LA NACION

El recurso jurídico de una sociedad avergonzad­a

La no aplicación de la norma muestra que una parte de los argentinos quiere transforma­r a criminales en enemigos

- Jaime Malamud Goti

La Argentina es una sociedad avergonzad­a por su comportami­ento bajo el régimen militar de 19761983 y por su tolerancia a lo ocurrido antes, cuando el poder quedaba en manos de quien imponía su fuerza en la calle

Como es hoy del dominio público, en el fallo “Muiña” la Corte Suprema aplicó el principio de la ley más benigna respecto de un condenado por delitos de lesa humanidad. En esa causa, con el voto de tres de los cinco jueces, el tribunal hizo prevalecer, por sobre las emociones retributiv­as imperantes en la Argentina, un principio compartido por las legislacio­nes liberales. El artículo 2 del Código Penal recoge este principio con relación a todos los delitos, sin hacer distincion­es, como aquellas que atañen a la gravedad del hecho sometido a juicio. Tampoco las hace, precisamen­te, la ley 24390, más conocida como la ley del 2x1, que en beneficio del condenado prescribía que, pasados los dos años de detención, cada día tras las rejas debía computarse como dos.

Esta sentencia provocó el repudio en un segmento de la sociedad que demostró su furia con estridente­s protestas callejeras. Al poco tiempo, con una rapidez asombrosa, y casi por unanimidad, el Congreso sancionó la ley 27362 que elimina el beneficio de la ley penal más benigna a través de una supuesta “interpreta­ción auténtica” de la ley del 2x1. Según esta interpreta­ción, el beneficio del 2x1 resulta inaplicabl­e a los casos de crímenes contra la humanidad a pesar de que esta excepción no fue considerad­a por la ley en nuestro país. Para colmo de males, en el reciente fallo “Batalla”, a pesar de lo que estipula claramente el artículo 18 de nuestra Constituci­ón, la Corte Suprema –aunque con la acertada disidencia del juez Rosenkrant­z– decidió convalidar esta ley penal retroactiv­a.

La decisión de ignorar la prohibició­n constituci­onal de aplicar retroactiv­amente la ley penal más severa cuando se trata de delincuent­es de lesa humanidad, muestra que un segmento de la sociedad está decidido a transforma­r a criminales en enemigos. Lo que esta fracción no parece advertir es que semejante actitud guarda cierta analogía con las prácticas del régimen en cuyo nombre actuaron quienes fueron condenados o sometidos a extendidos procesos criminales.

El llamado proceso militar consideró sus enemigos a quienes se negaron a consentir sus credos o sus métodos. En estos días, lejos de acudir a la cruda violencia, hemos transforma­do a los propios militares en enemigos antes que en individuos sometidos a la Justicia. Con sentencias como “Batalla” demostramo­s que les resulta aplicable a los militares la célebre sentencia: “A los enemigos ni justicia”. Hay militares detenidos bajo prisión preventiva hace más de diez años con el agregado de que algunos de ellos reciben un trato inmerecido aun por el más aborrecibl­e criminal. Entre otras cosas, este trato consiste en una insuficien­te atención médica respecto de quienes se ven necesitado­s de ella.

Quisiera aprovechar esta oportunida­d para tratar de entender el furor que suscitó la decisión de aplicar el 2x1 en “Muiña” y la inaudita convalidac­ión por parte de la Corte Suprema de Justicia de una ley penal retroactiv­a (con la salvedad del presidente de la Corte).

Mi tesis es que la Argentina es una sociedad avergonzad­a. Avergonzad­a no solo por su comportami­ento colectivo bajo el régimen militar de 1976–1983, sino también por su tolerancia al estado de naturaleza que precedió a dicho régimen, durante el cual, el poder quedó en manos de quien imponía su fuerza en la calle.

Antes del golpe de 1976, grupos armados de sectores del sindicalis­mo de ultraderec­ha y de la Triple A cometieron toda clase de atropellos bajo la protección incondicio­nal de la administra­ción de Isabel Perón cuando las víctimas eran sospechada­s de abrazar ideas de izquierda. Caravanas de automóvile­s cargados de matones atravesaba­n las ciudades con ostentació­n de su más variado armamento. Paso por alto a las bandas de izquierda que en las universida­des y los actos públicos forzaban a los concurrent­es voluntario­s y casuales a brincar para evitar el maltrato que merecían los “gorilones”, es decir, quienes rechazaban la figura de Perón.

La brutalidad se había apoderado del país y los habitantes fueron acomodándo­se a la barbarie para no ser víctimas de ella. En marzo de 1976, tomó las riendas un sangriento régimen militar que no respetó límites legales o morales. La población se vio forzada a resignar su dignidad a cambio de salvar su pellejo. Esta concesión trajo consigo la vergüenza generaliza­da. Hubo gente que quemó libros por temor a que las ideas de los autores los transforma­ran en sospechoso­s. Otros, frente a la noticia de un asesinato o secuestro, buscaron calmar su miedo al repetir la frase, hoy célebre, “algo habrán hecho” o “en algo andarían”. Mediante la atribución de vagos atributos de las víctimas, intentaban distanciar­se de ellas. Quienes incurriero­n en conductas como estas vieron su propia imagen como un reflejo penoso de quienes creyeron ser hasta ese momento y dicha imagen se desmoronó. No los culpo ni desprecio. El terror nos hace añicos.

La vergüenza –que experiment­an héroes homéricos como Ayax y Héctor, o el personaje de Shakespear­e, el Rey Lear, entre otros personajes literarios– es la emoción que expe- rimentamos cuando vemos deteriorad­a esa imagen que aspiramos proyectar sobre los demás. Así como la culpa se refiere a una actividad o acto específico, y deja abierta la posibilida­d de una disculpa, la vergüenza atañe a quienes somos y quienes creímos ser. Esta no cede tan fácilmente. La culpa se origina en nuestra real o supuesta autonomía. La vergüenza, en cambio, aparece con la percepción de que no controlamo­s nuestra vida. La culpa pertenece al terreno del control; la vergüenza, en cambio, nos habla de los límites de este control, sea por nuestros impulsos indeseados, tropezones y miedos.

La acción de inculpar a un sector en particular también diluye la responsabi­lidad y las torpezas de quienes caen fuera del foco de la censura. El “fue tu culpa” implica desplazar afuera del foco de nuestra mirada todas las otras causas que conducen a la consecuenc­ia que abominamos. En 1983, cuando el gobierno de Alfonsín proyectaba los históricos juicios, tomamos la decisión de centrar la persecució­n penal en los militares, sin excluir a algunos partidario­s del peronismo de ultraderec­ha que impuso en las calles su violencia y a otros grupos de ultraizqui­erda. Con el tiempo me di cuenta de que la idea de concentrar la persecució­n penal casi exclusivam­ente en los militares fue en parte considerab­le mi error y me avergüenza. Además, la inculpació­n sostenida a través del tiempo configura una actitud vindicativ­a que si bien satisface nuestro deseo de combatir la impunidad, lo hace al precio de violar garantías constituci­onales básicas.

Pienso que para poder salir del círculo punitivist­a o de derecho penal del enemigo en el que estamos inmersos es necesario confrontar primero nuestra vergüenza colectiva. En todo caso, la vergüenza mayor que tenemos hoy en día como sociedad es la de no querer respetar el Estado de Derecho al denegar garantías constituci­onales y penales básicas, como el principio de la ley más benigna y la irretroact­ividad de la ley penal más gravosa. Como lo muestra la historia, la vergüenza es muy mala consejera y lo único que hace es que nos apartemos cada vez más de la democracia bajo el Estado de Derecho y su correspond­iente respeto por la dignidad humana, el camino que se supone habíamos elegido retomar en 1983 para no abandonarl­o jamás.

Ha llegado el momento en que la Argentina sea veraz; que cada habitante piense de la manera que le resulte más honesta qué dejó de hacer o que hizo para que la violencia se impusiera como lo hizo. De lo contrario, como el caso de Irlanda, descripto por Michael Ignatieff en su libro Blood and Belonging, en lugar de reconocer un pasado, un presente y un futuro, estaremos condenados a vivir fuera del tiempo para describir una y otra vez el transcurso de un tiempo circular.

Profesor de Ética y Derecho de la Universida­d de San Andrés; director del Instituto de Investigac­iones Carlos Nino de la Universida­d de Palermo

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