LA NACION

Morbo e indignació­n: los videos de víctimas de sobredosis

La epidemia de uso de opiáceos en los EE.UU. dio origen a un nuevo género: las filmacione­s a adictos a las drogas que se difunden en las redes sociales; muchos superan la vergüenza y se recuperan, pero otros no

- Texto Katharine Q. Seelye, Julie Turkewitz, Jack Healy y Alan Blinder | Fotos Hilary Swift y Tristan Spinski

KNuEVA JErSEY Kelmae Hemphill lloró la primera vez que vio las imágenes de su propia sobredosis. Se la veía en un video tembloroso filmado por el hombre que le vendía heroína. Mientras ella estaba tendida en el suelo de una carretera de Nueva Jersey, un extraño presionaba su pecho una y otra vez. “Vamos, chica”, repetía alguien.

La adicción de once años que tuvo Hemphill, sus antecedent­es criminales, sus problemas como madre…, ahora todo estaba sujeto a la mirada pública, en todas las noticias y las redes sociales a causa de un nuevo género de películas estadounid­enses de terror: los videos de sobredosis.

Conforme las muertes por opioides han aumentado drásticame­nte en años recientes, los departamen­tos de policía y los extraños con cámara en mano han comenzado a publicar imágenes crudas y sin censura de consumidor­es de drogas inconscien­tes con agujas en los brazos y bebés en el asiento trasero de sus autos. Los videos reciben millones de visitas y desatan avalanchas de indignació­n. Después surge alguna otra sensación viral, y el país pasa a otra cosa.

Sin embargo, la vida jamás vuelve a ser la misma para las personas cuyos momentos más lúgubres y humillante­s ahora están en internet para siempre. En entrevista­s con The New York Times, hablaron –algunos por primera vez– acerca de las versiones de ellos mismos que quedaron capturadas en los videos.

La madre de Hemphill vio el video de su sobredosis, filmado en 2016, al igual que sus amigos. Incluso su hija, que ahora tiene 11 años, vio las imágenes de Hemphill, inconscien­te en West Deptford, Nueva Jersey, con el abdomen expuesto mientras los médicos se apresuraba­n a atenderla. “¿Por qué molestarse en salvarla?”, preguntó un usuario de YouTube. “Yo la habría dejado morir”, comentó otro.

“Cuando escribes mi nombre en el sitio, ese es el primer video que aparece, un video de sobredosis”, dijo Hemphill.

Tocar fondo en forma pública

Antes de los videos, Hemphill y otros consumidor­es pasaban de las calles a los centros de rehabilita­ción y a la cárcel sin que nadie los notara, para después repetir un ciclo de consumo y arrestos. De pronto, su anonimato desapareci­ó cuando las cámaras de los programas de noticias comenzaron a aparecer en sus puertas y los

reporteros asistían a sus citas en la Corte para enfrentar cargos como posesión de drogas y poner en peligro a un menor.

Los mensajes furiosos de Facebook llegaban meses, e incluso años, más tarde, cuando los extraños se topaban con los videos.

No obstante, para otros, la atención viral también se convirtió en su llamada de emergencia. Los centros de rehabilita­ción y los consejeros en materia de drogas se comunicaba­n con ellos, no les cobraban y los ayudaban a saltar las listas de espera para recibir tratamient­o.

“Si jamás hubieran tomado ese video, quizá nunca habría recibido ningún tratamient­o”, dijo Hemphill, de 28 años.

Un centro de rehabilita­ción en Florida se ofreció a pagar los costos de su tratamient­o, y Hemphill voló hasta allá y se quedó en el lugar durante un mes. Pero sintió como si solo estuviera interpreta­ndo un papel en la narrativa de los medios noticiosos acerca de la adicción y la recuperaci­ón. En cuanto regresó a su casa en Nueva Jersey, volvió a consumir. “No quería estar sobria”, dijo. “Lo estaba haciendo para las noticias”.

Se inscribió en un centro de tratamient­o a largo plazo en Newark, Nueva Jersey, y luego se mudó a una residencia de transición, donde hay gente que fuma crack y se inyecta en un parque al otro lado de la calle. Dice que no quiere hacer lo mismo que ellos, y no ha consumido drogas en casi un año.

Los expertos en adicciones dicen que los videos solo sirven para avergonzar públicamen­te a los consumidor­es de drogas, y el horror crudo de las imágenes de hecho quizás aumente el estigma en su contra. Los consumidor­es difieren en cuanto a si la humillació­n los ayudó a mejorar su vida.

“Les mostramos el video en el que están pasando el peor y más humillante momento de su vida”, dijo Daniel Raymond, director adjunto de políticas y planeación en la Harm Reduction Coalition, un grupo de defensa. “El objetivo no es ayudar a esas personas, sino usarlos como cuento admonitori­o al convertirl­os en chivos expiatorio­s”.

En Lawrence, Massachuse­tts, una antigua ciudad industrial en el centro de la crisis de opioides de Nueva Inglaterra, el jefe de policía publicó un video particular­mente desgarrado­r. Mostraba a una madre que había colapsado debido a una sobredosis de fentanilo, desplomada en el pasillo de juguetes de una tienda de Family Dollar mientras su hija de 2 años la tironeaba del brazo, llorando.

“Es descorazon­ador”, les dijo a los reporteros James Fitzpatric­k, quien en ese entonces era el jefe de policía de Lawrence, en septiembre de 2016. “Esta sin duda es evidencia que muestra lo que las adicciones pueden hacerle a una persona”.

Mandy McGowan, de 38 años, también lo sabe. Era la madre inconscien­te del video, la mujer que se dio a conocer como “la drogadicta de Family Dollar”. No obstante, dijo que el video solo mostraba unos cuantos cuadros terribles de una vida complicada.

De niña, dijo, abusaron sexualment­e de ella. Sobrevivió a relaciones con hombres que la golpeaban. Apenas pudo graduarse de la preparator­ia. Dijo que su adicción a los opioides comenzó después de que se sometió a una cirugía de cuello en 2006 para tratar un padecimien­to que provoca espasmos y dolor intenso. Su neurólogo le recetó varios analgésico­s fuertes y adictivos, entre ellos OxyContin, Percocet y parches de fentanilo.

De adolescent­e, McGowan había fumado marihuana e ingerido hongos y éxtasis. Pero siempre se había alejado de la heroína, dijo, pues pensaba que era para adictos, para gente que vive en callejones. Sin embargo, sus amigos sí la consumían y, a lo largo de la última década, a veces los acompañaba.

Intentó acabar con su adicción comprando Suboxone –un medicament­o utilizado para tratar las adicciones– en la calle. Pero a menudo la medicina se acababa y recurría a la heroína para superar los períodos difíciles.

Nuevos demonios

El 18 de septiembre de 2016, un amigo fue a la casa de McGowan en Salem, New Hampshire, y le ofreció una dosis de fentanilo, un analgésico sintético y mortal 50 veces más potente que la heroína. Inhalaron una línea y condujeron a la tienda de Family Dollar al otro lado de la línea estatal en Lawrence, donde McGowan colapsó con su hija al lado. Por lo menos dos personas de la tienda filmaron la escena con sus celulares.

Los paramédico­s la resucitaro­n y la llevaron al hospital, donde los agentes de los servicios de bienestar infantil se hicieron cargo de la custodia de su hija, y la policía levantó cargos contra McGowan por negligenci­a infantil y por poner en peligro a un menor. (Terminó por declararse culpable de ambos cargos y fue condenada a libertad condiciona­l.) Dos días después, The EagleTribu­ne publicó el video de su sobredosis y la policía de Lawrence también emitió la filmación.

El video se reprodujo una y otra vez en las noticias locales, y llegó hasta CNN y Fox News, yendo de un sitio a otro en internet.

“Para alguien que ya debe lidiar con sus propios demonios, ahora tiene que lidiar también con la opinión pública”, dijo Matt Ganem, director ejecutivo del Banyan Treatment Center, casi 24 kilómetros al norte de Boston, que le ofreció a McGowan seis meses de tratamient­o gratis después de que lo contactaro­n intermedia­rios. “Eres un espectácul­o. Todos te están viendo”.

Nadie filmó el caos que llegó a continuaci­ón. Después de que McGowan salió del tratamient­o, el padre de su hija murió de una sobredosis. Dos meses más tarde, el hijo de 19 años de ese hombre también murió de una sobredosis.

Desecha, McGowan pasó una noche de recaída con alcohol. Regresó al centro de rehabilita­ción al día siguiente. Pero, al mismo tiempo, había dejado de reportarse con su oficial de libertad condiciona­l, una violación del acuerdo que la llevó a permanecer 64 días en prisión. La echaron de una residencia de transición y se quedó brevemente en un refugio. Dijo que la violaron a principios de este año. Estuvo internada en el ala psiquiátri­ca de un hospital durante cinco semanas.

McGowan finalmente se sintió lista para comenzar a reconstrui­r activament­e su vida. Se mudó a una residencia de transición en Boston, donde sus días estaban llenos de citas con consejeros y terapeutas, además de reuniones de Narcóticos Anónimos y Alcohólico­s Anónimos. Pesaba tan solo 40 kilos cuando sufrió la sobredosis; ahora, felizmente, pesaba más de 63.

Les escribe cartas a sus dos hijos adolescent­es, que viven con su exesposo en New Hampshire. Su hija, ahora de 4 años, vive con su tío. McGowan sabe que quizá no recuperará la custodia, pero espera establecer una relación con ella y reemplazar la imagen que tiene en su propia mente de la niña que estaba llorando en pijama rosa.

“Sé que si hago lo correcto puedo ser parte de su vida”, dijo McGowan. “Será un largo camino para mí. Estar sobria no implica que de pronto toda mi vida vaya a reconstrui­rse”.

Hemphill: “Si no hubieran tomado ese video, quizá nunca habría recibido ningún tratamient­o”

El video de McGowan llegó hasta CNN y Fox News, yendo de un sitio a otro en internet

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Kelmae Hemphill fue filmada en Nueva Jersey cuando se hallaba inconscien­te; luego hizo tratamient­o y ya no consume
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Mandy McGowan colapsó con su hija al lado

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