China y los campos de concentración
El gobierno chino, aunque lo oculte, rechaza la diversidad. Entre otras cuestiones igualmente graves, porque sigue persiguiendo implacablemente a la minoría “uighur”, que reside en el noroeste del inmenso país, en la provincia de Xinjiang, cuya identidad distintiva tiene un perfil turcomano.
Las autoridades primero impulsaron el traslado de población de identidad “han” –la mayoritaria en China– a esa región, de modo de transformar a los “uighures” en una minoría en su propia tierra. Y, además han reabierto ahora los vergonzosos “laojiao”, esto es los abominables campos “de reeducación”, en los que interna a los activistas “uighures” por períodos de hasta cuatro años, con el perverso objetivo de procurar borrar su identidad, idioma, cultura y tradiciones, y de reemplazarlos por la identidad “han” oficial.
Ese claramente inhumano y aberrante mecanismo hoy aloja –y, en rigor, mantiene cautivo– a casi el 12% de la población total “uighur”, conformada por más de diez millones de almas.
En el interior de esos campos de concentración se están armando virtuales fábricas de productos textiles, de fideos y de indumentaria, precisamente, con la mano de obra de quienes deben trabajar de manera forzada, en condiciones de esclavitud. Casi 100.000 internos viven anualmente en esos campos-factorías inhumanos, sin retribución alguna.
La situación, que es muy grave, implica una violación abierta y flagrante de los derechos humanos y las libertades civiles y políticas esenciales de los “uighures” y debe, por tanto, ser denunciada.