabe si nos volvemos a ver”, dice cuando van más de cuatro horas de... Larralde.

Ahí sí, remata a los dos tercios del público que sobrevivie­ron a la maratón (algunos lograron escaparse sin que el cantor los detecte) con “Cosas que pasan”, ese que no puede faltar, su clásica parábola del peón fiel echado de la estancia por el hijo desagradec­ido de un patrón finado. Los que quedan lo aplauden extasiados, más fanáticos que cinco horas atrás. Deben estar conmovidos por la canción y también por haber presenciad­o un instante artístico raro, único. Sucede que la imprevisib­ilidad puede transforma­rse en un condimento cada vez más valioso en un mundo donde la música popular parece dictada por las métricas y los algoritmos. Como fuera, el viernes pasado a la noche, la leyenda de José Larralde creció un poco más, como el Everest.

 ?? ARCHIVO R. néspOlO ?? Larralde en 2008, cuando dejaba que le tomaran fotos
ARCHIVO R. néspOlO Larralde en 2008, cuando dejaba que le tomaran fotos

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina