LA NACION

La venta de empanadas, el restaurant­e propio y... Sammy Sosa

Caroprese lavó copas y autos, fue comerciant­e y se hizo amigo de una leyenda del béisbol

- Gustavo S. González

“Los primeros tiempos en Estados Unidos estuve mal, muy deprimido. Siempre invocando a Adrián, tuve suerte. El trabajo no es deshonra. Sufrí mucho. Tenés que trabajar en 2 o 3 laburos, con 450 dólares por semana no alcanza. Tuve una fábrica de empanadas. Las empecé a hacer yo. Vendía 4 mil por semana, una locura. Se llamaba ‘Nona’s Empanadas’, aprendí a hacerlas de mi mamá, una tana que cocinaba de primera. Después tuve un restaurant­e pequeño, en 166 y Biscayne, vendía comidas para llevar, daba desayunos, siempre a full, hacía matambrito, pollito, venían peruanos. Pero me agoté, me había casado, puse una escuela de tango con el presidente de un club, Juan Teramo, argentino, dábamos clases y los domingos a las 8 arrancaba la milonga”. Sí, Roberto se casó en Miami con Carmen Botto, una peruana que lo acompañarí­a más de una década. “Gané un campeonato de tango con ella, que no sabía bailar en 2007; le enseñé durante un año. Desde que llegué a Miami fui a bailar los domingos, y acá sigo, La Viruta, Canning, El Beso…”.

El entonces exentrenad­or se dedicó a la construcci­ón. Un argentino típico, hábil para casi todo, audaz. “Saqué licencia para pintar departamen­tos en Sunny Island, Aventura; aprendí a poner pisos, trabajé en toda la Collins, ganaba bien. Vivía en Boca Ratón con Carmen. Tengo la residencia permanente hace muchos años, pero no me quiero hacer ciudadano, por eso vuelvo cada 6 meses. Nunca volví al hipódromo. Estuve 15 años en Estados Unidos y solo el primero trabajé en las carreras”.

En 2005, Sammy Sosa, el “pelotero” leyenda de Chicago Cubs en la MLB, apareció en la vida de Roberto Caroprese por casualidad, como todo lo que a este le sucedió en ese país, salvo trabajar sin descanso. El dominicano, que tuvo el récord de home-runs, es una especie de Martín Palermo, pero sin fanatismos ni grietas alrededor. “Fui atrabajara un lavadero de autos de baca ne sen Aventura, quería subirme aun Rolls Royce… Sosa pedía que le lavara su auto y me regalaba 100 dólares. Le pregunté si tenía algún trabajo para darme. ‘¿Sabés pintar?, vas a pintar mi casa’, me dijo. Me llevó a Sunny Island, un departamen­to… una mansión. Se hizo mi amigo. Me llevó a trabajar a su casa de las islas Caimán, estuve dos o tres años con él”.

Lavacopas, peón de stud después de haber sido entrenador. También recorrió gran parte de Estados Unidos con “una casa rodante. Michigan, Chicago, Las Vegas, adonde iba trabajaba, si había que lavar copas lo hacía.

El largo viaje de Caropreses­e, circular, volvió a las carreras de caballos, el mundo que había elegido.

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