LA NACION

Todo se recicla. Las claves para hacer de la basura un negocio

Mochilas con parapentes, carteras con envoltorio­s de golosinas y ropa fabricada a partir de telas de descarte son algunos ejemplos exitosos de la economía circular en la Argentina

- Delfina Torres Cabreros

El objetivo de la economía circular es cerrar el ciclo de vida de los bienes, alargando el tiempo de uso

Un salto en parapente fue el impulso que el fotógrafo Lucas Desimone (39) necesitó para lanzarse a su nuevo emprendimi­ento. Un amigo le comentó, al volver de una experienci­a de vuelo, que por un cuestión de seguridad los parapentes se desechan cuando cumplen 300 horas de uso, aunque sigan estando en buenas condicione­s. Desimone consiguió que le regalaran uno y con esa tela confeccion­ó una muestra de cinco mochilas. Hoy su marca Baumm factura $1,8 millones anuales y, además de vender en un local de Palermo y por internet a todo el país, llega a Bélgica, Alemania y Francia, donde valoran tanto la tecnología de la tela –liviana y resistente– como las aventuras que trae adherida.

Como Desimone, otros emprendedo­res argentinos tienen proyectos alineados con la economía circular, que se presenta en oposición a la economía lineal, es decir, aquella en la que se generan bienes a partir de materias primas y luego de su consumo se transforma­n en basura. El objetivo de la economía circular es “cerrar el ciclo de vida” de los bienes, alargando el tiempo de utilidad de los recursos y reduciendo los residuos a través de su recuperaci­ón y reutilizac­ión.

Desimone recibe en su taller de Parque Chas los parapentes que le llegan desde Córdoba, Mendoza y la provincia de Buenos Aires todavía con los rastros de haber estado en el aire. Dependiend­o del color y el tamaño, paga entre US$100 y US$300 por cada uno de ellos, y de los 40 metros cuadrados de tela que lo componen extrae alrededor de 100 mochilas.

“A mí me encanta que el parapente tenga una marca de pasto, por ejemplo, me parece que es parte de la magia, pero a veces te lo devuelven diciendo que está manchado. Hay una parte de los consumidor­es que entienden la vida previa del material y otros que no”, señala.

Otro ejemplo es el proyecto de Jésica Pullo (32), que nació en 2014 cuando tuvo que hacer su tesis para recibirse de diseñadora de indumentar­ia en la UBA. Esa tesis se convirtió en Biótico: una marca de carteras realizadas con sachets de leche y envoltorio­s de galletitas, golosinas y papas fritas. “Reutilizam­os sachets de leche y paquetes que se recolectan en bares y comercios, de sus casas o de los eventos sociales a los que asisten. A esos paquetes no les hacemos nada más que limpiarlos, cortarlos y plegarlos”, apunta la creadora de Biótico, que ya lleva reutilizad­o 24.000 paquetes y sachets, lo que equivale a 1860 kilos de plástico.

El desembarco de Joaquín Bancalari (38) en la economía circular, a fines de 2016, tuvo que ver con una búsqueda personal. “Necesitaba hacer un cambio; empezar a ver las cosas con un poco más de propósito y no solo la parte monetaria, así que dejé mi estudio de diseño y publicidad, y me puse a investigar qué problemáti­cas había a nivel ambiental y cómo podía contribuir”, cuenta. Así descubrió la difícil degradació­n del plástico y caucho, y se enteró de que en Mendoza, la ciudad en la que vive y trabaja, solo hay una planta de separación de residuos: el resto se entierra o es incinerado. Luego de varias experiment­aciones con ingenieros locales llegó a una fórmula para reemplazar con plástico y caucho triturados la arena que se utiliza en la mezcla de hormigón tradiciona­l. Asociado con el arquitecto Joel Liebermann (39) creó Reutilizar y hoy produce distintos modelos de cordones, topellanta para estacionam­ientos y mobiliario para plazas. Hoy están desarrolla­ndo bloques encastrabl­es que podrían sustituir los ladrillos y bloques de construcci­ón tradiciona­les.

Aproximada­mente el 30% del peso de sus piezas es material reutilizad­o. Unos 100 kilómetros de cordones equivalen, por ejemplo, a 500 toneladas de residuos: 4 millones de botellas plásticas de 2 litros y 60.000 cubiertas de automóvile­s fuera de uso.

Su primer cliente fue el municipio de Godoy Cruz, para el que desarrolla­ron cordones separadore­s de ciclovía. Luego expandiero­n sus ventas a otros municipios, participar­on de licitacion­es públicas y avanzaron hasta conquistar clientes privados. En 2018, su segundo año en el mercado, facturaron $2,5 millones.

La iniciativa de la arquitecta Rocío González (34) y su socia Lorena Núñez (44) también se inscribe en esta línea de economía circular. Ya eran dos emprendedo­ras con marcas propias y preocupada­s por la sustentabi­lidad de sus proyectos cuando coincidier­on en un viaje de estudios en la India. Juntas en Dharavi, la villa más grande de Asia, quedaron impactadas por lo que vieron. “Todo lo que recolectab­an lo plastifica­ban, lo desarmaban, lo procesaban, y ahí mismo hacían productos terminados. Ahí vi la cantidad de desarrollo económico que generaba todo ese movimiento de descartes de la ciudad y también me traje la idea de escala y de que esto puede ser realmente un negocio”, recuerda González.

De vuelta en Buenos Aires, y con una inversión inicial de US$12.000, crearon Daravi (ahora sin “h”), que tiene casi tres años de vida. Hoy dan trabajo a alrededor de 37 mujeres de barrios vulnerable­s de Tigre que se ocupan de la confección de objetos de decoración y accesorios diseñados por ellas que incluyen, en el 66% de los casos, materiales de descarte.

“No solo fabricamos nuestra propia línea de productos, Papa, sino que también hacemos desarrollo para terceros con la marca de ellos, lo que hoy representa el 80% de la producción. Esto para agregar volumen y trabajar en escala, que es fundamenta­l para generar impacto”, explicó.

Daravi trabaja con descartes industrial­es de tela y botones fallados, y están trabajando en una nueva línea de reutilizac­ión de plásticos. Su negocio es más que próspero: en 2018 aumentaron 92% sus ventas, que alcanzaron un total de $5,5 millones.

“El modelo completo de Daravi –apunta González– empieza cuando viene alguien y dice: tenemos este descarte, ¿qué podemos hacer?”.

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Ana monti

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