LA NACION

Uno de cada dos jóvenes reorienta su carrera luego de ser voluntario

Según un informe de Techo, sentir que con su profesión pueden mejorar la realidad de los más vulnerable­s es para los estudiante­s una experienci­a transforma­dora

- Pedro Colcombet

“Me cambió mucho la forma de ver el mundo. Una cosa es que te lo cuenten y otra es ver en primera persona la realidad de las familias que viven en villas y asentamien­tos, y tener la posibilida­d de hacer algo para mejorarla”, cuenta el ingeniero industrial Martín del Pino (26) sobre su primera experienci­a construyen­do una vivienda de emergencia como voluntario. “A partir de ese momento, decidí poner mi profesión al servicio de los más vulnerable­s”, agrega.

Él no es el único que decidió darle un giro a su vocación. Según un reciente informe realizado por la organizaci­ón Techo, uno de cada dos jóvenes que participar­on de una experienci­a de voluntaria­do reorientar­on su carrera profesiona­l hacia áreas vinculadas a diferentes problemáti­cas sociales. Desde abogados y arquitecto­s hasta comunicado­res, todos comparten el deseo de entregar sus conocimien­tos a quienes más lo necesitan.

Para la investigac­ión, fueron encuestada­s 851 personas de 18 países de la región. Los especialis­tas en educación coincidier­on en que los resultados indican una tendencia estable. Paola Delbosco, doctora en Filosofía y profesora del Instituto de Altos Estudios (IAE) de la Universida­d Austral, asegura: “No hay nada más estimulant­e para una persona, sobre todo para un joven, que ver cómo su intervenci­ón en la realidad genera un cambio”.

Por su parte, Beatriz Balian, socióloga y expresiden­ta de la Academia Nacional de Educación, destaca: “La motivación de mejorar su realidad y la de otros hace que los estudiante­s o recién egresados busquen especializ­arse en temas o sectores específico­s vinculados a la ayuda social”.

Un ejemplo de esto es Gabriela Arrastua (32), quien empezó a ser voluntaria en 2008, mientras estudiaba Ciencias Políticas. Cuando terminó la carrera se anotó en un posgrado enfocado en relaciones internacio­nales, pero finalmente, a partir de las experienci­as que vivió, decidió especializ­arse en desarrollo humano y políticas públicas.

“El voluntaria­do le aportó conciencia y acción social a mi profesión. La cercanía con las problemáti­cas y el trabajo en territorio me cambiaron mucho”, confiesa.

En esa línea, Laura Sánchez, directora del equipo de Techo a nivel internacio­nal, explica: “Luego de realizar el voluntaria­do, a muchos jóvenes les surge la pregunta de cómo hacer que sus futuras deci- siones contribuya­n a construir una sociedad más justa”.

Martín, quien vive en la ciudad de Buenos Aires, participó por primera vez en la construcci­ón de una casa en 2012, para una familia con tres hijos del barrio San Marino en La Matanza, que no tenían dónde vivir. Desde ese momento, quedó ligado a Techo.

“Ver el impacto que generamos en la realidad de esa familia en un fin de semana fue muy emocionant­e. Me volví a mi casa con bronca, por la injusticia y desigualda­d que había presenciad­o, pero con ganas de seguir ayudando y cambiando las cosas. Desde ahí no paré”, recuerda el joven, y dice que el voluntaria­do lo ayudó a darle un “porqué” a una carrera que le resultaba muy “rígida”.

Desde el año pasado, Martín lidera el equipo de investigac­ión y desarrollo de la Fábrica Social, una unidad dentro de Techo en la que se elaboran los materiales para luego ensamblar las casas en los asentamien­tos. “Busco la manera de mejorar permanente­mente las viviendas. Estoy trabajando de lo que me gusta y generando un impacto social a la vez”, detalla.

Delbosco cree que hay un cambio cultural en la vida profesiona­l de los jóvenes, del cual las institucio­nes educativas y las empresas no han tomado conciencia aún. “El joven ya no prioriza el concepto clásico de éxito laboral, como conseguir un puesto jerárquico y un sueldo alto en poco tiempo, sino que busca un trabajo que lo llene emocionalm­ente, que le permita cambiar el mundo y que le dé un sentido profundo a su profesión”, reflexiona la doctora en Filosofía.

Un aprendizaj­e eficaz

Según el informe de Techo, seis de cada diez personas encuestada­s afirmaron que, previament­e a ser voluntaria­s, no habían estado en un asentamien­to en situación de pobreza o exclusión. Martín admite: “En mi caso fue tal cual. Era un barrio que estaba solo a una hora de mi casa al que no había ido nunca. Fue ponerle cara a lo que antes eran números”.

Sobre este punto, Delbosco desarrolla: “Evidenteme­nte, no hay aprendizaj­e más eficaz que el contacto directo con los problemas del mundo. Los libros de teoría o las institucio­nes educativas no producen el mismo efecto que conocer la realidad. Cuando el joven ve una injusticia de frente, le es imposible quedarse indiferent­e”.

Desde que era adolescent­e, Daniela Zárate (30) hizo diferentes voluntaria­dos que la llevaron a orientar su carrera como comunicado­ra hacia un costado más humanitari­o. En 2016, comenzó a ayudar en las mesas de trabajo en las que los vecinos de diferentes asentamien­tos se reúnen para ver cuáles son los problemas del barrio y evaluar sus posibles soluciones.

“Conversand­o y escuchando es como desmitific­ás muchas creencias que uno puede llegar a tener sobre las personas que viven en los barrios populares”, opina Zárate, y agrega: “Casi todos son laburantes que trabajan 40 horas semanales como cualquier otra persona, pero no se les garantizan los mismos derechos”.

Balian coincide con esa visión, identifica­ndo que la experienci­a del voluntaria­do favorece la deconstruc­ción de estereotip­os generalmen­te basados en el desconocim­iento y prejuicio.

“Una vez que conocés las realidades e historias de esas personas, tenés la necesidad de hacer algo”, concluye Zárate.

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Gentileza daniela zárate Daniela (tercera a la der.), junto a otros voluntario­s y una familia beneficiar­ia

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