MóniCa Galán
Villana de lujo en la TV y actriz de carácter por excelencia, murió a los 68 años.
A Mónica Galán le sobraban talento y personalidad para ocupar los primeros planos en cualquier desafío artístico. Lo acredita una trayectoria notable de más de 70 apariciones en cine y televisión. Pero los sueños de grandeza que guardaba como toda actriz convencida de serlo nunca pasaron en su caso por ganar el lugar más grande o destacado en las marquesinas de los teatros o en los créditos de las grandes historias de ficción de la TV. A los 68 años falleció ayer por la mañana en esta capital.
“Se es actor secundario por elección. Si yo no llegué a una primera línea es porque no lo busqué. No he querido sacrificarlo todo”, le confesó Galán a en 1997. la nacion Por entonces ya era una de las mejores representantes de eso que se conoce como “actriz de carácter”. Nunca tuvo vocación de figura estelar, pero el público siempre le demostró su reconocimiento. Su rostro quedará como uno de los más conocidos y familiares del mundo de las novelas y miniseries testimoniales que marcaron a fuego la TV abierta local a lo largo de los últimos 30 años.
Se ganó ese lugar de privilegio a través de un personaje genérico en el que se sentía muy cómoda, el de las villanas. Logró afirmar esa identidad a partir de sus apariciones en dos de los grandes éxitos históricos de Andrea del Boca:
Antonella y Celeste, siempre Celeste.
Muchos de sus personajes posteriores fueron logradas variantes de esas “malas” de antología.
Pero su carrera no estuvo solamente marcada por ese tipo de papeles de contrafigura con tintes malvados. Entre risas solía decir que le tocó hacer de prostituta con una llamativa frecuencia. Llegó a contar 17 apariciones en cine y TV con ese tipo de papel. De todas ellas, la más querible sin dudas fue Vienna, puntal de la extraordinaria Últimos días de la víctima, de Adolfo Aristarain.
Se sentía muy cómoda personificando a figuras históricas. Fue María Rosa (la esposa de Castelli) en La revolución es un sueño eterno, de Nemesio Juárez, y Victoria Ocampo en El mural, de Héctor Olivera. Fue figura destacada del documental ficcionado que José Luis Castiñeira de Dios dirigió sobre la vida de Manuel de Falla (Músico de dos mundos). Y se convirtió en actriz predilecta de cineastas como Eliseo Subiela, Juan José Jusid y Patricia Martín García.
Nacida en 1950, debutó en cine con 24 años en La Mary, de Daniel Tinayre, cuando ya tenía arraigada una poderosa vocación artística, marcada al mismo tiempo por el teatro. Formó parte en 1980 del recordado y notable elenco original de Marathon, de Jaime Kogan, en el Payró, sala en la que también enseñó algunos años después.
Su destacada trayectoria escénica tuvo picos altos en la primera puesta local de El vestidor (1997), junto a Federico Luppi (uno de los actores que más admiró) y Julio Chávez. Trabajó también como adaptadora y llegó a debutar como directora teatral en 1999 con
No sé tú, de Susana Torres Molina,
obra en la que profundizó sus inquietudes y afirmaciones sobre la condición femenina.
Nunca dejó de ser convocada por la TV. Integró en sucesivas etapas los elencos de Señoras y señores (donde encarnó a una de las primeras lesbianas de las ficciones
locales), Vulnerables, Como vos & yo, Los médicos de hoy 2, Jesús el heredero, Amor en custodia, Mujeres
asesinas, Malparida y Lobo, entre muchas otras. También se recuerda su aparición en Los simuladores como una mujer que recupera la autoestima tras encontrarse con un supuesto Paul McCartney.
Y todo siempre en un discreto lugar, lejos de las luces. “Me encantaría ser primera actriz y ganar buen dinero, pero para después viajar y hacer lo que quiero. Yo me la jugué por ese lado. Para mí siempre es un placer ser segunda de un primero bueno”, dijo una vez. En ese lugar siempre se sintió feliz.