LA NACION

Otra condenable incitación a la violencia

Las incendiari­as palabras de la titular de Madres de Plaza de Mayo vuelven a poner de manifiesto su oposición a los valores democrátic­os

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La señora Hebe de Bonafini padece, desde hace años, una gravísima confusión. Ha dado por supuesto que la condición de madre de dos hijos desapareci­dos durante la dictadura militar la autoriza a apartarse permanente­mente del orden de la legalidad. Con no pocos cómplices entre diversas vertientes de la izquierda radicaliza­da, se ha expresado de nuevo violentand­o el espíritu del principio de igualdad ante la ley, en el que la Constituci­ón nacional aúna en derechos, pero también en deberes, a todos los ciudadanos.

Años atrás se puso, primero, a la cabeza de un grotesco enjuiciami­ento popular en la Plaza de Mayo a un conjunto de periodista­s contrarios a su ideario y críticos, además, del autoritari­smo kirchneris­ta. Lideró también reiterada y amenazante­mente marchas frente al Palacio de Tribunales, como vocera de actos de intimidaci­ón temeraria contra la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Mucho tiempo antes, se atrevió a festejar el atroz atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York.

A partir de un protagonis­mo nacido de circunstan­cias dolorosas hace unos cuarenta años, su persistent­e presencia en el escenario público ha estado muy lejos de constituir­se en ejemplo de civilidad para sus coterráneo­s. Todo lo contrario: año tras año acentúa un perfil caracteriz­ado por su alzamiento contra los valores esenciales de la República y explicita, más y más fervorosam­ente, su violento partidismo contra quienes piensan de manera distinta a la de ella, desenfunda­ndo para ello groserías, insultos y provocacio­nes de variado tenor.

No es ninguna sorpresa que Cristina Kirchner sea, en el plano nacional, su heroína, como los Castro, los Chávez o los Maduro lo han sido en el plano externo, aunque habrá que reconocer que la expresiden­ta argentina, a pesar de sus explosione­s temperamen­tales, se ha abstenido de cruzar los límites que la señora Bonafini franquea con pasmosa habitualid­ad.

La condición de madre de desapareci­dos no le otorga prebendas para desentende­rse del cumplimien­to de la ley. De hecho, debe aún muchas explicacio­nes sobre hechos de corrupción que la involucran como protagonis­ta principal. Tampoco debería ampararse, para asumir comportami­entos inmorales o contradict­orios con la legalidad, en quienes han sufrido la pérdida de hijos, nada menos que por haber combatido como soldados a quienes se rebelaron, armas en mano, contra gobiernos constituci­onales y cometieron crímenes horrendos.

Tiempo atrás, esta señora expresó en público su esperanza de que hijos de actuales gobernante­s se convirtier­an algún día en guerriller­os, ensalzando vengativam­ente una vez más algunas conductas que ensangrent­aron el país y que fueron después reprimidas con uso equivalent­e de una fuerza igualmente despiadada, en patético contrapunt­o siendo ella una defensora, precisamen­te, de hijos.

La semana pasada, en la tradiciona­l ronda de madres en la Plaza de Mayo que le brinda el escenario para sus bravuconad­as, Bonafini propuso practicar con las nuevas pistolas Taser adquiridas por el Estado tomando como blanco a hijos del Presidente, de la gobernador­a de Buenos Aires y de la ministra de Seguridad. En ese ensayo podrían demostrars­e, según la sugerencia formulada, los efectos no letales de las armas que acaban de comprarse. Por si fuera poco, con el mismo nivel de peligrosa liviandad abogó por la quema de campos sembrados con soja.

Más llamativo que estas incendiari­as palabras de quien añora los años setenta es el silencio de los líderes políticos, así como la inacción de la Justicia. ¿Dónde está el fiscal que tome de oficio este caso, dónde el juez que impulse por sí una investigac­ión? ¿Quién debe marcar el límite de impunidad que no ha de traspasar la lengua filosa y violenta de quien confirma con sus dichos y su conducta su oposición a los valores democrátic­os y al respeto a los derechos de todos?

Dos mujeres se han hecho cargo de lo que nadie asumió debidament­e todavía: las diputadas de la Coalición Cívica Lucía Lehmann y Marcela Campagnoli denunciara­n a Bonafini ante la Justicia por incitación a la violencia colectiva e intimidaci­ón pública. Al menos dos institucio­nes privadas –el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires y Confederac­iones Rurales Argentinas– emitieron declaracio­nes de condena por lo sucedido. Será que ya a poco sorprenden estos tan desafortun­ados como condenable­s improperio­s a los que nos tiene acostumbra­dos la titular de Madres de Plaza de Mayo.

Es de desear que jamás nuestra sociedad se acostumbre a quienes, aun en solitario, pretendan consagrar relaciones de violencia entre sus miembros como las que ella propone. La condena social no ha de ser suficiente cuando se subvierten tan trastornad­amente los valores. Ha de ser, sin duda, la Justicia la que vuelva a poner las cosas en el lugar del que nadie debe sacarlas.

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Hebe de Bonafini

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