Otra forma de viajar. El turismo rural y sustentable, cada vez más elegido
Respetuoso de las culturas locales y el medioambiente, busca impulsar el desarrollo de las pequeñas comunidades; alojarse con lugareños o aprender a tejer en telar son algunas de las propuestas
Despertar a los pies de los Valles Calchaquíes, compartiendo el desayuno con una familia del lugar; hacer una cabalgata en Villa Llanquín, cerca de Bariloche, y de regreso aprender a cocinar unas tortas fritas, o internarse en la selva de Yungas, en Salta, al paso experto de los pobladores guaraníes. Todas esas son algunas de las experiencias de los viajeros que optan por el turismo rural comunitario.
Se trata de una tendencia que crece en el mundo, y la Argentina no es la excepción. Los turistas buscan no solo disfrutar de la belleza de la naturaleza, sino, además, participar de un intercambio auténtico con los lugareños, que aporte a la economía y al bienestar de las pequeñas comunidades rurales.
Ramiro Ragno, principal referente de la Red Argentina de Turismo Rural Comunitario (Raturc) −que agrupa a casi 70 iniciativas campesinas e indígenas de todo el país−, sostiene que hay una mayor “demanda de experiencias auténticas por parte del turista”. Por ejemplo, convivir con la población local, “aprender a cocinar comidas típicas, hacer artesanías o trabajar la tierra con sus propias manos; además de conocer nuevos destinos no convencionales ni masivos”.
Por su parte, Gustavo Santos, secretario de Turismo de la Nación, explica: “El turismo responsable es un aliado y un preservador de la naturaleza, así como del patrimonio cultural, tangible e intangible, y un factor de desarrollo económico endógeno que da oportunidades de vida y enraizamiento a las poblaciones rurales”.
En esa línea, Analía García, técnica especialista en turismo rural e integrante de la Raturc, aporta que esta nueva manera de viajar está impulsada, por un lado, por “la necesidad de los jóvenes que viven en pueblos pequeños, abocados tradicionalmente a la actividad agropecuaria, de abrir nuevos horizontes de trabajo sin tener que abandonar su lugar de pertenencia”; mientras que, por parte del visitante, entra en juego “la búsqueda de nuevas y más genuinas formas de hacer turismo, respetando las tradiciones y el medioambiente”.
La meta, para Ragno, es que los pobladores pasen a ser actores y gestores del turismo en sus territorios. En este sentido, afirma: “El nuevo viajero global hoy elige involucrarse y premia el trato personalizado. Se quiere llevar recuerdos vívidos, más que souvenirs”.
La puesta en marcha de estos proyectos involucra actividades como la economía social y la gestión comunitaria. Por eso, es clave el aporte que pueda hacer cada uno de los pobladores de los sitios que se ofrecen como destino turístico alternativo.
Según el caso, se articula también con distintos estamentos estatales y otras organizaciones. Para Santos, continuar impulsando este tipo de turismo es una prioridad, ya que su potencial es enorme: “Es una herramienta poderosa de desarrollo local”, subraya.
Organización colectiva
Agustín Cabezas es coordinador de Turismo Sustentable NOA, un programa que surgió en 2009 impulsado por la Pastoral de Turismo de la Argentina y que abarca distintos emprendimientos en Salta, Jujuy y Catamarca. Acerca de la forma en que trabajan, cuenta: “Comenzamos por evaluar en conjunto con los habitantes de cada lugar qué tipo de propuesta se puede ofrecer, para que sean ellos mismos quienes discutan y finalmente tomen decisiones que los beneficien, en un marco de fortalecimiento comunitario”.
Luego, desde la organización se ofrecen capacitaciones que van desde cómo atender al visitante, conservar normas de higiene cuando hay hospedaje en casas, cursos de guiado, talleres de costos, entre otros. También, se asiste a los lugareños en la búsqueda de financiamiento y en distintos aspectos formales, como gestionar el monotributo social u otros trámites. En Salta, Tucumán, Jujuy, Neuquén y Río Negro existen, además, registros provinciales de turismo rural comunitario, y hay otras provincias que están por reglamentar el suyo.
Las comunidades miembros de la Raturc, elaboraron un Código Ético de Conducta para el Viajero Responsable, con una serie de recomendaciones que buscan garantizar una buena convivencia, por ejemplo, informarse bien antes de llegar a la comunidad, respetar las costumbres locales, consultar antes de fotografiar personas, cuidar la limpieza del territorio o respetar los precios establecidos.
¿Cómo llega el viajero hasta esos lugares? En general, a través de las agencias de viajes, muchas especializadas en turismo responsable, además de otras que suman a su oferta opciones vinculadas a lo rural.
Entre aquellas personas o familias que ofrecen servicios, hay además “un sistema rotativo de prestación”, aclara Ragno, de forma tal que todos puedan trabajar equitativamente.
Por más que no todos los habitantes de un pueblo sean prestadores, siempre una parte de los ingresos se destina a un fondo solidario. Los beneficios también pueden ser otros: por ejemplo, en pos del proyecto turístico se puede mejorar la provisión de agua, la infraestructura de las viviendas o lograr la conexión a la red de telefonía celular o internet. Además, las asambleas que se organizan para estos emprendimientos quedan establecidas para discutir otros temas de interés colectivo.
Sean comunidades originarias o campesinas, se “generan oportunidades para que la gente no se vaya, que es lo que suele suceder”, cuenta Brenda Pignol, de la asociación civil Responde, cuyo eje es poner en valor y establecer proyectos de forma participativa para los llamados “pueblos olvidados” de nuestro país.
La experiencia nutre a lugareños y visitantes. “El 70% del turismo comunitario es gestionado por mujeres: son las anfitrionas, las responsables de la conservación de la cultura y la lengua local y eso les da un lugar muy importante”, aporta Ragno. Para él, ser artífices de una actividad que puede resultar novedosa, pero que se basa, justamente, en la historia colectiva, “empodera a las comunidades”.
“Los pobladores ganan experiencia y confianza, se abren, y se da un vínculo de amistad, de saber que el de afuera es respetable, paga el precio justo, genera empleo y se involucra en actividades de la familia”, sintetiza Ragno, y concluye: “Para el turista lo más valioso es la experiencia auténtica, el descubrimiento de culturas y conocer territorios en los que quizás no pensó que había comunidades”.