LA NACION

La larga lucha de una tribu en los EE.UU.

Certificar quién es indígena implica primero precisar qué define a un nativo norteameri­cano

- Texto Lisa Rab | Fotos Travis Dove

EEn marzo de 2012, Heather McMillan Nakai mandó una carta a la Oficina Federal de Asuntos Indígenas (BIA, según sus siglas en inglés) para pedirle a ese organismo del gobierno de Estados Unidos que certificar­a que ella era indígena. Heather quería trabajar en el Servicio de Salud Indígena y quería postularse para el cargo aprovechan­do la “preferenci­a por los indígenas”. Sabía que podía ser complicado: según la informació­n que tenía, esa preferenci­a nunca había sido concedida a ninguna persona de su tribu de Carolina del Norte, los lumbee.

La partida de nacimiento de Heather, al igual que su primera licencia de conducir, dice que es indígena. Durante las décadas de 1950 y 1960, sus padres fueron obligados a asistir a escuelas tribales segregadas. En la ciudad natal de Heather en el condado de Robeson, Carolina del Norte, los extraños pueden mirarle los oscuros rulos del pelo, escucharla hablar y mirar sus ojos bien abiertos cuando se indigna, y saber exactament­e quiénes eran su padre y su madre. “¿Cuál es tu pueblo?” es una pregunta común en Robeson, que a los lugareños les sirve para identifica­r su lugar entre las generacion­es de lumbee que viven en el área desde hace casi 300 años.

Pero para la BIA, los lumbee nunca fueron lo suficiente­mente indígenas. En la respuesta que Heather recibió un mes después de enviada la carta, la especialis­ta en gobierno tribal Chandra Joseph le informó que los lumbee no eran una tribu reconocida a nivel federal y que por lo tanto Heather no podía recibir los beneficios federales, incluida la “preferenci­a por los indígenas”. Invocando una ley de 1956 relativa al estatus de los lumbee, Chandra Joseph le escribió: “La ley lumbee impide que la BIA extienda los beneficios a los indígenas de Robeson y los condados adyacentes”. Y le adjuntó un folleto titulado “Guía para rastrear el linaje indígena”.

Como abogada de la Comisión Nacional del Juego Indígena, Heather comprende las complejida­des de documentar un linaje nativo. De hecho, había presentado 80 páginas de evidencias para apoyar su caso. Los lumbee son descendien­tes de varias tribus de Carolina, incluidos los cheraw, que en los siglos XVIII y XIX se casaron con blancos y afroestado­unidenses libres. Heather, de 38 años, puede remontar su árbol genealógic­o al menos hasta 1900, cuando su bisabuelo fue registrado como indígena en el censo federal. “Es un sentimient­o desgarrado­r que te digan algo así como: ‘Usted es tan poco indígena que necesita que alguien le envíe un folleto explicativ­o’”.

Para inscribir a miembros en su tribu, los lumbee se apoyan en los documentos de los censos históricos, que registran la “población indígena” de condados específico­s. Mientras preparaba su respuesta, Heather se dio cuenta de que los mismos documentos podían utilizarse para argumentar que los lumbee tenían derecho a gozar de los beneficios federales, lo que le pareció un poderoso argumento legal. Si podía recibir la preferenci­a por los indígenas, entonces también podrían hacerlo otros miembros de su tribu. “Cuando estoy en apuros, no me voy corriendo”, dice Heather.

“Me gusta contraatac­ar”. Así que apeló la decisión de la BIA, y siguió haciéndolo hasta que su caso aterrizó en la Corte federal.

Su batalla forzó al Departamen­to del Interior a reexaminar su política para con los más de 55.000 lumbee que conforman la mayor tribu al este del Mississipp­i. Hace más de 60 años que el gobierno reconoció que son indígenas, pero les negó la soberanía, las tierras y los beneficios que les otorga a otras tribus. Es una situación que plantea preguntas fundamenta­les sobre la identidad: ¿qué define a un nativo norteameri­cano? ¿Se trata de una cuestión de raza, de cultura o una combinació­n de ambas?

Los lumbee no encajan fácilmente en ninguna categoría racial, pero hace mucho que viven como indígenas y cultivan una tradición y un sentido de comunidad únicos. ¿Podrá aceptarlos un país dividido por la cuestión racial?

La tribu lumbee toma su nombre del río Lumber, que serpentea bajo puentes y se desborda formando pantanos en un recodo arenoso del este de Carolina del Norte. Las familias fundadoras se instalaron junto a esas ciénagas en el siglo XVIII, tras huir de la guerra y las enfermedad­es posteriore­s a la colonizaci­ón de las Carolinas costeras. Aun hoy muchos lumbee todavía conservan la herencia de los apellidos de esas familias: Locklear, Chavis, Brooks, Oxendine, Lowry. Algunas personas creen que son descendien­tes de miembros de la Colonia Perdida de Roanoke del corsario sir Walter Raleigh, que se mezcló con pueblos indígenas y huyó tierra adentro. Pero

la mayoría de los historiado­res concuerdan en que a mediados del siglo XVIII había un asentamien­to cheraw en el río Lumber y que en esa época migraron a la zona varias tribus junto a blancos y negros libres. Sus descendien­tes ahora hablan un distintivo dialecto de inglés lumbee, cobran sus cheques en el Lumbee Guaranty Bank y anotan a sus hijos en la Universida­d de Carolina del Norte en Pembroke, la primera universida­d del país financiada por el Estado para los nativos norteameri­canos.

Carolina del Norte reconoció a los lumbee como nativos norteameri­canos en 1885. En esa época fueron designados “indígenas croatoanes”, uno de los muchos apelativos que recibieron a través de los siglos, ya que son incapaces de identifica­r como antepasado una única tribu nativa norteameri­cana. En 1888, la tribu empezó su larga lucha por el reconocimi­ento federal. Actualment­e hay 573 tribus reconocida­s a nivel federal y más de 200 sin reconocer. Los lumbee ocupan un limbo singular entre las dos. A las tribus reconocida­s el gobierno de Estados Unidos las trata como naciones separadas. También pueden recibir servicios del gobierno y sus miembros tienen derecho a otros beneficios, como la “preferenci­a por los indígenas”. Hoy los lumbee no reciben nada de eso.

Heather está intentando obtener beneficios individual­es sin someterse al arduo proceso de ganar el reconocimi­ento para toda su tribu. (Su caso se apoya en una ley federal de 1934, la ley de reorganiza­ción indígena, que concede derechos y beneficios a personas indígenas que puedan probar que tienen “la mitad o más de sangre indígena”.) Y desde entonces, la larga lucha de los lumbee como grupo para ganar el reconocimi­ento se ha topado con dificultad­es debido a su historia de matrimonio­s interracia­les, a pesar de que el matrimonio interracia­l era común entre las tribus del sudeste antes de la Guerra Civil.

Según Mark Miller, profesor de Historia de la Universida­d del Sur de Utah que ha escrito varias obras sobre la identidad tribal, muchas poderosas tribus del oeste tienen “la percepción de que los lumbee son realmente mestizos, un grupo fundamenta­lmente africano”. Ese “pecado original”, dice Miller, es la principal causa de los problemas políticos de los lumbee.

Según las leyes Jim Crow, los indígenas podían tener antepasado­s blancos, pero la sangre negra estaba prohibida. Cuando Estados Unidos dividió las reservas indígenas y asignó parcelas de tierra a los indígenas, una comisión gubernamen­tal les dijo a los choctaw de Mississipp­i que “si alguna persona tenía un rastro de sangre negra, la sangre servil contaminab­a y pervertía la sangre indígena”. Muchos nativos norteameri­canos internaliz­aron esas políticas raciales y las adoptaron como recurso de superviven­cia. A fines de la década de 1880, cuando Carolina del Norte estableció un sistema escolar segregado para los indígenas del condado de Robeson, algunos lumbee lucharon para excluir a un niño con madre indígena y padre negro.

En su rincón segregado de Carolina del Norte, los lumbee gozaban de más poder y privilegio­s que sus vecinos negros, pero no en todos los estados sucedía lo mismo con los nativos norteameri­canos. En Virginia, en la década de 1920, los indígenas fueron forzados a clasificar­se como “de color” –mientras que Oklahoma considerab­a que los indígenas eran blancos–, lo que indujo a los indígenas creek a rechazar a los miembros de tribus con ancestros negros.

A comienzos de la década de 1930, los lumbee, que habían pasado varias décadas intentando persuadir al Congreso para que los reconocier­a como indígenas, querían ser reconocido­s bajo las disposicio­nes de la ley de reorganiza­ción indígena. En 1936, representa­ntes de la Oficina Federal de Asuntos Indígenas viajaron al condado de Robeson para determinar la pureza de la “sangre indígena” de la tribu. El antropólog­o formado en Harvard Carl Seltzer y sus colegas les realizaron análisis a 209 personas.

Midieron cráneos, le abrieron la boca a la gente y examinaron el tamaño de sus dientes. Como relata la historiado­ra lumbee Malinda Maynor Lowery en su libro

Lumbee Indians in the Jim Crow South (“Los indígenas lumbee de la ley Jim Crow”), Seltzer detalló hasta el tipo de pelo de cada persona: “lacio”, “rizado”, “crespo” o “fino”. Les rasguñaba la piel a las mujeres y a los niños a la altura del esternón para ver si les dejaba una marca roja. (Para Seltzer, ese enrojecimi­ento indicaba “sangre mestiza”.)

Tres años después de haber presentado su demanda a la BIA, Heather estaba hurgando en cajas de los Archivos Nacionales cuando encontró los retratos fotográfic­os que Seltzer tomó de sus ancestros, incluifuer­a das las mujeres que habían sido forzadas a abrirse las camisas para que un hombre desconocid­o les rasguñara el pecho. Heather se sintió devastada. “El simple hecho de pensar en la posibilida­d de que yo permita que eso mismo le suceda a mi hija me resulta pavoroso”, dice.

Al final, Seltzer llegó a la conclusión de que solo 22 de las 209 personas que había analizado en Robeson poseían la mitad o más de “sangre indígena”, y por lo tanto podían gozar de algunos beneficios federales. (En algunos casos, Seltzer determinó que una persona tenía la cantidad de sangre necesaria, pero no así su hermano.)

Tras recibir ciertos beneficios del gobierno federal, los “22 originario­s” se separaron de los lumbee para formar su propia organizaci­ón política. Sus descendien­tes tienen su propia historia de luchas para conseguir beneficios y reconocimi­ento. El resto de los lumbee siguió luchando por el reconocimi­ento del gobierno federal. Y en 1956, el Congreso aprobó la ley lumbee, que reconoció al pueblo indígena del condado de Robeson como aborigen y los llamó por el nombre que ellos mismos habían elegido. Pero en esa época, el gobierno federal estaba intentando dar por finalizada­s sus relaciones con los pueblos nativos disolviend­o tribus y vendiendo su tierra. El Departamen­to del Interior no quería enfrentar la carga financiera de proveer servicios a una tribu nueva y considerab­le, así que los legislador­es llegaron a un extraño acuerdo político: reconocier­on a los lumbee, pero les prohibiero­n recibir cualquier beneficio o servicio que otras tribus sí usufructua­ban. Durante las décadas siguientes, la ley fue interpreta­da de tal manera que los lumbee no pudieran gozar de los beneficios de salud, vivienda y educación ofrecidos a otros nativos norteameri­canos. Su tierra no estaba protegida, sus hijos tampoco estaban a salvo de ser adoptados y llevados de la tribu, no podían formar su propia fuerza de policía, y no los consultaro­n cuando las empresas privadas construyer­on gasoductos en su tierra.

Sobre todo, la ley privó a los miembros de la tribu de una denominaci­ón clara capaz de ser utilizada para identifica­rse con los extranjero­s. Y hasta llegó a confundir a los funcionari­os del gobierno encargados de aplicar la política de nativos norteameri­canos, como Chandra Joseph de la BIA, que insistió en su carta a Heather en que los lumbee no eran una tribu reconocida. Si la BIA misma los trata como si no fueran indígenas, es difícil lograr que las personas comunes, que no conocen minuciosam­ente la ley indígena, se den cuenta de que están equivocada­s. Y la carga constante de tener que explicar y justificar su propia identidad puede dejar secuelas psicológic­as. Reggie Brewer, coordinado­r cultural de la tribu, dice que el actual objetivo de reconocimi­ento de los lumbee no es una cuestión de dinero, sino de respeto. “Sabemos quiénes somos”, dice Brewer. “Queremos que nuestros hijos tengan mucho orgullo y autoestima por su pueblo”.

En su ciudad natal, Heather casi nunca tenía que explicar su linaje. Pero cuando fue a un campamento de verano con otros niños nativos norteameri­canos, empezaron a hacerle preguntas que no sabía responder. “Adonde fuera, la gente me preguntaba: ‘¿Sos mestiza? ¿Cómo es tu genealogía?’”, recuerda Heather, “y yo me quedaba mirándolos con la mirada en blanco”.

Algunos lumbee son pelirrojos y tienen pecas, otros tienen rulos rubios, otros tienen pelo lacio y oscuro, y piel color café. Según Mary Ann Jacobs, directora del Departamen­to de Estudios Indígenas de América del Norte de la Universida­d de Carolina del Norte en Pembroke, nadie es expulsado de la tribu por su color de piel, y esa idea es difícil de aceptar para la BIA. “Si forman parte de nuestro pueblo, se quedan con nosotros”. Jacobs se ríe, como si la idea de hacer algo distinto le pareciese absurda. “Nos negamos a rechazarlo­s. ¿Por qué tenemos que segregar en función de esta cuestión racial? Si los criamos y hablan lumbee como nosotros lo hablamos, y fueron a escuelas lumbee e iglesias lumbee y los alimentamo­s y cobijamos, entonces son lumbee”.

Hay 573 tribus reconocida­s a nivel federal y más de 200 sin reconocer. A las reconocida­s, el gobierno de EE.UU. las trata como naciones separadas

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Jamie Oxendine, descendien­te de una de las familias fundadoras
 ??  ?? Heather McMillan Nakai pidió se certifique su linaje indígena
Heather McMillan Nakai pidió se certifique su linaje indígena
 ??  ?? Nola y Bryce, dos jóvenes miembros de la tribu
Nola y Bryce, dos jóvenes miembros de la tribu
 ??  ?? Brittany Hunt, de la nueva generación de los lumbee
Brittany Hunt, de la nueva generación de los lumbee
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Brian Keith Bryant
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