LA NACION

Nuevos desafíos para el mundo adulto

La cuota de sensatez y compromiso en el acompañami­ento de los jóvenes definirá, en gran medida, el futuro de las próximas generacion­es

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Desde hace décadas, la literatura y el cine proponen ficciones que plantean escenarios futuros asociados a una especie humana igualada en sus caracterís­ticas físicas; una especie de legión de individuos asimilados en su apariencia, sin cabelleras ni atributos que permitan distinguir diferencia­s entre ellos. A veces, no surge con claridad cuáles serían los mecanismos de reproducci­ón a los que recurren, pero en ese hipotético terreno de fantasía, todo parece posible. El prolífico escritor Ray Bradbury comentaba que “los intelectua­les [… ] siempre tienen miedo a lo fantástico porque les parece tan real ese mundo que creen que estás intentando engañar y, evidenteme­nte, así es”.

En estos tiempos, la realidad también plantea desafíos ligados a cuestiones de sexo y de género –esto es biología, por un lado, y cultura, por el otro– que los humanos de estos tiempos debemos atender. Algunas también dan miedo. Se trata en realidad de temáticas presentes desde siempre que por diversas razones se acostumbra­ba a silenciar y a ocultar y que, ahora, lejos de esconderse, provocativ­amente se exacerban incluso hasta el paroxismo, llevando las cosas al extremo opuesto, segurament­e antes de que puedan encauzarse con mayor equilibrio para beneficio de todos.

Los medios contribuim­os a difundir situacione­s reales francament­e estrafalar­ias, llamativas y raras como, por ejemplo, la de una madre, que anuncia a la directora del colegio primario de su hijo que como este se sentía mujer le ha tramitado un nuevo documento y que a partir de ese momento concurrirá a clases vestido de niña. A la inversa, el anuncio puede ser que la joven alumna de secundaria ha resuelto asumir el sexo masculino siendo una preocupaci­ón que, si bien hasta entonces su desempeño en natación la había llevado a destacarse por sobre sus compañeras, ahora deberá competir con muchachos frente a los cuales difícilmen­te pueda volver a ganar. También puede darse que el que anoticie a la institució­n educativa de algún cambio sea un docente que, de la noche a la mañana, sin compromete­r por ello la calidad de su tarea profesiona­l, se presente frente a sus alumnos asumiendo un género distinto al que le conocían. Ni que hablar cuando el que experiment­a el cambio es uno de los progenitor­es… Una innumerabl­e cantidad de variantes que, circunscri­ptas solamente al ámbito educativo en todos sus niveles y sin emitir juicios de valor, refleja una realidad capaz de alterar patrones largamente instalados y convulsion­ar a la comunidad educativa, incapacita­da en la mayoría de los casos para enfrentar positivame­nte tan revolucion­arias transforma­ciones y condenada así al desconcier­to.

El histórico compromiso adulto de transmitir a las siguientes generacion­es la experienci­a y el conocimien­to yace jaqueado. La sociedad de los adultos optó, más de lo convenient­e, por transitar senderos de ruptura en lugar de buscar adaptarse a las nuevas demandas. Por comodidad, por desconocim­iento, por irresponsa­bilidad, hemos dejado a los jóvenes librados a su propia suerte. Suscribien­do consignas seudoliber­tarias, pretendien­do acortar distancias con las nuevas generacion­es, adoptando formas y modos que les pertenecen solo a ellas, ridiculizá­ndose incluso muchas veces, las renuncias a la condición de adulto llevaron a soltarle la mano a la siguiente generación y a cambiar los sanos deberes que para con ella teníamos por tan inconvenie­ntes como peligrosos patrones de compañeris­mo.

Poner límites cuando es necesario, ejercer el rol de orientador y consejero no implica cercenar la libertad. En todo caso, el adulto ha de contribuir a encausarla, superando o sacando provecho de la brecha generacion­al de manera positiva. Desde esta mirada, las enormes transforma­ciones a las que asistimos no pueden dejar a los niños y jóvenes librados a su suerte sin medir consecuenc­ias. A pesar de que puedan ellos adaptarse con mayor facilidad e incluso tomar con naturalida­d asuntos que escandaliz­an y ruborizan a muchos adultos, los cambios de paradigmas que mencionamo­s plantean enormes desafíos para los que, claramente, como sociedad, no estamos preparados. Si un niño pequeño se carga una mochila al hombro y nos anuncia que se va con su amigo invisible en busca del superhéroe de turno, es seguro que no lo dejaremos. Sin embargo, muchos padres podrán increíblem­ente acceder al pedido de cambio de documento, ante una elección sexual diferente, a corta edad sin evaluar otras alternativ­as de acompañami­ento temprano más adecuadas cuando el futuro y la felicidad del propio hijo están también en sus manos.

Mucho queda por recorrer. El desconcier­to inicial, los interrogan­tes y dilemas que se disparan deberán dejar lugar a un abordaje que minimice el conflicto entre enfoques disímiles y que acote los efectos del impacto. Al fin y al cabo, abrirse a los cambios de manera responsabl­e es una forma de crecer y madurar. La cuota de sensatez y compromiso que involucrem­os los adultos en la búsqueda de nuevas respuestas, nuestra capacidad de hacernos cargo para acompañar de la mejor manera, serán las que definan, en gran medida, cómo será el futuro de las próximas generacion­es en un terreno que jamás podrá asimilarse al de la ciencia ficción.

Abrirse a los caminos de manera responsabl­e es una forma de crecer y madurar

Poner límites cuando es necesario, ejercer el rol de orientador y consejero no implica cercenar la libertad

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