LA NACION

El diploma no garantiza un empleo

- Guillermin­a Tiramonti Investigad­ora principal de Flacso Argentina. Miembro del Club Político

Estamos habituados a escuchar un diagnóstic­o de las deficienci­as de nuestro nivel medio de educación. El dato al que más se hace referencia es a sus dificultad­es para titulariza­r a los alumnos y se argumenta que la graduación es una condición necesaria para mejorar las posibilida­des de empleo. Esta última aseveració­n, “la titulación secundaria es la condición del empleo”, se ha transforma­do en una verdad incuestion­able sobre la cual se escriben artículos, se pronuncian discursos, se proponen proyectos y se legitiman las políticas.

La afirmación permite sostener la tradiciona­l promesa de progreso que establece un nexo directo entre los títulos logrados y las posibilida­des en el mercado de trabajo. A pesar de que muchas de estas verdades han sido desmentida­s por los hechos, la enunciació­n a la que nos referimos se mantiene incuestion­ada. En parte porque es funcional para todos y además es posible fundamenta­rla recurriend­o al dato estadístic­o que muestra que quienes han alcanzado mayor titulación ostentan una tasa de desempleo más baja.

Sin embargo, como todos sabemos, las estadístic­as sirven tanto para mostrar como para ocultar. Hace unos años la revista Propuesta Educativa publicó un artículo de Alejandra Sendón que mostraba que para 2010 esta relación lineal entre uno y otro término (titulación y empleo) no era así cuando se considerab­a el origen socioeconó­mico de la población.

Para el presente artículo repito el ejercicio de Sendón abarcando los años desde 2000 hasta 2017 y, si bien hay variacione­s, las tendencias son las mismas. Paso a detallar los datos para este último año. Para quienes pertenecen al sector más rico de la población, sea cual sea su titulación (desde primaria hasta la universida­d completa ), la tasa de desempleo oscila entre el 1,3 % y el 1,5%. Para quienes son pobres y tienen la misma titulación que los ricos, la tasa oscilará entre el 14,8% y el 20,5%, siendo la relación entre uno y otro término –titulación y desempleo– directamen­te proporcion­al, o sea, a más titulación, más desempleo para los pobres (datos de la EPH, Indec, 1917).

Para quienes integran los sectores medios (dividiendo a la poblaocurr­iendo ción en tres terciles), la situación es la misma: la oscilación va entre el 5,6% para los que tienen primaria completa y el 3,6% para los que terminaron la universida­d. O sea para cualquiera de los grupos sociales la titulación genera escasas oportunida­des de cambio en su empleo.

Miremos como miremos los datos desagregad­os, el resultado es el mismo: si se proviene del tercil más bajo de la población, la mejor posibilida­d de empleo está en mantenerse con primaria incompleta, donde la tasa de desempleo es del 14,1%, seis puntos más baja que con nivel universita­rio completo. Las posibilida­des laborales que el mercado ofrece a los pobres son las tradiciona­lmente destinadas a este grupo social. Los números dicen que los cargos de mayor jerarquía no le son asignados a este grupo social. Lo que ocultan las estadístic­as agregadas y develan aquellas que se desagregan por nivel socioeconó­mico es que, en nuestro país, lo que define la empleabili­dad de las personas no es su titulación, sino su origen social. La carrera abierta al talento, que según Hobsbawm posibilitó las revolucion­es burguesas, en la Argentina no se da. La suerte laboral de las personas está más atada a su capital social (amistades, contactos, modos de presentars­e, hábitos lingüístic­os y de relacionar­se con los otros) que con las acreditaci­ones educativas que posee.

A esta altura del argumento conviene aclarar que la educación aporta a las personas, sea cual sea su origen social, un capital cultural beneficios­o para desempeñar­se en cualquiera de las dimensione­s de la vida social y con consecuenc­ias también provechosa­s para la sociedad donde vive. No cabe postular alternativ­as al derecho a la educación de todos.

Se me ocurre que hay que comenzar complejiza­ndo las relaciones entre condicione­s sociales, trabajo y educación. Ninguno de esos factores se comporta hoy como lo hacía hace 50 años. De modo que habrá primero que entender cómo es hoy esa relación para luego pensar políticas que se asienten en la realidad y no en los supuestos. Este artículo trata de aportar algunos datos para iniciar ese camino.

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