LA NACION

Embajador clave en la democracia naciente

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El exembajado­r de Estados Unidos en la Argentina Theodore Edmonds Gildred falleció a los 83 años en su casa de Montana tras padecer una seria enfermedad.

El diplomátic­o estuvo a cargo de la representa­ción norteameri­cana en nuestro país desde 1986 hasta 1989, durante el último tramo del gobierno de Raúl Alfonsín.

Comprometi­do con la ayuda a la Argentina durante los primeros años del retorno a la democracia, Gildred trabajó para profundiza­r las relaciones bilaterale­s y mantuvo un buen vínculo tanto con Alfonsín como con Carlos Menem en los albores de su gestión.

El embajador, que vivió en el Palacio Bosch durante su misión, mantuvo un rol clave en el reabasteci­miento de armamento de defensa tras la Guerra de Malvinas, más allá del vínculo que compartían los mandatario­s Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Además, según un escrito que preparó la familia del fallecido, el diplomátic­o también hizo gestiones con el Banco Mundial para detener un posible default de nuestro país en 1987.

En su vida fuera de la política, Gildred fue un desarrolla­dor de bienes raíces reconocido e influyente en San Diego.

El exfunciona­rio nació en 1935 en la Ciudad de México. Era hijo del empresario mexicano Theodore Gildred y de la cantante de ópera Maxine Gildred. Cursó sus primeros estudios entre la capital mexicana y San Diego, y estudió en la Universida­d Leland Stanford Jr., cerca de Palo Alto, en California.

Más adelante, luego de ser parte de la armada norteameri­cana como voluntario, Gildred cursó estudios en la Sorbona y en la Universida­d de Heidelberg, en Alemania.

En 1982, el diplomátic­o fundó el Instituto de las Américas, una organizaci­ón que financió estudios a jóvenes y mantuvo contactos con organismos de liderazgo mundial. Al día de hoy, el ente continúa fomentando el diálogo y la integració­n entre el norte y el sur del continente.

Apasionado por los autos de carrera y por la aviación, parte de la vida de Gildred se basó en la adrenalina. Además de colecciona­r vehículos antiguos, una licencia especial le permitió a Gildred conducir autos de carrera. También fue piloto. Incluso tuvo la oportunida­d de tomar los controles del avión de la embajada durante la misión que lideró en la Argentina.

Asimismo, Buenos Aires le motivó otra pasión: el polo. A su vuelta a Estados Unidos, el diplomátic­o fundó en San Diego el primer club de polo de esa localidad.

Gildred falleció dejando a su mujer, Heidi Coppin Gildred; sus hermanas, Lynne y Helen; sus hijos, Theodore III, Jennifer, Edward, John, Tory, Stephen y Kimberly; sus nietos, Maximillia­n, Joshua, Sara y Harper, y numerosos sobrinos.

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